Dentro de unos pocos días me tocará rememorar el día en el que nací. Su significado si no fuera amargo y simbólico no me parecería relevante.
No somos especiales por haber nacido antes o después. En una fecha u otra. No somos especiales por cumplir otro año, por contabilizar cuántas veces la Tierra repitió un punto en su traslación, o en su rotación... Suena infantil. Pero todas las culturas reconocen un cumpleaños. Nuestro instinto civilizador lo considera importante.
En la civilización oriental la muerte es tabú. Es así que chinos y japoneses evitan esa palabra: la que tiene que ver con morir o muerte. El número que se pronuncia con el mismo comienzo que la palabra prohibida se intenta evitar (el cuatro), puesto que da mala suerte. No es de extrañar que la civilización que nació más allá del extremo oriente, donde los polinesios, evolucionara la idea del tabú más allá del uso de una única palabra. La magia blanca demuestra que la palabra Muerte es más la raíz de algo más interno que un mero constructo. Nada que ver con la civilización y lenguaje de la África negra.
Es decir, los cumpleaños son importantes porque necesitamos desviar nuestra atención de lo que se nos viene encima: la consciencia tiene un precio. Si los miedos no llegaran hasta lo más profundo entonces sus decisiones no serían consecuentes o sus planteamientos serían de poca monta.
Una vez entendido que el día en el que se nos recuerda que envejecemos es importante, ahora diré que no me parece relevante en absoluto por ello. Porque esa es la primera función de la civilización: ofrecernos un lenguaje que nos llene, que nos permita expresar lo que nos define, que nos vuelva poetas de lo auténtico.
Cuando era pequeño vi cómo mi padre le regaló a mi hermana una bicicleta por su cumpleaños. El regalo fue tan grande y tan increible que pensé que algún día podía tocarme a mí algo igual de impactante. Cualquier cosa. Pero sus bromas podían durar días, meses, años... Sus falsas promesas y el decir que al siguiente año me tocaba a mí. Dejarme esperando y con ilusiones los dos días antes, el día anterior, luego observar cómo te decía que tendría que esperar otro año entero - y entonces sí ¿Qué se creía que me enseñaba? Está claro que aprendí algo y, con los años, lo terminé de asimilar.
Pero como no existe la maldad absoluta, en un año me regalaron un juego de mesa. Era el Heroquest. Fue la respuesta natural al hecho de que era imposible que me relacionara con unos amigos que esperan ese tipo de relación: no tenía consola, mi ordenador solía ser saboteado..., y mis juegos de mesa o ajedrez también. Al final, con los años, pude apercibir algo de estabilidad. Claro que no era oro todo lo que relucía: cuando me regalaron el juego ahí estaban mis familiares con las tijeras mutilando las piezas. Al verlo comprendí que el objeto de ese regalo no era sino disfrutar haciéndome sufrir - así que les dije que podían quedarse con el regalo, que ya comprendía porqué me lo habían comprado. Y, como la maldad absoluta no existe, al final dejaron el Heroquest solo mutilado en parte. Tocó usar el pegamento en una pieza importante y, con el tiempo, ver cómo se ensañaban contra esa pieza, hacer partir el ala de la gárgola... Seguían con la obsesión. Y, con el tiempo, lo que aprendía: a despreciar sus regalos, sus obsequios, sus ofertas, sus cosas...
Tuvieron que pasar decenas y decenas de cumpleaños antes de que me escucharan decir que no quería volver a celebrar mi cumpleaños. Pero todos sabíamos que los cumpleaños se celebrarían quisiera o no. Aunque, al final, acabaron por respetar mis deseos. Y me libré de la dichosa tarta y las velas.
Lo que me gustaba de los libros de reglas de juegos de rol, así como de las aventuras gráficas, era aproximadamente lo que me ofrecía Heroquest. Había en ese juego de mesa un halo misterioso que hacía al juego diferente. Bien podría ser la temática - como llegué a pensar en su tiempo, pero no creo que sea así. Ese tipo de juegos poseen un invariante a medida que uno juega, y un variante a lo largo del desarrollo de una partida que sacia al que juega. Y esa manera de saciar lo que provoca es que, en principio, le aburra volver a jugar: es como si hubiera tenido una experiencia total de vida a la hora de hacer una "misión".
He creído reconocer la sensación de relajación en ese tipo de enigmas, o pasatiempos. Activa ciertas partes del cerebro, para conformar una sensación natural de saciedad. Juega con la idea de la muerte para darle emoción a la partida, mientras tira los dados... No es fácil encontrar esos rasgos en los pasatiempos - el que más se parece es el laberinto, y es demasiado simplista.
En la obra "Quién ha robado mi queso" recuerdo cómo habían cuatro personajes: dos animales y dos humanos. Mi interpretación de la obra establece que los dos animales forman parte del laberinto, cuyo origen es del mundo de las ideas: por lo que los ratones han sido creados para vivir y evolucionar a partir del laberinto. Sin embargo las personas somos un reflejo de los ratones en el mundo físico. Así, si hay un ratón que se abalanza, también hay un humano impulsivo. Pero el día en el que falte el queso el menos impulsivo buscará actuar como lo harían los propios ratones. Sería una interpretación platónica, usando el símil del sol.
Es decir, un ratón es simple a una persona lo que un laberinto a lo que realmente estoy intentando reflejar. Y creo que ya he dado con las reglas.
El equipo técnico de Microsoft acaba de ayudarme a resolver ese lío que me han hecho en el equipo y que me ha puesto de los nervios estos últimos días. Me han prometido que no volverán a acosarme las actualizaciones, y que no se volverá a quedar inutilizado mi portátil debido al carácter compulsivo del teclado. En esta ocasión, a diferencia de la primera vez, simplemente no le he creído. Pero he tenido que actuar como si no fuera conmigo: se lo he agradecido y cruzaré los dedos para que mañana no pase nada.
Cuando a un informático que no tiene relación con nadie y que trabaja 12 horas al día y 7 días a la semana le quitas el ordenador, ¿entonces? De hecho, tenía para esta mañana el programarme una máquina virtual que diseñé en el 2003 y quería jugar a ver cómo podía automatizarla..., hasta que vi que el equipo se volvió loco. Aunque claro, lo que realmente me dejó en una situación exaesperante fue comprobar que hiciera lo que yo hiciera no podía hacer absolutamente nada.
Eso, unido al hecho de que en estas fechas de frío estoy teniendo valles de beneficios en las ventas, y la sensación de que esto ni es negocio ni es nada, pues la verdad es que me veo...
Pero dentro de poco volverá el día de los relajados. Entonces, como un rito, puede que busque educar mi visión mediante una llamada a la nostalgia. Aún no es tarde para que la conexión entre el neocórtex y el hipocampo recondicione la idea de lo que para mí son esas fechas. El viaje a través del laberinto supone ubicar para cada una de las áreas de tu mundo consciente una realidad visceral que te sea natural: lo que hubiera sido el papel de la civilización en el neocórtex, verlo reflejado en la propia evolución del ser humano en el hipocampo.
A ver si hay suerte y Microsoft no me regala una falsa consultoría en vísperas de mi cumpleaños.
Éste es un blog pensado como último reducto para la fusión entre lo más humano y lo más tecnológico sin perder ni humanidad ni eficiencia.
martes, 26 de noviembre de 2019
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