sábado, 17 de abril de 2021

El gran atleta que no sabe adónde correr

Los savant son esos que han adquirido una inteligencia sobrenatural y, al mismo tiempo, no son capaces de valerse por sí mismos - dependen de que alguien les guíe por este mundo. Pueden tener una vida plena dentro de un mundo social (donde no impere la ley del más fuerte), y no son tanto el objeto de esta diatriba - aunque sirven de ejemplo gráfico.

Muchos lo pueden poner sobre la mesa: imaginemos un niño prodigio que ha conseguido el éxito laboral y social, que mueve mucho dinero y está en boca de todos - sin embargo no es capaz de ofrecer una verdadera innovación porque está cegado en su mundo. Ahora cojamos a otro niño prodigio que no ha conseguido éxito alguno, está encerrado en un mundo falso, pero que al menos sabe cuál es el rumbo de la innovación y el progreso.

Es como hablar de dos atletas: uno que no sabe adónde correr y otro al que no le dejan ir donde quiere.

Me recuerda a una leve discusión que tuve con un pariente, que entonces tan pronto como me preguntaba cuál era el resultado de una operación y no le valía el resultado, luego se valía de mi propio criterio para hacer de calculadora - y eso no tenía sentido: si yo era víctima de una neurosis que me impedía ver que uno más uno no eran dos entonces no podía valerse de mi criterio para hacer operaciones.

Dicho de otra manera: si crees que este hombre es tan sabio sobre un tema, entonces no puedes limitarle su cátedra con respecto al tema en cuestión. Si lo atribuyéramos a la filosofía cliente-servidor significa que el que hace de cliente dice qué quiere, pero no cómo lo quiere - pues eso es competencia del que va a producir el servicio.

La exigencia de un producto de calidad es un elemento fundamental para aceptar la relación entre cliente y servidor; por lo que el cliente tiene un lenguaje sobre lo que no quiere que se use en los servicios, lenguaje atribuible a la calidad de los mismos - pero no a la producción.

Dicho esto, hace poco he descubierto a un niño prodigio que goza de una buena documentación y prestigio, que estudió filosofía y largos etcéteras..., pero cuyas aportaciones son basura. No tenemos un sucesor de Mosterín o Bueno. Cualquiera puede nacer con enormes ventajas para competir, pero en su discurso prepotente comete errores mayúsculos de fingir que tiene una pregunta, cuando en realidad sólo se documenta alrededor de la respuesta que le ha dado; que proyecta sus mismos vicios en los autores que no coinciden con su respuesta y, por si fuera poco, incorpora un lenguaje autojustificativo que complica el tema que trata.

Se trata del atleta que no sabe adónde correr.

Ahora bien, mi experiencia me dice que no seré yo quien le guíe como un lazarillo. No soy tan perro. Se me hace evidente que aunque hablara con un premio nóbel de verdad lo único que se conseguiría sería crear una conversación falsa donde no hay intercambio de ideas. Las ideas ya están vendidas, el juicio ya está hecho antes de iniciar la conversación: es un savant que ha triunfado en la vida.

Este tipo de gente es capaz de pintarte un cuadro hermosísimo imitando lo que hace una foto: pero sin conseguir la calidad de una foto ni la innovación de la trascendencia de un artista. Se pueden convertir en grandes enciclopedias de documentación inútil, lo que en informática llamaríamos un lamer: porque saben de dónde aferrarse, pero no resuelven. En ocasiones tienen el comportamiento contrario, el de los autoinmunes: no aceptan el trabajo de otros aunque ya esté resuelto, y acaban resolviéndolo por ellos mismos. El mismo tonto con distinto collar.

Sus aportaciones no son más que meros ladridos que los legos como yo podríamos aprovechar para tener conocimiento de autores de los que no había oído hablar. Pero sus aportaciones no son más que un listado telefónico, una lista de referencias bibliográficas, una secuencia de palabras ingeniosas que no llevan a ningún lado, un cúmulo de valoraciones que van directamente al cubo de la basura...

Alguno, si es que alguien me lee, podría llegar hasta aquí y plantearse: ¿y cómo se supone que vamos a distinguir al verdadero sabio del que no lo es? ¿Acaso no has puesto como limitación que el desarrollo de la cátedra no puede ser evaluado por terceros? Bueno, sí, pero no olvidemos la calidad: por suerte para el mundo cuerdo los atletas que no saben adónde correr tienen un vicio peculiar, y es que cometen errores básicos como atravesar muros, evitar tropezar con algo que no existe, etc...

El lamer sabemos que no es profesional porque sin él la comunidad es igual de innovadora pero más barata. El autoinmune sabemos que no trabaja profesionalmente porque si lo sustituimos por uno que sí lo es consigue que 1 más 1 sean más de dos, porque te llena la cabeza de estupideces "formales" y se desentiende de la eficiencia y lo material.

En ocasiones nos encontramos con sujetos que han conseguido un éxito local, se han acomodado en un puesto de prestigio y pueden mirar por encima del hombro a otros que jamás estarán a su altura. Pero si yo mismo me hubiera visto en esa tesitura de encerrar mis conocimientos en un dogma sin ser capaz de percibir dicho dogma como tal, sin localizar los postulados allá donde me maneje con tales, entonces de mi necedad no podría extraer nada bueno - puede que incluso al sentirme orgulloso de mi vida me volviera mezquino.

Estas personas deben cambiar su lenguaje. Cuando se les presente alguien con una pregunta sencilla más vale que no tengan una réplica demasiado compleja, porque eso significa que ya tienen la teoría completa. Y la mayoría de las preguntas que sucumben a la metafísica es porque intentan abordar temas donde no hay teorías completas.


jueves, 15 de abril de 2021

Aprovechar la vida y exprimirla

Es propio del budismo el recordarle al feligrés que no debe abandonarse, pero tampoco exprimir la vida; lo propio es aprovecharla. Y este concepto es bastante universal, como incuestionable, porque igual que podemos decir que los triunfadores todos son personas que aprovecharon una oportunidad que les dio la vida, también podemos decir que los que sucumben son personas que exprimieron innecesariamente la vida de más. 

Bien encontramos la idea de aquel que dice que tiene derecho a vivirlo todo, que quiere sacarle jugo a cada segundo de su vida..., en realidad lo que hace es exprimirla, y sólo los que viven por encima de las reglas sociales pueden permitirse el lujo de no caer con una política tan pobre.

De la misma manera, los que viven por encima de las reglas sociales no tienen el deber de aprovechar la oportunidad, pueden dejar pasar el tiempo y no sucumbir: tienen la vida resuelta y no necesitan triunfar para evitar la caída desastrosa.

Pero hay un grupo de gente: llamémoslos trabajadores, proletariado y demás..., que conforma el grupo de la gente decente. Son las personas que no pueden vivir de lo que tengan, y que deben rendir cuentas ante una sociedad que, en cuanto se descuiden, pueden sucumbir y caer. Son los que tienen que triunfar para evitar la mendicidad, la indigencia, la pobreza extrema, etc...

Hace gracia pensar que la democracia pueda definirse de la misma manera a partir del criterio de los que no necesitan triunfar para vivir, o incluso por parte de aquellos que aunque expriman la vida no sucumben por ello. Estas personas no tienen capacidad para entender cómo funciona una sociedad: porque nunca formaron parte de ella. Su moralidad está mermada.

El príncipe Siddharta Gautama se dio cuenta de ello y saltó los muros de su palacio para descubrir la realidad del sufrimiento. Si quieres decirle a una persona lo que debe hacer antes debes formar parte de la sociedad de esa persona, de su cosmovisión. Los que no están integrados en el problema de saber aprovechar la vida y de evitar exprimirla no pueden dar consejo, no pueden ser consultados: deben asumir la dictadura de los sabios, de los expertos... 

¿Quieren vivir al margen del mundo? Pues deberían dejar ser gobernados por los que mueven el mundo.

Negar este principio supone retomar el tema fundamental del ser humano y su libertad: el hecho de que hay quien nace en una posición ajena a la esclavitud y cercana al que flagela, y que no por ello se denuncia correctamente su situación. Y es que no diré que el burgués, o el alto burgués, sea culpable de más o menos cosas, pues la culpabilidad debe asociarse con el cinismo - y bien pudieran ser gente necia o mezquina cuando opinan de una manera o de otra, en cuyo caso se debe actuar severamente pero sin una presión traumática.

Aún así el burgués reclamará por una libertad teórica (formal) que hará florecer una y otra vez los trilemas más básicos de lo que significa vivir en sociedad, ser un ejemplo y, al mismo tiempo, parasitar con sus propiedades como garantes de una buena vida en sociedad. Reclaman su derecho a exprimir la vida, cuando esos mismos parámetros saben perfectamente que no son extrapolables al resto de la sociedad en su plena totalidad. No son capaces de aplicar la máxima universal de Kant con respecto a lo que esperamos de la ética, porque en el fondo una y otra vez sólo son capaces de reconocer la ley del más fuerte - cuando están lúcidos y están dispuestos a reconocer que eso es lo único de lo que son capaces de asumir que defienden.

En contra de la meritocracia no querrán definirse, pero se valdrán de los pequeños burgueses para poder indefinir los movimientos, y así aparentar que ellos están a favor de una meritocracia de la que en realidad abominan. El liberal, si no defiende posturas planificadoras en la economía, debe asumir un rol de desprecio por la coherencia o por los sistemas comunitarios: propiedad capital, meritocracia y liberalismo, un trilema que ya comenté en este blog. No se pueden defender los tres a la vez.

Por eso, veremos a las personas más viciosas mantenerse en el fondo del fango o por encima de los topes de lo que es una vida normal, estas personas podrán votar en algunos regímenes laxos de filosofía, pero que adolecen de ocuparse de ser formales; la mejor manera de sostener un sistema participativo es vinculando los programas electorales con el mundo de las leyes - hacer prevalecer el imperativo categórico, hacer que los gobernantes deban ser personas técnicas que ejecuten las leyes presupuestarias - incorporar jurisprudencia administrativa, conseguir que un legislador valga bien poco en solitario - democracia líquida.

Las fórmulas se conocen, son aplicables. Pero los que quieren exprimir la vida y ser un ejemplo de superconsumismo quieren ser los que marquen el paso..., y tarde o temprano se quebrará el sistema económico y viviremos una singularidad inaceptable: será la sociedad entera la que sucumba y se desvelará lo absurda que es la gente que dice poder controlar la situación con los esquemas actuales.


lunes, 12 de abril de 2021

Nostalgia

Cuando empecé a trabajar en mi kiosko había una extraña sensación; algo que nuestra mente sólo podría atribuir a un tipo de olor - pues se trata de un concepto ininteligible. Una sensación que nunca se había vivido y que se repetía en el tipo de estrés que tenía el cerebro cuando iba a trabajar todos los días.

Como casi una década después mientras venía parte de ese olor que no huele a nada se volvía a repetir. Debo decir que debe tratarse de lo que yo llamo un fenómeno huérfano, asociado al olor: el olor y el estrés de tener que ir a trabajar con un sentimiento de autonomía por la mañana temprano era desconocido para mí y le atribuí el valor cultural en aquella época. Por eso, al volver a percibir esas sensaciones vuelve el peculiar recuerdo al que le atribuyo el meme en cuestión.

La única sensación de libertad que podría tener derecho a sentir, y todavía no tendría derecho a quejarme en comparación con cómo están las cosas en general. Quizá para cuando acabe esta peculiar crisis económica..., porque para mí febrero del año pasado fue realmente bueno, ¿volverán las vacas gordas?

Hoy mismo me ha venido un correo donde se ha dado la sorpresa de que mis artículos de divulgación han superado un techo de cristal: parece que en un mes ya puedo ganar algo así como 2'50 €. Y sigue siendo para mí un misterio: esas aportaciones que hice las tengo más que abandonadas en el pasado. Son artículos que no representan toda la complejidad de lo que tengo desarrollado. Sin ir más lejos, ahora estaba ultimando una técnica algebraica que le interesó a un ganador de un premio nóbel de economía, y que ahora mismo está muerto. Le dije que se la atribuyera, si tanto le apasionaba; pero me la respetó: ¿acabaré por publicar esas aportaciones a la teoría de números?

Y me lo planteo; hubo un journal que me respondió en una ocasión una cosa bien extraña: "si le pones referencias entonces te lo publicamos". Lo que pasa es que al reescribir el ensayo descubrí que había un leve matiz que no había justificado..., un fleco sin aclarar, un punto negro... Así que lo dejé pasar. Añadir referencias es fácil: sólo tienes que volver a revivir los pasos y aclarar porqué lo hiciste, cómo lo hicieron otros, qué esperan otros que hagas... Es un filtro para niños pequeños.

El filtro más importante es que realmente puedas encontrar a alguien que quiera leer lo que haces.

Y precisamente ha sido en medium donde ha confluido la combinación de los peores pares con los más masivos que he podido tener. Y no lo veo justo: una sociedad sin comunidad científica está abocada a perecer por culpa de la falta de confiabilidad.

Pasa, por ejemplo, como con la NASA, que asegura que es capaz de predecir el impacto de un meteorito que sea suficientemente grande como para generar destrozos importantes; y ya vimos que eso fue rotundamente mentira por lo ocurrido en Rusia no hace tanto. Es decir, la ausencia de una comunidad científica lo que genera es que no seamos capaces de predecir lo que pueda ser más desastroso para estar acolchados.

Ha ocurrido con el coronavirus: cualquier epidemiólogo sabía que la superpoblación combinado con las mutaciones de los coronavirus cada cien años podría llevarnos a una situación desastrosa. Y efectivamente, cada varios años se simula en un ordenador si la población sería capaz de reaccionar - y suele fallar siempre en la simulación. Pero como no hay comunidad científica eso da igual, y se espera al desastre.

Lo mismo ha ocurrido con las advertencias sobre cómo se deja el ecosistema, o lo que estaba pasando en el Mar Menor. Son advertencias que se desatienden porque la comunidad científica está al servicio del político y de las ideas que permitan darle votos y financiar su partido. Así, poco a poco se va idiotizando más y más la población. Hasta que el siguiente desastre vuelva a establecer la agenda.

Tampoco sirve de nada coger al hombre más listo del mundo y "darle el poder del planeta". Esa es la solución que daría un idiota: el problema es que el planeta es idiota, no que el poder esté en manos de un idiota - porque el problema es que el poder está en manos de idiotas, en plural.

Es la ansiedad que produce ver cómo todo va a peor en parte, a mejor en otra, y ver cómo todo el mundo se fija en lo bueno..., como si esa fuera su obligación. Pero, ¿y si por mirar donde no se debe acabamos en peor situación? ¿No estaremos cegando a las futuras generaciones y, por ello, condenándolas?

Si a mí me dieran el poder lo primero que haría con él sería anular el sistema político para que la participación ciudadana no sea mediante logotipos.

Así que ha sido entrar en mi kiosko, y volver a sentir esa autonomía falsa - sometida. Entrar en las redes sociales y volver a ver los barrotes, sorprenderme por haber ganado 2'50€ y entristecerme porque otras investigaciones no serán tomadas en cuenta. Ha sido cabrearme mientras veía una buena película por la absurda adolescencia que me tocó vivir, y terminar mis investigaciones sobre esta nueva teoría de números al encontrar los complejos, los enteros, los naturales, los reales y los enteros modulares en ese orden... Ha sido apoteósico, inefable..., si ese hombre o su esposa estuvieran vivos se lo habría contado. Ahora no hay absolutamente nadie en este planeta vivo para contárselo. He llegado tarde.

He intentado publicar un documento mucho más simple y pragmático que resolvía el problema de satisfacción lógica, y más allá, y ya he visto el interés que suscita: siguen leyendo el artículo, nada más. Ni aplausos, ni agradecimientos de ningún tipo. Click, lectura y adiós..., constantemente. El mundo es idiota.

Por eso volví atrás hace casi diez años y sentí una extraña sensación de libertad y autonomía. Dar dos pasos adelante y uno atrás, o dar dos pasos atrás y uno adelante. Lo que no le podemos decir a un idiota es que abandone sus vicios personales, por mucho poder que nos otorgue.

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