Éste no será un post sobre el Imperio de los sentidos. Aunque hay ciertas semejanzas entre el mensaje de la película y lo que pretendo; en cualquier caso, se me va a permitir inculcar un halo de inocencia a mi texto.
Vuelvo a reinventarme, ¿cómo clasificar las funciones del lenguaje? Según mi teoría del género único debe haber cuatro clasificaciones básicas: estereotipo, ilusión, pragmatismo y justificación. Asímismo, estas clasificaciones entran dentro de cuatro grandes secciones, dependiendo de si es el preludio, la parte ascendente de la historia, la descendente y la secuela.
Preludio y parte ascendente es como la relación entre tesis y antítesis de Hegel, de donde la parte descendente puede sonar a la síntesis. Obviamente la secuela sería la respuesta al trilema formado por las tres partes anteriores: cuando no es posible la trilogía es porque hay aspectos que se quedaron abiertos y que son la motivación para culminar la obra con una secuela.
Todo esto es muy teórico; al fin y al cabo, la combinación de distintas funciones de lenguaje pueden conformar una nueva función de lenguaje - susceptible de clasificarse entre estereotipo, ilusión, pragmatismo y justificación. Eso es debido a que el mensaje reunido de distintas funciones de lenguaje conforman una nueva función de lenguaje. Y cuando se combinan, en su ritmo y con sus tiempos, las funciones pertinentes entonces generan la sección - que no es sino una sensación. Según mi teoría del género único, cuatro únicas sensaciones: fabulación, maravilla, heroicidad y confabulación. Es decir, sorpresa, encandilamiento, ira y miedo.
Son las cuatro edades del ser humano: lactancia, niñez, adolescencia y adultez. Cuando aprende de los padres, comprende la familia, se separa de la familia y conforma su propia tribu.
Pero sigo dándole vueltas, no es suficiente con lo que tengo. Necesito más: ¿cuándo aparece un sentimiento? ¿Cuándo emerge uno y se reprime otro? ¿Cómo podemos hablar de una obra emocionante o con alguna clase de chispa? Cuando una sensación es impactante la siguiente vez que sabemos de ella pierde parte de su efecto. Las sensaciones compartidas son más que especulativas: su producción es tremendamente trivial, y su valor es completamente dependiente del mercado que lo consume. Y, por otro lado, hay algo más allá: esa sensación compartida puede ser un acto poético incomprendido, que se depurará con el tiempo, no se volverá obsoleto en ocasiones.
Se pueden listar todas las emociones..., miedo: susto, pasmo, sufrimiento, agobio, paranoia, asco, etc; vergüenza: gringe, parodia, torpeza, risa, etc; amor: comedia, astucia, casual, tragedia, sacrificio, etc; ira: martirio, ejemplaridad, arengas, etc...
Sin embargo, la misma construcción que tiene por objeto provocar una broma constructiva podría generar una ira destructiva; la gente podría ofenderse. Lo que supone una tragedia que nos recuerda a algo personal, cuanto más cercana, más melancólica. Si esa melancolía tiene un hálito de esperanza y evoca a hacia el pasado con la esperanza de un mundo mejor entonces se convierte en nostalgia. Pero entonces son dos sensaciones completamente opuestas. Una melancolía lejana, de la que no te sientes partícipe, y que aparece sorpresivamente y efímera no es más que un chascarrillo. Lo lejano hace gracia, cuanto más abstracto más blanco. La ironía juega con la moralidad y el razonamiento: lo que esperamos frente a lo que nos encontramos. Pero si se trata de un acto de ruptura contra la imagen de un líder entonces es un humor ácido. Se alimenta de una vergüenza que nos es ajena. Al mantener la estructura de liderazgo la acidez se convierte en una comedia de amor; donde nos encandila el personaje y su fragilidad. Las partes fuertes, si son combativas, nos sugieren astucia - no tanto inteligencia, sino una manera de maquinar la supervivencia en ese mundo ácido. Pero si el movimiento acaba manteniendo el protagonismo en el héroe, por encima de las circunstancias, entonces estamos ante un acto ejemplar. El acto ejemplar puede acabar mal, por lo que se convierte en un mártir. Puede llevar a muchos hacia su propio camino, por lo que su palabra se hace arenga...
Es decir, los sentimientos son muy líquidos. No es fácil separarlos mediante una formulación. El mecanismo más adecuado que he encontrado ha sido creando arquetipos donde se reconocen simetrías y un álgebra - de ahí que me valga del tarot de Marsella. Es una estructura que funciona bastante bien para separar conceptos y relacionarlos entre sí.
Cuando un arquetipo se relaciona con otro arquetipo entonces se transforma en un tercero. Esa operación es posible, y exige estudiar si es lo suficientemente relevante - pues coherente he comprobado que sí. La cosa es: ¿hasta qué punto una máquina podría generar una historia que genere sensaciones de un cierto tipo? ¿Hasta qué punto el poner sobre el tapete arquetipos con un perfil específico y sus propios n-gramas que obligue a valerse de su propio corpus puede generar las sensaciones apropiadas desde su dialéctica o relación?
Esto nos lleva a necesitar una clasificación más profunda que la que nos dio Propp sobre los items, lo que yo llamo eones. Mil historias se pueden contar a partir de Excalibur antes de que todo su significado pierda el interés. Todas esas historias encajarán en sus correspondientes definiciones tras combinar las cuatro fases que conforman una sección. La unión de todas las secciones conforman el perfil del eón.
Así que cuando estemos contando una historia donde aparece un objeto, este objeto debe cumplir un mensaje dentro de la historia: debe pasar de estar de una manera, para estar de otra, que se le vea así o asá. Todo para cumplir un objetivo: la historia que contamos debe cumplir un objetivo dentro del histórico del objeto, de su eón.
En las leyendas artúricas Excalibur fue colocada por el padre secreto de Arturo sobre una piedra, y para cuando dejó de ser necesitada fue devuelta a la dama del lago. Si esa espada no hubiera tenido función entonces no habría sido interesante su mención. Si nos damos cuenta, los sentimientos que nos produce un eón trasciende a las emociones circunstanciales o a la sensación de liderazgo de un arquetipo. Eso que trasciende en realidad no es más que un mensaje que no puede ser sentido de forma efímera ni alienado a cultura alguna.
Cada película que quiera versionar al rey Arturo le dará a la espada un perfil diferente, en virtud de por dónde vaya la intención del director. Es, por tanto, el mensaje que adquiere el eón el propio carácter más trascendente que nos transmite un autor a través de la obra. Por lo que la comprensión de cada uno de estos ciclos que coleccionan el perfil de un objeto es, en suma, una expresión de cómo lo contempla la Humanidad más allá del individuo mismo.
Cuando dispones de una manera de dirigirte hacia los colectivos mediante un sistema mucho más persistente que los mecanismos de los que se valgan sus líderes, obtienes las herramientas necesarias para dirigir un imperio sin que se imponga en él el miedo. Cosa que hasta ahora sigue siendo impensable.
Dirigir un imperio sin un sistema moral que trascienda al individuo de manera persistente obliga a que la dirección se torne en una dictadura; por eso quizá el papel que ha tenido el existencialismo sea ocupar este lugar en concreto. De la misma manera que la única manera de armonizar un imperio es mediante una armonización fiscal - porque el único miedo válido debería de ser el de la corrupción.
Pero bueno..., creo que me voy desviando.