Cuando se está en una crisis porque no te ves envuelto en una comunidad que esté a la altura como para querer formar parte de ella es muy difícil querer ser ambicioso. La ambición es la fuente de toda creatividad, se alimenta con el consumo, se sostiene dentro de una vida plena y requiere muchísima cultura.
Cuando en un país dicen querer desear gente ambiciosa ahí aparecerá el tonto pensando que nos referimos a individualistas, o a liberales. Y ojo, el término que he usado no es incoherente con el resto de mi terminología: cuando digo tonto no es un insulto, es una etiqueta que ya dije cómo se calcula en este mismo blog. Y es que el exceso de tontez te puede llevar a volverte un idiota, que no es la famosa discapacidad que - de hecho - no tiene nada que ver con lo que menciono, sino que es un estado vicioso mediante el cual el sujeto se vuelve irracionalmente egoísta. Un egoísmo clasificado por el propio Bertrand Russell en cuatro formas posibles, y que yo comparto - porque son cuatro tipos de traumas que pueden afectar a la cultura de una sociedad y sus generaciones más inmediatas.
Pero aún así es necesario hablar de ambición. El individualismo no es sinónimo de ambición porque cuando observamos asesinos en serie dudo que a eso lo queramos llamar "ser ambiciosos"; cuando observamos personas que machacan a otras para conseguir escalar puestos tampoco podemos llamar a eso "ser ambiciosos". De hecho, hemos visto muchas películas ochenteras que nos explicaban ese concepto: la ambición malentendida provoca que el protagonista acabe descubriendo que estuvo en un error. Es decir, la verdadera ambición que se desea que tenga el pueblo debe ser la ambición que no es tóxica, la que siempre intenta avanzar y construir.
Así que volvemos al punto: ¿cómo se consigue la ambición? Cuando en los videojuegos JRPG, más en concreto los Final Fantasy, empezaron a incorporar exámenes para ver lo buen estratega que eras, poco a poco yo creo que fue perdiendo el fuelle que tenía al principio. En muchas ocasiones el jugador no se siente afín con esa evaluación, y es como si le estuvieran juzgando y de una manera nada constructiva. Otra cosa ocurre cuando estás luchando por conseguir algo y, de repente, te dan un trofeo. Ese trofeo tiene un nombre, que se hace coherente de manera frívola a lo que has estado intentando ¡Ésa sí es una buena evaluación!
De la misma manera, es interesante que para cuando se ha alcanzado cierto nivel de aprendizaje exista una manera de transmitir la exigencia más inmediata; esto es porque existen técnicas muy específicas para gente muy experta. En esos casos los exámenes pueden ser muy promotores de querer trabajar duro. Pero hay que tener cuidado con darle a los funcionarios un poder que usen para arrebatarle a los estudiantes sus ambiciones; hay que tener cuidado de saber confeccionar una buena programación por un lado y un buen perfil separando las funciones del docente... No es lo mismo la jefatura, que la tutoría, que la docencia misma, o que incluso que el dinamizador de grupo. Bien se haría en fomentar esas figuras con independencia: que te examine un profesor diferente que el que te enseña, que haya un tutor personalizado, que el objeto sea sumar puntos a tu propio ritmo, que puedas elegir tu manera de recibir clases, etc... Si se sabe organizar bien no es algo costoso - y menos cuando tenemos ordenadores capaces de vencer a los humanos jugando al ajedrez, que se resuelve como un problema PSPACE.
En definitiva, no diré que si la vida te da limones haz limonada, sino más bien que si a tu alrededor no ves incentivos lo mejor que puedes hacer es cambiar de comunidad. Ningún ser humano puede entender la felicidad eligiendo la isla desierta en la que vivir, principalmente porque la felicidad no es algo que se busca, sino algo que se encuentra por estar en el lugar más adecuado - rodeado de la gente más adecuada.
Ya lo habré mencionado varias veces: lo mejor cuando observas que un amigo te intoxica es alejarte de él, es lo mejor para ti y para él, porque si sacaba beneficio de algo tan poco ambicioso entonces estaba desperdiciando su talento, y sus energías. Lo mismo pasa en una relación laboral, si no funciona lo mejor es despedirse - ¿para qué llenarlo todo de griteríos y traiciones por la espalda? ¿Es que somos niños pequeños? Ya tenemos una edad y hay que ver las cosas con mesura e inteligencia.
El principal problema de quien trabaja es que no es él el que elige ni el trabajo ni sus condiciones; algunas cosas nunca cambian. Y eso es debido a que hay una situación de extorsión implícita - de esa manera es imposible ser ambicioso. La ambición se gana si a la hora de aceptar un trabajo el propio trabajador tiene la opción de no aceptarlo - la propaganda liberal tan famosa. Y la única manera en la que eso se puede producir, dentro del enfoque más sencillo, es con una renta básica. Habiendo una cobertura garantizada las ambiciones son posibles.
Aún así, los defensores de la escuela austríaca no parece que les importe demasiado el estado de amenaza continua en el que se encuentra un trabajador. De hecho, siempre tienen como un problema de Alzheimer cuando se trata del más débil... Lo observamos continuamente: a algunos no les molesta que haya escuelas concertadas (empresas que se lucran con subvenciones del estado), pero sí que se forme un sector profesional de electricistas concertados, por ejemplo; parecería un problema salvar a las familias del caos financiero que provocan los bancos, pero no lo es tanto el salvar las autopistas o a los propios bancos. Dependiendo de a quien preguntes enfoca el liberalismo de una manera o de otra, pero cuando les preguntas cuáles son los pilares del liberalismo...
Los pilares del comunismo son claros: el capítulo cuarto del Contrato Social de Rousseau. El contrato social era un concepto conocido, y sólo hay que comprender que es posible conformar colectivos sin necesidad de religión, abolengo o propiedades. Y que en la medida de que esos elementos van a existir tenemos que crear una relación de convivencia, como es lógico.
Pero esa es la ambición que hay que dejar que tenga cada uno. Algunos ambicionan las propiedades, otros que le reconozcan su abolengo y otros el acercarse a la deidad. La ambición de las personas de bien debería de residir en los actos, el trabajo de cara a la civilización: ya sea con los tuyos o por lo que resuelves desde un punto de vista técnico. Que no se quiera valorar el trabajo de un albañil, y que este deslome, dando a entender que su pensión debe valer menos que la de un arquitecto..., eso es no entender absolutamente nada.
Poner en valor la inteligencia de la gestión por encima de la inteligencia de la fuerza da a entender que la gente sólo es capaz de compartir una idea vaga de lo que es la meritocracia a través de las apariencias. Y eso es de tontos. Una sociedad que no es capaz de generar los trofeos a cada individuo no ha sido capaz de poner un pacto social, y sucumbirá para las generaciones venideras. Esa sociedad habrá fracasado, pero como se sigue trabajando inercialmente se generará una sensación de continuidad, del triunfo de la socialdemocracia, de la monarquía o de lo que sea. Parecería que están esperando a que se asalte la bastilla y rueden cabezas para que se den cuenta de que su modelo está marchito. Es, una vez más, de idiotas.