Es muy fácil encontrar historiadores de la filosofía que han optado por ningunear la jerga usada por neurocientíficos, así como pedagogos, sólo porque aparentaban errar a la hora de atribuirle a las partes cualidades propias del todo.
Muchos expertos dicen que el cerebro piensa por nosotros, cuando sería más correcto pensar que nuestro pensamiento se procesa en su mayor parte dentro de los límites del cerebro. De hecho, la corrección a la frase que acabo de decir tiene muchos grados, incluída la que dice que sí, que realmente es el cerebro el que piensa con todas sus letras.
El cerebro es un órgano, ni siquiera es un sistema. Es más fácil pensar que el sistema nervioso es el que piensa, imagina, etc... Y aún así yo tendría mis dudas sobre si es o no ortodoxo decir algo así. En cualquier caso, valorar cuándo nos pasamos de listos es algo que suele hacer mucha gente que ha leído muchos libros antiguos..., libros donde lo normal era escuchar memeces sin fundamento. No hay que olvidar que la neurología se reinventó desde el año 2000 aproximadamente. Así que lo dicho el suficiente número de años atrás puede sonar, más o menos, trasnochado.
Pero no, el filósofo de turno suele preferir los esquemas que vienen desde las letras. Y claro, vuelve a resurgir la duda: ¿se equivoca en sus matices? ¿Es posible que esté ejerciendo alguna clase de intrusismo profesional?
Hoy día tenemos modelos matemáticos que nos explican cómo funciona una neurona, mucho más detallados que los que expuso Ramón y Cajal, aunque se sigue sin darle función a cada neurona, parte blanca, etc... Los informáticos se han podido meter a trapo pudiendo jugar con una simplificación de esos modelos para generar máquinas eficientes. Pero no ha habido aún una fusión entre los dos campos.
A todo esto, llegan los filósofos con aires de ser expertos en filología sobre los aspectos más ontológicos que se han escogido: consciencia, inteligencia, imaginación, creencia, percepción, sentir... Esas palabras parecen inapropiadas de aplicarlas sobre las partes del cuerpo, pues provienen en exclusividad de la idea que tenemos de lo que es un humano (como se podría extraer de las reflexiones de Wittgenstein). Pero claro, más que un problema filosófico parece un problema filológico: se busca el protopensamiento en las partes para explicar el origen del pensamiento en el individuo, por ejemplo. Ha habido múltiples réplicas a esa acusación...
El tema de la consciencia, la inteligencia, etc..., yo lo había abordado desde un punto de vista muy tolerante desde siempre. Consideré que una fórmula que satisfaga la qualia, la experiencia, de la sensación que se siente por vivir ese concepto sería aceptado por necesidad. Así que, en una ocasión, tuve la oportunidad de exponer en castellano tal fórmula algebraica a un grupo muy numeroso de gente de letras.
Y en el fondo lo supuse, pero quería comprobarlo de primera mano: llegaron las críticas tipo new-age: que si me escondía en tecnicismos, que lo mío era pseudociencias..., se tiró de muñecos de paja para criticarme, dedujeron cosas que no se habían ni mencionado para derribar mis argumentos. Me pareció tan futil la versión más oficial que salía de ese foro que, directamente, pasé de toda esa chusma - porque no había manera. Y luego les recordé que Heidegger ya dio una definición suficientemente igual en su famoso libro en el primer capítulo..., desde mi punto de vista toda esa gente no eran más que legos, en su propia disciplina. No me interesaban.
Así que visto lo visto, ya que el estudioso de historia de la filosofía - por regla general, no tiene ni idea ni de su propio campo, el intentar suplir una fórmula que justifique la sensación falsaria de dualismo dentro de una realidad monista se me antojó innecesaria: prefiero centrarme a partir de ahora en dar respuestas inertes, propias de ingenieros, porque no está el caviar para la boca del asno.
Y, efectivamente: vamos a dar meras zanahorias y, para cuando se nos vuelvan exquisitos con la comida, pues ya pescamos otro tipo de exquisiteces. Pero dar una respuesta impactante de golpe y porrazo..., mejor no.
- ¿Qué es la vida?
- ¡Y a ti qué te importa!
Y es que otra de las necedades que he tenido que presenciar por parte del historiador de filosofía es cuando se mete contra los qualia. Claro... Ya no les bastaba con meterse con la filosofía de la neurociencia, que usan términos que pueden exigir una mayor o menor depuración en los términos, pero que es posible que su simplificación no sea más que una licencia pedagógica que importe poco, o que se use como pista para factorizar un poco más los problemas de envergadura, ahora resulta que también tienen que meterse con los qualia.
El filósofo que se mete donde no percibe necesidad de saber poco tiene que aportar sobre la redundancia de términos. Y es que se cuestiona si los qualia son compatibles con el rigor científico: porque generan ambigüedades, o alguna clase de replicación. Y lo curioso es precisamente que ya menciono lo expertos que somos todos sobre la vida y, al mismo tiempo, lo ignorantes que somos sobre la experiencia de vida. Si fuéramos tan expertos en la qualia de la vida entonces nada más aparecer un listo que revele la fórmula poética todos los historiadores de filosofía estarían de acuerdo con dicha definición.
Pero no, en realidad les dan por cuestionar incluso la palabra qualia en sí misma. Es como que una cosa es ignorar que te han dado una buena definición, y luego hay otros que incluso ignoran que se están quitando términos necesarios para darse cuenta de que ignoran una buena definición.
Cuando Dewey planteó los qualia lo hizo desde la experiencia de que los niños debían aprender a aprender, por encima de aprender sin más. De esa manera podían desarrollar su capacidad autónoma y conformar grupos democráticos con un poder cultural devastador por encima de dictados intencionados. Los qualia bien puede servir para hablar de una etiqueta donde colocamos un concepto que, ya de por sí, puede ser sinónimo de experiencia. Y claro, ¿qué significa la experiencia de la experiencia? Entiendo que para eso es más cómodo usar una palabra diferente. Más que nada para diferenciar la qualia de la experiencia, o porque la qualia de la qualia tiene toda la pinta de no tener un especial sentido.
Y eso es lo que he estado leyendo desde hace un par de días: sobre críticas poco fundadas, aunque con un cierto grado de exigencia bastante inteligente, sobre cómo la neurología ha entrado en un bucle de dogmas no admitidos que podría dificultar su correcto avance. Pero claro, si el propio documento ya de por sí a mí también me parece dogmático entonces...
Sea como fuere, llama la atención de que el que desarrolla desde un punto de vista del modelo matemático esos temas, para su computación, no sea preguntado. Que se le pregunte a gente que no le intenta sacar provecho a esos modelos para hacerlos prácticos y eficientes. O, peor, que en vez de preguntar a filólogos sobre el uso de tales términos, se pregunte a historiadores de filosofía que, por supuesto, incorporarán sus propios sesgos ideológicos.
En cualquier caso, a mí ya se me quitaron las ganas de hablar de esos asuntos intentando respetar el sentimiento de los que usaron tales palabras de cara a según qué motivaciones. Yo seguiré con mis modelos y, todo lo más, me dará por tirar un poco de mimetismo, pero no me interesa explicar cómo funciona el cerebro, entre otras cosas, porque aunque sea capaz de observar algo casi en exclusividad está claro que sería de casualidad, después de un arduo trabajo de investigación y que, al final, jamás me sería reconocido de ninguna de las maneras aunque hubiera una manera trivial de constatarlo.