No me he visto con fuerzas como para continuar con el guión, ni tampoco con constituir el metamarco que introduce al psicopompo..., o como lo quiera llamar al final, al mayordomo del entremundos. Al fin y al cabo, ya solo queda el tipo de juego que divierte hasta darle sentido a la vida, de manera que el que lo juegue no necesite sentir que deba darle ninguna clase de sentido.
No. Anoche me dio por despertarme, según los esquemas sistémicos que van evolucionando estas entradas ahora, si bien corresponde explicar la diferencia que hay entre los juegos donde se avanza a partir de estar en una zona y los juegos donde se avanza a partir de haber conseguido un objetivo formal, entonces para entender lo que es la verdadera disonancia cognitiva haría falta tocar temas mucho más profundos - sobre los distintos arquetipos que rodean el entorno social.
Se me cruzó que debía replantear la ley Zipf, volverla a explicar..., esta entrada no podía hacerse otra vez tan compleja. Y hace un calor tan bochornoso... Suerte que me sé hidratar, y voy preparado al respecto.
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Hoy pretendía comentar algo que pasó cuando era adolescente, en mi primer año de instituto.
Ya en su momento empecé a tener relaciones de amistad con un compañero que también era otro genio - por alguna razón podíamos hablar con total soltura sin sentirnos frenados por ello. Nos complementamos muy bien, y para cuando le dije que sospechaba que él era un genio, me lo confirmó. Pero las susceptibilidades de mi familia, los comentarios..., eso de que yo pase mucho tiempo con un amigo..., las toxicidades, provocaron que evitara que siguiéramos viéndonos. De hecho, poco a poco, emegieron situaciones extrañas: exámenes que daban a entender que no sabía lo que ponía, o cosas por el estilo..., poco a poco el profesorado hacía de las suyas, y me imaginaba qué era. Efectivamente, en aquella época yo me dejaba barba tipo Papá Noel con 14 años, y vestía de una manera retro que parecía la versión más pobre de un refugiado o un sin techo. Por una cuestión de principios no pensaba cambiar ni un ápice mi forma de hacer las cosas, pretendía luchar con la verdad por delante..., adolescentes.
Con el tiempo empecé a recibir acosos continuos, que si el compañero de al lado se masturbaba, que si por detrás me tiraban papelitos chupados..., todo asqueroso. Así que me marché a la última fila, lejos de esos que decían ser mis amigos. Lejos de esa pandilla tan asquerosa, que era con la que solía pasar más el tiempo - jugando a rol.
Desde atrás, poco a poco vi cómo esa pandilla se iba valentonando en torno a la discriminación de dos personas: uno de etnia gitana, y otra negra. Poco a poco las bromas y comentarios eran más insistentes, más de mal gusto por su persistencia. Cansinos... Se olía el odio en el ambiente. Así que probé inicialmente a reclamarles que lo dejaran ya, el clásico grito ante toda una clase cuando tocaba descanso. Me expuse en la pizarra y borré la silueta para decirles que pararan de una vez. Y entonces fue cuando, a pesar de que previamente había hablado con él, el mismo colega que era un genio como yo me apuñaló por la espalda - me desautorizó. Y el factor sorpresa que les provoqué quedó anulado, empezaron a reirse de mí de manera insistente.
Pasaron los días y consideré que la obsesión que tenían por esos dos y conmigo ya había llegado a un punto donde había que ponerlo en conocimiento al profesorado... Pues bien, es aquí cuando empieza la complejidad. Al terminar su clase, me dirigí a la profesora que, además, era nuestra tutora, y le expuse que había unos cinco compañeros que tenían un comportamiento lleno de odio, y que más en concreto había dos que tenían que cambiar radicalmente de actitud. Hay que decir que no recuerdo exactamente mis términos, pero lo hice ante toda la clase - para que se vieran las cartas.
Y ocurrió lo que nunca debió: la profesora, que para mayor aberración se llamaba Caridad (y para reirnos de ella Quevedo, cuando era tuerta), en vez de pedirme hechos, o que desarrollara qué problemas se habían dado, se adhirió a las bromas de los acusados. En tropel, los cinco empezaron a bromear y quitarle hierro, mientras se endurecían contra mí: tan pronto como decían que no eran más que comentarios sin importancia luego se me encaraban cínicamente para decir que me iba a poner a llorar. No se pudo dilucidar absolutamente nada que hubieran hecho, automáticamente todo lo sucedido no fue más que la interpretación que ellos daban. Quedó confirmado, yo también estaba siendo discriminado - y era superior al uso de la razón o a ser portador de la verdad misma.
Así que cogí mis cosas y me fui al patio, ya que disponía de una información privilegiada que me decía que tenía una hora libre. Busqué un lugar apartado y, efectivamente, cuando a mí siempre me habían dado palizas por haberme puesto a llorar, diré que lloré. No entendía nada. Nada cuadraba. Comprendí que, efectivamente, me habían tildado de ser una persona que se "preocupaba" de más (una karen), que es como si fuera un neurótico... Y debía pensar muy bien mi siguiente estrategia, ¿la dirección del centro, alguna institución que protegiera a menores? Sin embargo ocurrió, como en toda buena historia, un cambio significativo: no es correcto pensar que me había convertido en un paria, o que para mis compañeros había demostrado ser muy débil.
Tenía la apariencia de un paria, y aparentaba ser muy débil, pero es aquí donde entra la ley Zipf, y es aquí donde entra el misterioso poder de control mental. Me percaté que si yo pensaba algo, externamente nadie estaba de acuerdo, pero todos concordaban conmigo. Si yo sentía algo, todos se reían de mí, pero tomaban en cuenta ese sentimiento. Había un comportamiento en falso: era un chico débil en falso, un villano en falso..., pero, al mismo tiempo, era el que tenían en mente - inquebrantable y fiel a mis Principios. Racional y sensible, como hay que serlo. Puteado por fuera, pero inmaculado por dentro: un pseudoparia.
No me di cuenta inmediatamente, pero poco a poco me daba cuenta de que el teatro me daba la razón, y que tenía un poder cada vez más creciente. Observaba los hilos de la corrupción, y podía entretejerlos para conferir una red de araña según me pareciera. Una red invisible con hilos que llegaban más allá de donde era capaz de ver ¿Para qué buscar ayuda exterior? ¿Acaso no podía volver a ocurrir lo mismo? Seguro que se repetía la situación. Observé cómo mis compañeros me daban su apoyo incondicional por el acto de denuncia pública que llevé a cabo, porque consideraron que esa profesora no hizo su cometido y se había quedado impune. Por eso necesitaban compensarme - tan simple que no necesita ni explicación.
En mi novela lo llamé "El misterioso poder de control mental". Obviamente solo quise representarlo como un "poder mágico" - y de mágico no tiene nada. Realmente todos estamos interconectados por una dimensión que nos es invisible a nosotros, y que atraviesa nuestra matriz tridimensional. Es un paseo por lo trascendente, y que los animales domésticos comparten con nosotros. Ya lo decía Kafka, todos los misterios se resuelven a través de un perro. Ese perro que te elige porque está bien contigo en realidad ha conectado esos hilos inconscientemente..., contigo.
Si se te ocurre una idea y la tienes en mente, entonces en la medida en la que ésta se hace cierta hay un calentamiento o estrés que te quitas - hay una entropía que restas. Es como si se entrara en conexión con la experiencia misma.
Esos dos amigos a los que acosaban se sintieron más fuertes y alcanzaron el éxito desde su ámbito personal. Esto es porque ellos nunca fueron unos parias, todo lo más dos personas claramente discriminadas. Pero, lo que me daba fuerzas era comprender que ellos confiaban en mí - como si yo pudiera hacer nada para ayudarles; y al final los acababa ayudando igualmente.
Todo es un poco más complejo que lo dicho..., porque también pasaron más cosas buenas y malas..., y el convertirse en pseudoparia significa también tirar de humor negro, como de no reirme de ningún chiste de humor negro que viniera de ellos. Era una fortaleza superior cuando se combinaba con la generosidad de darles mi perdón de manera coherente, y de intentar seguir apoyándolos a todos.
Digamos que ese juego que me monté es en lo que consiste el último de los metamarcos, pero ya explicaré mejor qué se entiende por un videojuego autogenerado..., o no. El tiempo dirá para qué seguir desarrollando estas entradas.