martes, 25 de junio de 2019

En boca cerrada...

Me he arreglado la boca y, al salir del dentista, sigue dándome una impresión extraña hacer planes para el futuro - aunque sea para dentro de dos semanas.




Siempre soñé con llegar hasta...

Se me han cruzado los cables. Ha salido salir del dentista y las lágrimas no paraban de salir; pues estaba traumado de la penúltima vez que fui, y que fue traumático. Aún tenía síntomas postraumáticos que me impedían volver a pisar una clínica.

Durante toda la sesión estuvieron preocupándose por mi bienestar y, al mismo tiempo, me resultaba imposible dejar de temblar. Puedo afrontar la muerte, puedo afrontar cualquier tiempo de confrontación - pero depender de la anestesia..., ¡cómo odio esas cosas! Y volvió a traicionarme en esa sala, pero hubo tacto. Durante una hora no paraba de dejar de temblar desde antes de la intervención, y después.

Pero todo salió bien. Y me sigue pareciendo extraño, es obvio que seguiré vivo para dentro de dos semanas - pero no es la imagen que tengo de mí.

Recuerdo cuando me di el trompazo a mis doce años. Mis amigos me preguntaron cómo fue posible: y se lo expliqué - me subí a una cuerda, reté a un chaval a que no era capaz de levantar a una veintena de chavales, todos se soltaron a la vez y, esperando un gesto de salvación que no llegó, al final decidí soltarme de la cuerda con la mala gestión por mi parte de anunciarlo y apretar fuertemente los dientes para no morderme la lengua... Fue un cúmulo de malas decisiones.

Después de eso, mi rostro no me era reconocible, ya desde entonces no me valdría la pena relacionarme con la gente. Fue desde entonces que la felicidad desbordante dejó de fluir, poco a poco..., cada vez iba en decremento. Y fui asumiendo la responsabilidad de una dentadura que no era capaz de cerrar sin pararme a pensar antes.

Las indecisiones del dentista, sólo comparables con la crueldad de las administraciones públicas (la seguridad social no reconoce esos accidentes, aunque se hayan producido en el colegio), me llevaron a que yo mismo con mis medios me deformara la dentadura para que la parte inferior estuviera por delante de la superior. Desde entonces empecé a vivir mi vida con estabilidad. Fue un gran logro por mi parte - y luego el dentista me remató la faena para que todo encajara y así no tener que cerrar a dos tiempos.

Fueron meses y meses de agobios y de problemas. Hasta que me tocara asumir que eso era en lo que me había convertido. Me acostumbré a ver cómo mis amigos ya no podían reir conmigo, pues lo leía en sus ojos, su condescendencia, su pena..., y en ocasiones su enorme asco. Esas cosas te cambian.

Pero, por muy inestables que sean mis dientes y lo fascinantes que le resulte a los dentistas, he tenido una vida en la universidad como para olvidar esa monstruosidad, hacerme novias, vivir una vida plena de fiestas, etc... Puede que la dentadura provocara a más de una arrepentirse y dejarme a medias, o puede que eso le pasara a todas - razón por la cual me autoconsidero como virgen, pero no me han faltado vivencias de todo tipo. Que me falte el bingo es secundario para alguien como yo.

Está siendo que al cumplir los cuarenta, quizá por quitarme tantos muertos de encima, que ha resurgido ese pesar que yo creía que no lo tenía en mente. Pero ya veo que no. Entonces, ¿qué ha pasado con todos esos otros pesares que han aparecido entre los 13 y los 40? Es como si, poco a poco, todo fuera a mejor - o que me estoy haciendo viejo. O ambas cosas.


No puedo negar que cada vez que veo una dentadura perfecta por parte de un varón, quizá de mi edad, quizá menor..., me genera una sensación que tildaremos de envidia. Y digo envidia porque tengo que catalogarlo de alguna manera. Pero..., no sé. Es algo tan superficial ¿Para qué querría recuperar mi infancia?





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