Después de todo lo que ha caído

Uno de los mayores placeres que suelo tener es el de ponerme a programar al mismo tiempo que veo una película. Debo lanzar una mirada retrospectiva y comprobar que las cosas no están tan mal.




Es imposible saber cuándo uno ha tocado ya fondo. La gran ventaja de tocar fondo es que el que te puedan quitar aún más lo consideras aún posible, porque le achacas a tu incapacidad de ver las cosas en positivo el no saber qué es lo que aún puedes perder. Es la peculiar paradoja que puede vivir el desdichado, el que sorpresivamente descubre una y otra vez cada una de las cosas que tenía en cuanto las va perdiendo.

Apreciar los amigos que nunca tuve y los que siempre estuvieron ahí es una de las cosas que ahora sé apreciar mejor y, al mismo tiempo, tampoco lo añoro propiamente dicho; quizá debido a que me veo a mí mismo bastante viejo.

Tomarse las cosas con juventud es una forma de vivir la vida con un cierto carácter burgués, debido a que la ética suele ser resultado de la experiencia, no de la mirada que tengamos de cara al futuro. Así que no es de extrañar que nadie quiera romper los esquemas del mundo si no es con la mirada positiva del que quiere montarse un mundo al margen de la realidad.

Ahora ya puedo vivir las cosas con cierto sosiego, y el espanto lo asocio también a algo propio de gente joven. En cierta manera, es como si la juventud se asociara con la infelicidad existencial, mientras que la vejez se vincule con la verdadera Felicidad: la sensación de plenitud.

Quizá acabe en la indigencia, quizá no tenga ninguna forma de ser protagonista de mi propio futuro, pero nadie me va a arrebatar la sensación de haber completado mi propio proyecto vital. Es decir, todas aquellas cosas que me habrían parecido increible que nadie pudiera hacer no sólo las he hecho, sino que además he sobrepasado mis propias espectativas. He llegado hasta tal nivel de complacencia y satisfacción que me he dado cuenta que el preocuparse de que seas respetado por una comunidad no es propio de gente como yo, que hace tiempo ya debió haber sido digno de respeto. Esa preocupación se desvanece, junto con la preocupación propia de aquel que puede remediar algo y le han puesto grilletes. Llega un punto en el que cansa.

En esa tesitura me encuentro. Es como cuando un depredador te muerde, te sigue mordiendo..., llega un punto en el que cansa resistirse, y entonces alcanzas la Felicidad. Es una sensación de plenitud en su absurdo. La idea de que ya está todo el pescado vendido, y todo el mundo que en un momento dado conociste ya se ha dado un buen festín de besugos.

Ahora me resta esperar a que ese libro que Correos me ha perdido me termine de llegar, ya que he pagado por él: ése que dije que iba a escribir una reseña. Ha pasado veinte días, podría haberme dado tiempo para habérmelo leído; puede que hubiera aprendido cosas muy interesantes - no lo sé. O puede que, simplemente, la palabra aprender haya perdido su sentido investigador que tenía antes para mí: para un omega, para una persona que ya está hecha y la sociedad le ha marcado un final de época, aprender tiene un significado diferente.

Para mí aprender significa hacer reminiscencia, a estas alturas. Algo así como reindexar los conocimientos ya aprendidos, o entrar en matices. Buscar a los términos conocidos nuevas consideraciones. Como disfrutar de las distintas mentalidades que colorean cada uno de los conceptos y vivencias. 

He descubierto en ensayos punteros entre mis colegas de la inteligencia artificial, informática y cosas así errores básicos, fáciles de subsanar, que les habría permitido alcanzar resultados realmente impresionantes. Pero entonces me veo a mí mismo cómo me habría puesto, con esa impaciencia tan peculiar, con ganas como de comerme el mundo: pretendía pensar que tenía la oportunidad de cambiar el mundo, cuando en realidad lo único que buscaba era cambiarme a mí mismo, a la hora de ubicarme en él. Era un planteamiento propio de gente joven. Y ya no lo soy. Lo noto.

El joven, siempre infeliz, buscando una nueva razón para su infelicidad manifiesta, marcándose nuevos objetivos o dando muestras de odio fingido a cosas que ya, de por sí, podrían estar lo suficientemente bien, ya le tocará terminar su etapa. Ya le tocará afrontar la verdad imperturbable de que todo se olvida, todo se pierde. Que el devenir puede ser divertido, pero sólo cuando admitimos un mundo sin trampas, por lo pronto.

Este mes estoy viviendo un aumento de beneficios inesperado en mi kiosko, ha provocado que tuviera que reponer extraordinariamente el número de cargadores. En el fondo, lo que me dice esto  es  que  hay gente que me ayuda en las sombras, ¿es necesario?

Por otro lado, he vuelto a ser contratado como investigador. Cada vez que me ofrecen un trabajo el reto es  aún más sencillo que el anterior, rodeado de un enorme lío de burocracias que no suponen ningún reto técnico. Muchos líos al principio y luego, en cuanto pillo la idea, todo se resuelve en nada.

Es como si esas personas tan experimentadas lo vieran todo como muy difícil sólo porque..., quizá sean condescendientes. A saber. No me preocupa. Al fin y al cabo, hasta que no vea una vida estable para mí mi único futuro es la indigencia.

Sin embargo, no será realmente la indigencia. Las películas de kung-fu me están llamando a antiguos recuerdos, morir luchando..., ¡claro que sí! Pero no en el sentido figurado del individualismo americano, sino que antes de acabar en la indigencia antes preferiría acabar en la cárcel. Es a eso a lo que me refiero con luchar: un tipo como le pega mucho el acabar el resto de sus días en la cárcel, y así culminar el que se olviden de él. Suena a mi final. Ya veremos lo que pasa - por el momento, el vivir a raso sigue estando a muchos años de distancia y, con un poco de suerte, soy víctima de una muerte inesperada y estos temas dejan de tener tanta relevancia.

El tiempo dirá. No yo.