sábado, 31 de agosto de 2019

Dilemas que están destinados a diluirse

Porque me lo pedía el cuerpo, he estado continuando con mis investigaciones sobre el lenguaje natural..., hasta llegar al final. Algo que podría sacarle provecho..., o no. Porque no depende de mí.




Me he puesto a jugar con el generador de caracteres especiales que tiene esta aplicación. No la conocía. Me he puesto a escribir caracteres japoneses, y he descubierto que me los adivinaba todos. Me da una cierta sensación de quietud, podría probar a practicar mi japonés con esa aplicación: está claro que las redes neuronales de convolución generan resultados tangibles, y muy rápidos.

Con las imágenes en dos dimensiones la tecnología actual funciona bastante bien. Es decir, con los datos a palo seco. Lo curioso del tema es que el ser humano no piensa en dos dimensiones. Su imaginación, nuestra imaginación, es de 3+1 dimensiones. Es decir, no sólo pensamos en tres dimensiones, sino que además debemos utilizar la dimensión temporal como dimensión de apoyo.

Es decir, mis colegas informáticos se han estado intentando engañar los unos a los otros en varias ocasiones, ya se lo comenté a un colega en la facultad: es más fácil reconocer un vídeo que una imagen. Asímismo, para reconocer las tres dimensiones de una foto es más fácil hacerlo a partir de una película, de una animación. O también, para reconocer un objeto mejor, es mejor tener varias perspectivas del mismo objeto, varias iluminaciones, así como varias versiones del mismo objeto en distintos estados...

Era bastante lógico. Sin embargo, el concurso más importante de reconocimiento gráfico recoge imágenes en dos dimensiones que, como es lógico, representan figuras tridimensionales de distintos tipos (camiones, coches, gatitos...). Lo que quiere decir que para entrenar (configurar) la máquina no puedes usar esas imágenes. Imágenes que tampoco usarían para evaluar máquinas en un concurso (porque las imágenes tienen que ser desconocidas para los concursantes). Es decir, que lo que se comparte suele ser un timo.

De la misma manera, en la universidad mis profesores sabían que yo estaba interesado en el lenguaje natural. Por aquel entonces ya existía una gran cantidad de ensayos que desarrollaban la lógica que había detrás del lenguaje natural. Por si fuera poco, conocían mi compromiso radical en álgebras, el uso formal de la lógica, etc... Si hubieran tenido un margen de decencia inferior al de los gusanos habría sido suficiente como para que hubieran querido compartir, por lo menos, su conocimiento sobre la existencia de según qué ensayos que ahora mismo conozco después de tantos años.

Creo que el papel de un profesor de universidad debería de ser, básicamente, el compartir conocimientos bibliográficos y conectar tales conocimientos con la visión más actual de la materia. Sin embargo, los profesores de hoy día nunca tuvieron la necesidad de comportarse como si fueran ensayistas: sus ensayos tienen como base el plagio de apuntes de otros profesores. Y claro, si plagias no puedes citar las fuentes que no comprendes, o no has leído nunca.

¿Hasta cuántos plagios se habrán montado encima de sus sucesivos plagios? ¿Hasta qué punto desprecian la materia a la que han sido asignados?

La cosa es que si, de casualidad, han podido albergar una buena gama de conocimientos sobre su propia materia también es probable que guarden con recelo sus referencias bibliográficas. Por un lado porque aún las estarán decodificando, y no van a querer admitirlo. Por otro lado porque así tienen una ventaja fingida con respecto a sus alumnos: les enseña lo que ya controlan y consideran obsoleto, para ver cómo esos alumnos repiten los procesos conocidos históricamente.

Se observa, por tanto, una tendencia al retraso; cuando el alumno tiene una visión de sí mismo como si estuviera en una posición puntera.

Ese individualismo y desprecio a la comunidad científica tiene un resultado simple: la capitalización de las ideas. Los mejores no querrán ser científicos. Los más inútiles querrán seguir estudiando en la universidad. Es cuestión de fijarse un poco.

Y ahora resulta que, además, tenemos a unos de esos inútiles con poder suficiente como para envidiar a un alumno que, por sus preguntas, podría ponerles en evidencia. Está claro que la excelencia podría ser un verdadero inconveniente. De eso sí que estoy seguro.

Y heme aquí. Máquinas y más máquinas. Concursos amañados de lo más diverso. Subvenciones mal juzgadas. Empresas que ofrecen dinero en apariencia por investigar, sin garantías jurídicas de que sea realmente así. Y, desde mi posición, tengo máquinas y más máquinas. Innovaciones que no tienen par y para los que los pares rechazarían sólo por su resumen inicial.

Pero no puedo parar, no puedo seguir el ritmo frenado de esos señores que desprecian el conocimiento. Me obligan a capitalizarme. Lo haré. Sólo la discreción y su motivación pueden ayudarme a lidiar con esta locura.

El camino a obtener un producto completo que permita la traducción perfecta en lenguaje natural es viable. Pero me exige más de dos días de trabajo. O incluso más de una semana. Es más del tiempo que tenía estimado desde el principio. Cuando mis proyectos se prolongan demasiado es porque hay resultados innovadores entre medias. El principal problema de este proyecto es que lo que sería una innovación no está asociado con el comer. Estamos a septiembre del 2019 y no tengo un negocio bien establecido.


Las cosas no están claras y los jueces son todos unos borrachos.





 

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