Aquello que uno es y en lo que se convierte

La gente se adapta y se transforma en virtud de la clase de entorno donde le toca vivir. Al final las personas consiguen el infierno por el que tanto claman.




En una socialdemocracia se espera que las personas se dediquen a lo suyo, todo orientado hacia la influencia salvadora y mafiosa de la familia. Sin embargo los principios siempre se encuentran muy por encima de lo que te obligan a hacer...
 
Vamos con la transformación.

Los problemas que son susceptibles de ser reconocidos son los que son resueltos por héroes. Recuerdo cuando tenía gatos viviendo en mi casa, en una ocasión se me ocurrió fingir el rugido de un león y, desde entonces, observé cómo en su comportamiento algo cambió: me respetaban/temían mucho más.

Y es que mis rugidos han sido capaces de provocar que los vecinos llamaran a la policía, porque temían que tuviera un felino gigantesco encerrado en el jardín.

Había que ver la cara de los agentee, en mitad de esa calle oscura, y yo asegurando que había sido yo..., y, tras rugirles, uno de ellos casi saca la pistola del cinto...

Las personas somos muy primitivas, reconocemos unos comportamientos muy atávicos y, para reconocer a sus héroes, necesitamos montarlos dentro de nuestra historia cotidiana. Si no aparecen dentro de nuestros esquemas entonces muchos de esos actos podrían ser ignorados.

En una sociedad donde las personas puedan dar lo mejor de sí, en su mayoría, lo darían. Pero la mayoría se ha adaptado al miedo que infunde la sociedad actual, y su propaganda. Sometidos bajo el control férreo de la desconfianza ayudar al semejante se convierte en una tarea que es digna de ser olvidada, no tomada en cuenta; entonces dejamos de ser agradecidos por las cosas más simples.

Recuerdo hace años me vino una persona que me dijo que hacía años dejó de entrar en contacto con su familia al norte de la península - y que no tenía forma de entrar en contacto con ellos. Me dio unas referencias muy vagas y me preguntó, siendo un perfecto desconocido, si yo - teniendo Internet - si sería capaz de dar con ellos.

Por supuesto le eché un cable. Le pregunté cosas muy concretas para poder descartar a una decena de personas que encajaban con la descripción y, al final, concluimos rápidamente que eran quienes había encontrado gracias al servicio que prestan las redes sociales.

Lo curioso del tema es que este hombre pudo dar con su familia y que, al mismo tiempo, cada cierto tiempo, solía visitarme a mi tienda para regalarme un frasco lleno de almendras mientras me insistía y me volvía a insistir que se sentía tremendamente agradecido. Ciertamente las almendras son buenas para la memoria, mi mayor problema. No sé si se percataría que me resultaba imposible recordar su rostro. Pero él si se acordaba del mío, y del hecho de que no le cobré nada por mi ayuda.

Su sentido agradecimiento es un instinto que tenía que satisfacer por un sentido de la Justicia que no tenía la obligación de cumplir. No hay religión ni ley moral que le obligue a ser agradecido, ni que le obligue a medicarme con fósforo, pero lo hacía de buena gana: daba lo mejor de sí porque yo di lo mejor de mí cuando vino a pedirme ayuda. Se trata de un comportamiento natural en el ser humano.

Así que sí, me preocupa de que la sociedad en la que nos convirtamos pierda esos valores. Para empezar tengo que empezar a valorar mi tiempo reclamando por todos mis servicios, y así lanzar misivas propias de esta clase de mundo hacia gente que forma parte de este mundo. 

¡Ay si existiera una renta básica! Entonces sería más fácil encontrar a quien daría lo mejor sin reservas... Se trata de un valor intasable, y los beneficios sobre la ciencia, la filosofía, la cultura..., serían tan insondables... Pero aún hay quien no lo entiende, sigue encerrado en la propaganda.