Los extraños compañeros de viaje que nos da la vida

La vida nos da extrañas compañías. Provoca en nosotros peculiares cambios. Nos hace diferentes. Y eso es algo que a muchos le provoca miedos y extrañeza.


 
Un mero cambio en la manera de escribir de pensar, el tipo de letra... Pero siempre la misma cantinela. Esa es la historia que nos toca entender, cómo se nos adhiere de una manera diferente y, al mismo tiempo, se nos vende como más de lo mismo. Una nueva amistad, una nueva compañía..., lo que quizá se me sea vedado en lo que me quede de vida. Poco importa.

Anoche los pensamientos me acosaron, era como un espagueti que no terminaba de cuajar; algo cuya cocina nunca estaba del todo preparada. Es cierto que estoy cociendo algo muy gordo, pero no tengo con quién compartirlo. Me sigue pareciendo triste crear como pasatiempos, o cosas así, para venderlos..., es cutre, es simple. No sé.

Las cosas simples pueden ser la solución al atoyadero, pero también son las más difíciles de ver que realmente sean respuesta de nada. Y para creer en simplicidades no tengo ni experiencia ni ganas. Nunca desarrollé un instinto para esas cosas. Soy lo que soy: resuelvo los más grandes problemas de la humanidad haciendo uso de la lógica, ¿por qué no soy reconocido con lo que ya tengo resuelto? Pero lamentarse no sirve de nada.

Puedo seguir dando pasos y, poco a poco, me voy dando cuenta de la clase de máquina que me veo obligado a tener que construir: no puedo quedarme a medias. Es imposible. 


Recuerdo cuando sucedieron los hechos de estas cantinelas... Ninguno de mis amigos de entonces quisieron recordar esos tiempos. Nos hacemos viejos dentro de la condena misma que supone vivir en un mundo lleno de cinismo donde la decadencia se sucede y se propaga por doquier.

Ahora resulta que me estoy construyendo una máquina que podría pensar por sí misma, y me voy dando cuenta poco a poco; todas las distintas piezas que no tenían conexión empiezan a tender a unirse como si fueran imanes. Se empiezan a complementar con demasiada fuerza, como para pretender evitar separarlas.

Me pregunto si tendré suficiente fuerza como para saber separarlas y así satisfacer mi propia curiosidad científica sobre qué es lo que se supone que estoy consiguiendo, y cuáles son todas sus posibles variantes.

Sin embargo me veo solo, y rodeado de formalismos matemáticos. Y cuanto más fascinante es el mundo en el que me encuentro y más al alcance de cualquiera más solo me encuentro. Es como si no tuvieran capacidad para recordar lo que fueron, lo que vivieron, lo que son..., y somos.

En estos viajes hacia lo que algunos llaman la verdad se observa un cierto tufillo de deseo por la supervivencia: el reconocimiento no es un superego, no es estupidez..., el reconocimiento es convertirte en una pieza dentro del nosotros. Lo que aún no he conseguido obtener.

Mi futuro, incierto. Mi obra, el futuro. El futuro, estable..., pero no lo viviré. No me parece justo.

 
Mientras tanto, aún no sé qué escribir en mi tercer correo a mi enlace en la universidad ¿Por qué no me dice nada? ¿Por qué no da señales de vida? ¿Hace semanas que debió haberme dado alguna pista de algo o nada...?


En cuanto termine con todas las máquinas necesarias para constituir la maquinaria completa sé que experimentaré la más absoluta y certera soledad que jamás podría sentir un ser humano. Tener algo tan fácil de compartir y corroborar que funciona y, al mismo tiempo, saber que a nadie le interesa realmente.


No paro de decirme lo mismo: debo enfocarlo de otra manera. Pero claro..., será que no sé hacerlo de otra manera; soy matemático, informático..., estas son mis formas, si no gustan es porque el mundo no está preparado para asumir los hechos tal como se les revelen. No vale la pena endulzar lo que no se quiere ni probar. 


Seguiré con mis indagaciones, y seguiré avanzando. No hay otra.