lunes, 29 de noviembre de 2021

La voz y la coz

- ¿Quién eres?

Te has acercado hasta aquí y me lo preguntas ¿Que quién soy? Sólo sabrás de mí a través de ti, tú eres el vástago que nunca conoceré. Eres el resultado de una conversación que jamás tendré con nadie. Poco importa saber quién soy yo, porque sólo soy el receptor de esa conversación. Fíjate quién es el que habla, porque te verás reflejado en estas palabras y, poco a poco, podrás reconocer la voz.

- No puedo reconocer tu voz.

Antes de nada, ¿qué es la voz? ¡Cuántas veces me lo preguntaron y tantas respuestas habré dado! Muchas de ellas bastante satisfactorias para quien preguntaba. Y es que puedes dirigirte a una persona e intentar ser convincente, dicen que eso es tener voz..., obviamente ser convincente es importante. La voz es la función poética, es el carácter lírico que tiene un comunicado que no tiene porqué ser poesía. En ocasiones la voz exige una imagen, una puesta en escena, una llamada a la presencia.

- ¿Cómo puedo hacer acto de presencia?

Lo primero es distinguir el poner la voz de lo que es dar una coz. Y para ello hay que pararse para mirar el paisaje, y descubrir lo extraordinario dentro de lo ordinario. La coz se da cuando se intenta devolver a lo ordinario lo que ya es extraordinario.

He conocido burros de muchos tipos, rebuznaban felices en sus prados y marcaban una huella que era seguida por muchos. Formaban manadas fascinantemente gigantescas, y pastaban por los verdes prados que les ofrecía su libertad. El sonido del burro, cuando grita en manada se traduce en un lamento de intento de hacer algo con su vida. Si el burro hubiera nacido mudo muchas personas habrían creído en Dios.

Pero en ocasiones emite rebuznos, relinchos que nunca aspirarán a ser como los de un caballo, graznidos que no se carcajean como lo haría una garza. Por mucho que ruja el burro jamás sonará tétrico o tenebroso, ni reinará en los ecos de las montañas por sus aullidos, porque no espantará a ningún lobo estepario por ello. Cuando el burro se expresa es para reconocer que lo suyo no fue otra cosa salvo el grito del miedo personal, de la dependencia del rebaño, de la llamada de atención para ser protegido.

El burro no tiene voz para expresar una emoción. No es como cuando el lobo encuentra la luna y decide romper los sonidos de los grillos. 

- ¿Qué luna?

¡Mírala! No hay nada más normal como lo que es extraordinario para alguien. Eso es lo primero que debes hacer. El lobo encuentra en la luna el regalo que le ofrece a quien se ubica bajo ella. El lobo anuncia son su aullido qué es lo que místicamente se eleva. Y lo que está allá a lo alto no es más que el misterio mismo de lo que entendemos por belleza. Se aulla por el silencio de los grillos al respetar ese lamento, y por cómo la noche te acompaña con la mirada peregrina de quien se sabe especial.

- Cuando contemplo la luna recuerdo de la noche los animales agazapados, esperando la oportunidad a tirarse sobre mí.

Entre matas y matorrales, algunos animales diurnos se vuelven taciturnos e intentan atrapar lo que no cazaron por el día. En una montaña poco pinta el oso cavernario si el frío ya está llegando, pero de vez en cuando ruge el lamento por el miedo a morir de hambre. Es entonces cuando emite un rugido, algo que un burro no podrá hacer nunca. El rugido de sus tripas más internas para avisar a todas las fieras que deben alejarse, para avisarlas de que deben alejarse. No quiere sentir responsabilidad alguna por no respetar su territorio, ni llorará pérdida alguna por quien pretenda compartir su festín. Ruge el oso para que toda criatura acepte su sumisión, y es su voz la que emite el rugido. Es la huella indeleble que se graba en la piel del recuerdo mismo.

- El rugido del oso y el aullido del lobo son sonidos tétricos. No quisiera experimentarlos.

Cuando el oso ruge en medio de la noche la garza se ríe en el estanque. El sonido chispeante de la garza que ha sido despertada ríe y se carcajea porque está demasiado cansada como para ponerse a volar. Se ríe de sus depredadores, se ríe de todo, porque nadie se atreve a llegar hasta el río. Desde lo alto de una piedra ha encontrado una manera de ponerse cómoda, y cómodamente describe su complacencia y placidez. Emite una voz cínica e irónica, fuerte e inquietante. No es bueno reirse sin ganas, porque lo que se consigue es violar tu propia alma.

- Quizá eso sea lo que consiga por seguir tu consejo, y me fuerces a reirme sin ganas.

Si es así como te sientes súbete al caballo rápidamente, para ver hacia dónde te dirije. Déjate llevar por sus relinchos, el cabalgar en mitad de la noche, sumérgete hacia lo desconocido, cabalga hasta la extenuación. Y después, para cuando tu caballo haya dejado de relinchar, para cuando se haya dejado caer por su propio peso y esté buscando consuelo en la muerte, busca sus ojos. Y dime lo que ves.

- ¡Los tiene tapados! Ha cabalgado a ciegas, y yo no era capaz de distinguir nada en la noche.

Para relinchar como un caballo no necesitas ojos, pues la cólera viene de dentro. Siempre que nos movemos rápido lo hacemos encolerizados, como en una avalancha, para poder ver y percibir las cosas mejor. Pero para percibir mejor hay que cerrar los ojos de un camino, un camino hecho para nosotros y en el que no necesitamos medir nuestros pasos, porque ya somos expertos caminando. Para cuando ya sabes caminar no necesitas ver lo que haces por cada paso que das, sólo te queda cabalgar, relinchar como un caballo, avalanzarte a tu destino a ciegas, eso clama tu vocación..., no puedes pararte hasta que te notes muerto del cansancio.

- ¿Y eso no lo puede hacer un burro?

No. No veremos burros cabalgando como lo hacen los caballos, ni riendo desde su lugar seguro como lo hacen las garzas, ni rugiendo por su dominio y espantar lo asqueroso, ni tampoco aullando sus lamentos que se hicieron inhóspitos para su alma. El burro se lo come todo, se lo traga todo, y para cuando algo no le gusta lanza una coz.

- ¿Qué quieres decir?

No seas burro. No lances tu coz a diestro y siniestro. Te seguirán por tus coces, ganarás adeptos porque te temerán. Esa coz marcará el paso para que todos quieran ser como tú, y podrás sentirte complacido por ello. Una coz que resuene es una buena coz, pero atraerá la muchedumbre, al resto de los burros. Y te harán la competencia. No empatizarán con tus problemas, sino que te contarán los suyos. De vez en cuando te obligarán a vigilar todos y cada uno de tus propios pasos, ¡lamentable! A muchos les molestarán tus risas, quizá porque están mucho mejor conseguidas que las de ellos. Y, así, en la manada de burros todos vivirán en la más triste de las soledades absolutas.

- Ser el rey de los burros te lleva a una vida...

Una vida sin voz. Sin saber lo que es la función de vida. Sin entender de qué está hecha tu pasta. Y en el día de mañana, para cuando todo sea polvo, tus desmanes serán los motivos de la innecesidad de tu nacimiento.


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