domingo, 4 de julio de 2021

Detrás de las miradas. Relato.

Entre las sombras se oculta el Urulgond, la encrucijada de la bestia, donde el camino principal se cruza con el camino de las aventuras. Muchos son los mercaderes y pastores que desde que se diera el hito no quisieran volver a pasar por ese gran camino, ahora un camino olvidado. El paso hacia las tierras de trabajo ha supuesto un enorme vuelco para todos los transeuntes después de que encontraran a la criatura.

Una cabra engullida en una mitad y respetada en el resto del cuerpo. Medio cuerpo entero y sin empudrecer, y el otro medio engullido desde sus entrañas más profundas con sólo dos orificios a la altura del cuello ¿Qué clase de criatura no respeta íntegramente el cuerpo de un ser y consume sólo la mitad?

En la tierra donde los animales no se atreven a cruzar, las plantas no querrán crecer y los insectos respetarán el legado. Es un nuevo dios que se ha paseado por los lindes, un ser que mancilla lo vivo y permuta lo muerto. No hace lo que todos, y hace de Urulgond su despensa. Es el centro donde los arbustos y la arboleda se entremezclan, cerca del pozo donde la verdad emana ante quien sea capaz de encontrar sus aguas. Una verdad que nadie quiere descubrir aunque todos anhelan comprender.

Todas las verdades que han sido distribuidas por las aguas que nutren Urulgond tiene como fuente ese pozo, que es el escondite de la bestia. Su cuartel general donde nadie cuerdo querrá tentar su vida poniéndole en desafío. Aún así, sólo se mueve agazapado, imperceptible. Convertido en un animal mundano desafía el entendimiento de quienes intentan adivinar la naturaleza de sus huellas. Inteligentes y peculiares son cualquier cosa menos naturales.

Ismael caminaba por esos senderos porque gustaba de dar con la aventura. Y destrás de las miradas, donde los arbustos escondían sus intenciones, vigilaba al resto de los muchachos del pueblo cuando pasaban por ahí. El más trampero del pueblo no era sino el que portaba la mascarada más brillante, y ese camino que conectaba el castillo con la casa abandonada era un sinuoso trasiego lleno de experiencias que abanderaba la historia entera del pueblo. Como destino turístico y de la obcecación por recordar las realidades de los pocos actos heroicos que se habían llevado a cabo por esa zona los chicos más apuestos y deportivos eran guiados por esos senderos en busca de historias inspiradoras.

Ismael se aprendió todas las historias, para convertirse en el mayor cuentacuentos y farsante. Poco le importaba impresionar a quienes no parecía protagonizar las historias, más le impresionaba los mozalbetes. Pero el tiempo le había marcado con las armas de la historia de su padre, el herrero, cuya conexión con la bestia y los mundos astrales envolvía los secretos de la casa donde vivían.

La casa del herrero, a diferencia de las del resto del pueblo, estaba pegada al castillo. El resto del pueblo andaba completamente dispersas y juntas más allá de los prados y las arboledas ¿Pero qué es lo que empuja la existencia de esa cercanía? La misma que hacía del conde Mancillo un gran amigo del herrero, una historia que les hacía protegerse mutuamente. Los clavos que clavan el ataud que le encargó el conde están hechos de una longitud muy especial.

- Tan largos no hay, se romperán. Se quebrarán.

- ¿Y si los forjas tú de alguna manera especial?

- Nadie necesita unos clavos tan largos, te saldrá muy caro.

- Por algo soy conde, y no me conformo con valerme de la misma tumba que el resto.

Un ataud como un camastro, fabricado a destajo sólo para deleite del conde Mancillo. Y un oscuro pasado conectado con la bestia, que vive en la colina prohibida. De la que emana el agua de la que no debía nunca Ismael beber. 

Los clavos del conde eran guardados por el herrero, y tenía una promesa que debía cumplir: el día en el que muriera ya sea él o su hijo Ismael, clavaría personalmente los clavos en el ataud para que nada entre o salga de él.

- Son clavos como estacas - decía Ismael a su padre.

- Es la promesa familiar que nos ata a esta tierra. 

Y justo cuando Ismael salía a jugar con sus amigos terminaba su frase en silencio:

- Nosotros damos descanso a los muertos para que no se mezclen los flujos del paso del tiempo.

Pero siendo Ismael mayor no volvería a creer en viejas historias, más bien le fascinaba esgrimirlas en su beneficio. Tenía la oportunidad de adentrarse más allá de los lugares a los que nadie se atrevía, sabía de atajos, podía prever lo que ocurriría. Todos los animales le obedecían, menos algunas bestias. Y la aventura era confeccionada por su intelecto mientras se adentraban en busca de la casa abandonada.

Y lo que muy pocos sabían era que la casa abandonada no era sino la misma casa que vio nacer al propio conde, derruida para conformar la historia de un abolengo. Derruida pero nunca eliminada al completo, pues jamás se atrevió a terminar de destruirla pues su verdadero origen era su única suerte de descanso. Y entre las bestias lanzadas por el propio conde para proteger su realidad no era extraño encontrar a la propia condesa que, en ocasiones, desviaba la atención de los viajantes mozos. 

Como una alimaña siempre en celo, animada por el propio conde al confesarle su secreto, oteaba el camino de las aventuras donde tocaba aquí y allá a algún mozo despistado. Saltar a un matorral, y besarse donde se sientan, o sentarse donde se besan. Un espectáculo de rarezas para el deleite de quien gusta ese tipo de mofas. Como pasaba con Ismael, al que los ojos se le desnudaron sus inocencias con los vituperios de las indiscreciones de la condesa y las discreciones del conde.

Entre la discreción y la indiscreción, la alimaña arrasaba las miradas de los más jóvenes mientras los alejaban del jardincillo donde descansaban eternamente los genuinos padres del conde ¿Y qué no ocultará la cruz cuando se juntaban los jóvenes para esperar a la condesa en mitad de la noche? ¿Quién la entraba? E Ismael proponía el reto de ver quién aguantaba más, o quién lanzaba su desahogo más lejos. Así, sumisos y lentos, la condesa los engullía uno a uno para así tomarlos presos hacia el castillo y terminar de empudrecerles en el tormento de su placer continuo. Pocos proyectos le quedarán a las criaturas de ese pequeño bosque, donde integrarán sus pasiones para atrapar a futuros candidatos para la condesa.

Las bestias del camino de la aventura se creían libres, sanas, inteligentes..., pero los siervos del conde no eran mucho mejores que ellos, pues éstos eran quienes fabricaban los clavos y los que se encargaban de separar lo vivo de lo nunca muerto.


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