miércoles, 7 de julio de 2021

Los ojos de Valentina. Relato

Valentina era de otro pueblo. No vivía ahí, donde mendigaba. Nadie sabía cuál era su edad, pero parecía menor de lo que era. Generaba una extraña sensación las historias que ella contaba, como lo que ocultaba su mirada. La mendicidad es el acto más noble que puede llevar a cabo quien no está dispuesto a prostituirse o a robar. Valentina sabía cosas que muchos daban valor, había recorrido mundo y observaba las cosas fuera de los valores del pueblo.

Valentina, demasiado joven como para ser considerada una mujer asentada, todos preguntaban por su familia - era como si su horfandad fuera otra de sus mentiras. Pero la mentira más grande que contaba era la verdad misma adulterada; le encantaba disfrazar los hechos para que tuvieran un cierto dulzor al oirlos por primera vez. El frescor primaveral de los sucesos que pasan lo hacían a través de los ojos de Valentina.

Se convirtió en la sereno del pueblo. Ponía anuncios y vigilaba las noches. Era una muchacha enclenque, y el conde había encontrado en ella una suerte de policía perfecta para vigilar los pasos de la bestia. 

- Nada más sabroso para la bestia el que prefiera empezar conmigo antes que con cualquier otro, si oís algún grito es porque se está montando un festín.

Así era Valentina. Era como si no fuera con ella. No necesitaba a nadie que la protegiera, pero porque no le importaba su existencia. Sin pariente que la quiera, ni muchacho que le interese, ¿qué importa una muchacha de más o de menos? Ella se daba valor a sí misma precisamente en lo insignificante que era: eso le convertía en la amiga idónea.

Aún así el hijo del librero la rescató para intentar convencer a su padre que debía ocupar la habitación de su hermana fallecida. El librero observó cómo su joven hijo se había encoñado de manera muy poco sutil, pero cuando se habla con Valentina no se tiene miedo de perder nada. Era alguien en quien podías confiar porque tenía la trasparencia de la niebla: cuanto más cerca mejor ves, cuanto más lejos sólo ves niebla. Era una dama que había emergido de las lagunas de los pueblos y los múltiples crímenes que se llevan su naturaleza devastadora. Una huérfana de la realidad sometida a los designios de los azares.

Valentina físicamente no era nadie, e intelectualmente tampoco. No tenía más conocimientos que cualquier trotamundos, pero había sido invitada a vivir en este pueblo mancillado y falto de moral. La Iglesia había abandonado toda suerte de aparición, tras el tercer cura encontrado desollado. Esta chica, a diferencia de los que llevan hábito, tenía la piel bien pegada a su perfil. A ella no le podían hacer nada de eso, y podría traer la suerte al pueblo. 

Cuando el conde Mancillo supo de ella la vio tan poquita cosa, ¿cómo podrá portar el anillo del sereno? Entonces se puso a contar su vida, una vida insignificante que a nadie le importa. Pero era una vida con mucho cuerpo, entrañaba una hermosa inocencia mientras se elucubraba en lo más profundo un extraño eco de silencios e interrogantes ¿Qué hacía esa adolescente sola y aquí? Pero el pueblo la había acogido, y le podría convenir tener amigos en la librería.

La condesa se sintió desplazada, esa puritana podría revocar la paz del pueblo. En este castillo los extraños no tienen derecho a llevar su cuerpo más allá de lo que la condesa dictaminaba. Y el pueblo debía ser una extensión del castillo, nadie podía tener ninguna clase de llave para viajar y escaparse de los designios de la condesa. Eso es algo que Valentina percibió desde el primer instante, se dio cuenta de quiénes eran dignos de su confianza y quiénes no. Quizá esa era la inexpugnable fortaleza que aportaba: su carácter inmaculado. Su dulzura embriagadora se ensombrecía con una sonrisa malévola sin envejecer ni un hálito su rostro para sentenciar una escapada a un acto de perversión.

Observadas las conversaciones, ¿quién no querría tenerla de maestra para que sus hijos no fueran víctimas de las perversiones de la condesa o para que las niñas no quisieran dejarse engatusar por los juegos de sometimiento al patriarca del castillo? Sin embargo el conde se sentía engatusado con su presencia, la veía un ser insignificante y bello.

Viviría entre todas las casas del pueblo, y mediomantenida por las administraciones del conde, viajando como la niebla tras los días lluviosos en los que la oscuridad obligan a refugiar a los niños en sus casas mientras escuchan las campanas serenas que les liberan de sus más odiosos terrores nocturnos. El conde jamás será invitado a ninguno de los hogares en mitad de la noche, pero la dama de la campana iluminará las estancias, será atendida secando sus ropas, limpiando sus zapatos de barro, será atendida sólo para que transmita sus experiencias por esa noche mientras le dan algo de leche caliente y alguna hogaza de pan.

La condesa, arpía que ansiaba adoctrinar a cada criatura para volverla de la noche jamás admitiría que nadie le haga sombra. Pero el poder de Valentina era tal que el solo insinuar de que pudiera ser echada del pueblo podría provocar un levantamiento por parte de todas las gentes.

- Mientras la doncella de la escarcha nos inunde con su rocío el pueblo verá en su presencia una manera de olvidarse de que viven sometidos - le explicaba el conde a su mujer.

- Es lo que los hace conscientes de otros mundos lo que les hará olvidar lo bien que viven estando sometidos.

Mientras tanto, las criaturas de la noche volvían a los caminos sinuosos donde se encontraban con la condesa para aliviar sus penurias, y ese paraje era el único que era vedado para Valentina ¿Cómo se iba a atrever atravesar los parajes donde vive la bestia? El hijo del librero jamás se lo permitiría, como en su tiempo se lo permitió a su hermana para acabar desaparecida.


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