Me dicen desde las gradas, "inténtalo, sigue intentándolo". Pero eso mismo le podría decir al niño africano a punto de morir de hambre. En un momento dado se convierte en una frivolidad, o en una mala decisión. Levantarse no es una opción, seguir levantándose de la misma manera es un signo de que algo no va bien.
Ya me he cansado de levantarme exactamente igual. Es algo que ya he vivido y sé que acabó mal.
En el instituto había una chica negra a la que un grupo muy cercano de amigos la habían estado acosando. Recuerdo mis primeros días de instituto, nadie con quien hablar. Entonces encuentro un grupo y, justo cuando parece que me establezco con ellos, entonces empiezan a hacer chistes reiterativos, pesados, impropios...
Se me ocurrió preguntar en ese grupo qué pensaba cada uno sobre lo que ocurría, parecía tenerlo todo bajo control, pero entonces recibí una puñalada..., y acabé convirtiéndome yo en el objetivo. En cierta manera era un alivio, al menos eso podía aguantarlo.
La chica uno de estos días me dijo que vigilara sus cosas, por lo que le pudieran hacer. No me importó. Pero entonces ahí estaban ellos, y uno se limitó a tirarlas al suelo. Así que empecé a agacharme para cogerlas y volverlas a poner en su sitio. Él se reía, decía que su gesto era mucho más simple y volvía a hacerlo. Así que repetí el acto de agacharme. El grupo estaba con él, yo rodeado, y poco a poco me ponía a pensar... Sabía que podía darles a todos y cada uno una buena paliza, pero no quería hacerlo, sabía que no habría consecuencias (y acerté), pero seguía agachándome... Sabía que yo quedaría intacto aunque se me echaran todos encima, y seguía agachándome... Sabía cuál era la debilidad de cada uno, lo que podía hacer para acojonar a la mitad, para anular a cada uno... Y seguía agachándome. Puse un par de advertencias, diciéndole que quien avisa no es traidor. Y seguía agachándome. No había miedo en mis ojos, había determinación. Y de ahí nació el empujón..., para luego pasar al primer puñetazo tras agacharme por última vez.
Uno a uno fue recibiendo moratones, mientras yo me quedaba intacto. Yo seguía con mis advertencias, con disciplina. No tenía miedo del dolor, ni de la confrontación, pero eran mis amigos. Me apenaban. Quería tenderles la mano, pero no me dejaban, porque les gustaba hacer daño. Y no podía aguantarlo. No puedo tender la mano a quien aprovecha su fuerza para hacer daño. Por eso les daba otro golpe. Y otro se acercaba saltando con el pie a volandas, lo esquivaba fácilmente y salía disparado. Otro venía, y recibía él otro golpe. No me equivocaba, mi mirada no evocaba placer, ni satisfacción, ni miedo. Eso es algo que podían percibir; no tenían nivel, ni de uno en uno ni todos de golpe.
Para cuando se cansaron de recibir golpes les dije que mi gesto era el más simple de todos: no cuesta nada dejar en paz a una compañera.
Algo tuvo que dejar mella, porque lo que no era capaz de conseguir las palabras lo consiguió la filosofía marcial. No me gustaba aislarme con 14 años, pero era un precio aceptable. Sin embargo no acabé aislado. Previo a este enfrentamiento había intentado pedir ayuda al profesorado para que proteja a sus alumnos, pero la tutora todo se lo tomaba a guasa ¿Para qué tenemos tutores? ¿A santo de qué se las dan de tener una dirección en el centro? Me desmoroné al buscar ayuda en la tutora y ver cómo me quedaba aún más aislado. Sin embargo, la disciplina marcial nunca falla.
Hay muchas formas de ser duro. Ya he entregado el documento para que sea revisado de la manera más trasparente posible. Si la academia me vuelve a cerrar las puertas entonces yo cerraré las mías a la academia. Es la disciplina marcial que realmente funciona: si no quiero perder la noción de la realidad debo enclaustrar mi talento exclusivamente para el círculo que lo aproveche. Debo cerrar mi círculo y defender la estructura que lo sostiene, endurecer el caparazón para que no entre nada impropio.
No puedo obligar a que se publique un documento porque a mí me parezca que es exacto, relevante y útil. Pero puedo centrar mi atención en quienes sí valoren la realidad tal como es. Sean quienes sean, y aplicar baremos duros contra aquellos que intenten sacar provecho ilegítimamente de mi tecnología.
Ser duro con los farsantes para que no sigan obligando a los válidos a agacharse. Para que el gesto más complicado sea justamente el corporativismo.
No sé si tendré fuerza para endurecerme, ni tampoco sé si mi documento llegará a su destino más global. Pero lo que sí sé es que he hecho todo lo que humana e intelectualmente debía hacer, incluso creo que he sobrepasado los límites de las capacidades de muchos. Así que toca preparar el viaje por si hubiera que activar un plan B.
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