lunes, 7 de diciembre de 2020

La legitimidad chovinista

Anoche un auto quemó el asfalto con un acelerón cuando a penas tenía carretera. No sé, si me vuelve a pasar esta noche me va a dar por saludar a la afición: me siento Martin Luther King.

En toda revolución siempre hay un lado pragmático y un lado utópico. El lado más pragmático que defiendo es algo así como casitodos los funcionarios al paro, renta básica áustera y reajuste de impuestos directos por si no casa la cosa. La parte utópica es la que pretende hacer cosas difíciles: ya sea la reforma educativa o la laxitud de las leyes.

En lo referente a la reforma educativa es un tema complejo que no viene al caso: en realidad a nadie le importa la educación de verdad, es decir, la parte que tiene que ser reformada. Los grupos de poder no se centran en lo que eliminaría la abstención y fomentaría la cultura democrática - en lo que se centran es en cambiar el color de las cortinas, poner amiguetes para hacer cursos dogmáticos y cosas por el estilo.

Pero en lo referente a la utopía de hacer que las leyes sean laxas ahí sí creo que vería mucha gente que se me tiraría al cuello. Es decir: hablamos de coger cientos y cientos de folios de normas y reglamentos, así como los edictos municipales y leyes del más alto rango y reducirlo todo a unos pocos folios más un conjunto de estándares.

Es decir, de todo lo que hoy día es obligatorio, ¿qué es prescindible para que realmente funcione?

Y entiendo que el proceso de ir eliminando leyes sería lento; porque así es más fácil asegurarse de que no se deja nada por el camino. Entiendo que la orgánica debe proponerse, pero que en realidad en un gobierno democrático moderno reconocer secretarios, secretarios generales, etc..., todo eso en realidad es problemático.

Una única máquina es capaz de comunicarse con todas las máquinas del estado a nivel local. No hace falta bandos intermedios. Es como decir que un país como España podría ser uniprovincial. Entendería, por tanto, la existencia de dos cámaras: la legislativa nacional y la local. Que localmente no se puede aprobar nada si no es a través de la cámara nacional y, ésta, a su vez pueda reconocer normas posibles o necesarias - como dando a entender que una entidad local puede aprobar o no lo posible mientras que tendrá que acatar siempre lo necesario.

Es decir, yo creo que el funcionamiento tan simple sólo puede provocar que cada función esté perfectamente entendida y, por tanto, no habrá sitio para clientelismos ni para otras corruptelas. Porque una orgánica pesada nos lleva a la pesada maquinaria burocrática de la URSS que, a mi juicio, fue exactamente la que la hizo caer: la gente descubrió que un tío con un cuchillo repartiendo carne en mitad de la calle era más eficiente que cientos de papeles habilitándole hacerlo. Señores: lo que hizo caer a la URSS fue lo mismo que lo que hizo caer al imperio español - burocracia. 

Y todas las socialdemocracias tienden a ser más y más pesadas, más y más pesadas... Llegará el momento en el que se hará evidente lo que digo al ver a los revolucionarios llevar a cabo el rol que destruyó un imperio tan increible como el de la unión soviética: en cuanto varios contingentes empiecen a llevar a cabo el papel del estado y el pueblo se percate de ello.

Algo parecido hicieron los Panteras Negras en EEUU y que les hizo ganar adeptos: ocupar la labor social que el estado renunció llevar a cabo dándode de desayunar a los chicos para hacer desaparecer la brecha académica que hacía creer a algunos necios que el negro era menos capaz que el blanco para estudiar.

Pero bueno, si se quiere rellenar el manual del buen revolucionario antes debemos valernos de un conocimiento de la historia que no esté bufado por una ideología: porque pensar que la URSS cayó porque el comunismo no tiene sentido es un ejemplo palmario de cómo hay gente que no se fija por muchos estudios que tengan.

Oposición a participar, hacerse presente donde el estado no esté, simular fórmulas innovadoras y exponer los riesgos de las fórmulas actuales..., insisto: incorporar contenidos a una agenda revolucionaria es de manual. Otra cosa sería la orgánica de la agenda, lo cual forma parte de esas fórmulas innovadoras; incluido la idea de quiénes van a ser invitados a participar para ser vinculantes. Y ahí es donde observaremos siempre un corte dictatorial. Lo cual no es un problema: la democracia es movimiento, es mejora, no es legítima perfección.

En el mismo instante en el que la gente acepte en libertad las fórmulas propuestas obtendremos la legitimidad necesaria.

En cualquier caso, no ha habido aún un país que haya revolucionado del todo hacia la calidad total. Al menos en España tenemos que todo son normas y reglamentos, todo completamente vinculante. Bien existen estándares como Métrica, pero no tienen nada que ver con cómo se organizan los funcionarios o cómo tienen que trabajar, sino cómo se debe estudiar la burocracia. En el apartado de ciencias de la información e ingeniería del software a mi juicio no se ha entendido el valor de esos estándares.

Los estándares tienen que abarcar las maneras y las formas para, acto seguido, convertirse en propuestas de funcionamiento. Internamente se puede promocionar a aquellos que sean capaces de llevar a cabo más y mejores estándares, pero la promoción (al ser un concepto relativo a cómo se trabaja de manera no vinculante) no puede ser estructural - sólo podría servir para que estos excelentes den ejemplo, y se les pague para sancionar los procedimientos con nuevos estándares..., todos perfectamente consultivos.

Lo que no tiene sentido es que llegue un político y decida mejorar los estándares. No es creíble.

Un representante del pueblo no tiene porqué saber cómo funciona el sistema. Más que nada porque entiendo que el estado debe tener unas mínimas normas vinculantes y unas mínimas estructuras que deben ser auditables externamente. El tema de los estándares y los líos se hace con auditorías internas, porque es una manera de provocar que las cosas funcionen de manera más eficiente. Por eso existen los estándares - si no provocaran una mayor eficiencia entonces no existirían.

Es por ello que en mi utopía observaremos estándares nacionales y locales, como debían existir leyes nacionales y locales. Pero, por lógica, el estándar nacional no puede contradecir a ninguna ley local; porque se antepone el carácter vinculante al ámbito de aplicación de la medida. Se antepone el cómo ve el Pueblo el funcionamiento del Estado a cómo ve el Estado su propio funcionamiento.

Asímismo a la hora de ejecutar órdenes el ciudadano tendría un deber de obediencia al criterio legal estandarizado ejercido por la autoridad competente. Si el criterio impuesto no estuviera estandarizado, ante una situación que no fuera urgente, bien podría proponer una alternativa estandarizada que no represente una sobrecarga administrativa. Pero, si la situación fuera de emergencia para el ejecutado, entonces sería imperativo que ante una situación no urgente la autoridad competente deba obedecer al criterio del ciudadano.

Y así podríamos continuar con unos mínimos reglamentos de obligado cumplimiento que pudieran simplificar los existentes, al combinarlos con una idea de convivencia con los estándares y sus auditorías.

Acceder al cuerpo de los funcionarios se reduciría a aprobar las sencillas leyes y prácticas y, para sumar puntos, presentarse y aprobar los distintos estándares. Allá donde los exámenes de acceso rayan el imposible la corrupción emerge de una manera natural haciendo muy difícil encontrar gente con vocación entre los funcionarios públicos. Que el interino se centre en aprenderse estándares en aplicación de las normas existentes y ponerse en prácticas es la forma natural de introducir a un miembro dentro de una corporación de envergadura.

--

Dicho esto, muchos funcionarios no querrán perder su puesto de experto en tomar cafés. Muchos querrán seguir teniendo cargos universitarios por encima de los que aprobaron la ESO solamente, muchos querrán seguir valiéndose de su posición para filtrar las preguntas a sus allegados, no les hará gracia un sistema de auditorías... Muchos querrán seguir funcionando bajo sus esquemas tradicionales, haciéndose suyo el cargo, sintiéndose importantes, como si fuera su feudo personal, su inversión, su patrimonio...

Y diré una cosa: esa manera de pensar me parece por un lado chovinista y, por otro lado, legítima.

¿Quién tiene derecho a hablar de utopías? Todo el mundo ¿Pero hasta qué punto a imponerlas? Ahí hay que tener cuidado: porque según estos esquemas la legitimidad de decir cómo tienen que trabajar los señores funcionarios está en los señores funcionarios. No es posible que un mero representante que se haya hecho amigo de una turba de descerebrados se vea legitimado como para decirle a quien tiene años de experiencia cómo debe hacer su trabajo.

En este punto hay que imponer una ligera dictadura, y se trata de una revolución porque, en el fondo, todas las revoluciones tienen que pasar por un proceso de legitimidad para crear la turba enfurecida. Si se quiere ser autoritario se tiene que pasar por todas las fases de contenido revolucionario. Si se salta alguna fase entonces es probable que se requiera un acto de nobleza al más puro estilo de Maquiavelo: donde si el fin es darle el poder a las familias, el acto de otorgárselo por la fuerza queda justificado al ser un acto noble si esa es la función del Príncipe.

Es lo que diferencia un golpista como lo fue el Che de lo que sería un terrorista cualquiera, los hay que atacan al Estado y los hay que aterrorizan al Pueblo. Nadie aterroriza al Pueblo para darle automáticamente el poder, eso es absurdo. Y en toda revolución siempre hay una postguerra, cuyos parámetros de libertad no funcionan igual que en periodo de paz.

Así que lo entiendo, hay gente que está muy cómoda como está y no quiere pasar por esa situación difícil. No quieren asumir que un papanatas cualquiera que haya sido levantado a volandas pueda decirles cómo se hacen las cosas: no hay nadie capaz de aprenderse toda la puñetera burocracia rusa, ni el propio Gorbachov, por muy genial que haya sido en los estudios.

Una película que ilustra lo que digo es "Teléfono rojo, volamos hacia Moscú". En esa película los mayores expertos militares parecen una caricatura realista de lo que muchas personas esperan de los militares; asímismo la posición del presidente es increiblemente inteligente, racional, humano... Cuando observamos esa película debemos pararnos a pensar: ¿realmente los máximos expertos militares son como niños pequeños que les gusta jugar a la guerra y el presidente elegido es una criatura dotada de razón y empatía por la humanidad? Ese retrato era grotesco: existe legitimidad en el experto para decirle al que viene del mundo de las urnas que se quede en un rincón y escuche. Y es eso lo que podríamos llamar una legitimidad conservadora, en defensa de los valores tradicionales patrios, en defensa de las formas, los colores y la bandera del país.

Todo muy repipi, al mismo tiempo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tierra: Día 19/07/24 punto de inflexión

Ayer se produjo el punto de inflexión a escala mundial. Dependiendo de lo que hagan y no hagan los gobiernos tras lo sucedido ayer las dos c...

Entradas populares