martes, 3 de diciembre de 2019

Aprender a conducir

Mientras venía a mi tienda una idea me asaltó en la cabeza, relativa a la gente que conducía. No entendía porqué esas ideas las tenía tan frescas y en activo. Luego me di cuenta de que la noche anterior había soñado sobre aprender a conducir.

Aprender a conducir es un concepto que no es natural en el ser humano. Un vehículo es algo artificial, y hay muchos tipos de máquinas que no se dejan domar, porque su construcción es racional y es más complejo que lo que somos capaces de saber la mayoría.

Ayer por la tarde estuve dándole vueltas al tema de que me había comprado una máquina con FreeDos. Así que empecé a preparar el entorno. Lo primero que debía conseguir era arrancar el ordenador con los dispositivos de los que disponga, luego vería si con la configuración de su BIOS puede incluso hasta funcionar y, finalmente, vería cómo conectarme a Internet y manejarme con las aplicaciones para poder trasmigrar mi tienda a ese sistema.

Sin embargo, tras haber comprado de forma impulsiva el equipo, descubrí ayer mismo cómo me había estado dirigiendo a un muro infranqueable. Me daba cuenta de que me había hecho con una maquinaria que me exigía mucho más de lo que me esperaba. Y entonces tuve un miedo atroz, me dio una especie de ataque de ansiedad, o miedo a la frustación.

Me estampé. Y sospechaba de que no encontraría la fórmula para conseguir que nadie me ayude a salir de esa. Alguien que me ayudara a conducir mejor la situación.

Por un lado, cuando estuve trabajando bajo un entorno DOS recuerdo que la máquina la optimicé al 200%, pude hacer todo lo posible e incluso más. Lo malo es que de eso hace ya un par de décadas - dudo que me acuerde de cómo era. Sin embargo, ahí no está el verdadero problema.

El verdadero problema es que estuve mirando cómo se configuraba Internet, bien..., supongo que todavía sería posible. Empezaban ya los sudores fríos, la sensación de frustración ya se palpaba en el ambiente. Luego miré más profundamente y pensé, "pues instalo Ubuntu si veo que no puedo y me quito complicaciones".

Bien, ¿cuál fue el problema entonces? Que al parecer el Python, que era una de las verdaderas razones por las que quería cambiar de equipo, no tiene versiones para las distribuciones de Línux. De hecho parecía verse que había que pagar una licencia exclusivamente para esas distros.

Era como una encerrona. Si meto Windows10 en el equipo entonces ya sé que el equipo dejará de ser mío. Si meto WindowsXP entonces no podré disponer de las últimas versiones de Python, y habrá servicios muy jugosos que no podré incorporar en competición con las aplicaciones más punteras. Si pongo un sistema tipo Macintosh está claro que me pasaría, tarde o temprano como con Microsoft. Al final si pongo una distro de Linux no sé cuánto deberé pagar.

Así que ahora tenía tres ordenadores. Uno que fue acribillado por algún hacker hace tiempo y que no para de ser parcheado, está en XP. Y, por desgracia, debido a que le abrí la puerta a Anytech, en ocasiones le da por tener ataques con el botón derecho del ratón. Luego tengo este equipo que, al ser windows10, de vez en cuando tiene malas conexiones, tiene la BIOS quemada, y como también lo toqueteó Anytech ha estado teniendo ataques compulsivos con el botón derecho del ratón en ocasiones. El nuevo equipo no voy a dejar que nadie le toque la BIOS, que ya tiene su sistema operativo. Pero en cuanto le meta una distro de Linux, o no, no voy a ver cómo trasmigrar las aplicaciones.

Debido a que es posible hacer muchas gestiones mediante alguna clase de API no descarto hacerme yo mismo la aplicación del instalador..., pero esa preparación no la tengo todavía. He llegado a hacer cosas por el estilo, pero sin conocer las aplicaciones o el protocolo que usan..., eso es meterme en cocina ajena. Así que me veo en un brete.

Ayer sentí que mi vocación moría. Que había sido destruido por completo como persona. Era como si ya no valiera para nada. La noche siguiente me vino a la mente la frustración que quería hacerme pasar ese mal profesor al que le gustaba gritarme (cuando no había otro alumno delante, ante todo apariencias de buen rollo). Si había algo que ese profesor no aguantaba era que la siguiente clase que le tocaba dar ya la tuviera asumida. Y lo sé.

Ayer un hijodeputa, mientras estaba absorto en mis consultas por Internet de FreeDOS, se puso a silbar a menos  de un par de metros en mi establecimiento. Era normal, mucha gente silba..., lo que pasa es que no estaba de paso. Se quedó ahí, silbando. Y dale el silbido, y dale a silbar. No sé si estuvo una hora o algo así el muy vago. El caso es que habiendo un establecimiento de cara al público ahí cerca lo normal era pensar que había una persona ahí trabajando que preferiría no tener que distraerse con sus cánticos.

Al salir para echarme agua a la cara observé que quien silbaba era un sujeto que me recordaba a un directivo de Microsoft. El tío seguía silbando... ¡Doblemente asqueroso! Mi incapacidad para recordar rostros o reconocerlos me impedía saber si realmente lo conocía o no de nada a ese impresentable. Y, claro, la sociedad ha establecido en su moralidad y normas de conducta que si yo me meto con sus silbidos es muy probable que inicie una sacrosanta guerra de tocar las pelotas pero de verdad..., así que opté por no escuchar música, ponerme unos tapones... Pero por suerte se cansó de silbar, así que no fue necesario lo último. Yo, entonces, estaba más absorto porque me estaba viniendo por correo una torre que, salvo que reinvente mi negocio, no me serviría para gran cosa.

Y claro. Aún puedo plantearme mi verdadera realidad. No tengo porqué darle tanta importancia. O eso creo. Tal vez, cuando tenga el equipo delante rememore mi instinto con el DOS. Tal vez, me encuentre a algún antiguo colega y le pueda preguntar cosas sobre Ubuntu. Tal vez... Tal vez deba aprender a jugar con la nueva herramienta que tengo, aprender a divertirme como cuando era un chaval. Tal vez le haya dado más importancia de la que merece, que puedo pasar del tema, frivolizar..., al fin y al cabo, donde uno vive en aislamiento la vergüenza es imposible. Todo queda en uno mismo.

Y es que me planteo que se puede convertir en uno de los dos grandes secretos que uno jamás deberá contar. Esos dos grandes secretos que definen el alma y la vida misma. Uno que es La Gran Mentira, y otro que es La Gran Verdad.

La Gran Mentira es una afirmación que sabes que es falsa, está albergada en el pasado y es objetiva. Consideras que esta mentira es algo que nadie tiene derecho a saber, salvo tú. Por tanto, es algo que te define dentro de la sociedad donde vives.

La Gran Verdad es justo lo que necesita la gente saber para que nunca puedas contarles una mentira. Se alberga en el futuro. Es una afirmación tan grande que la mayoría suele despreciarla - pues la toman por falsa. Sin embargo, de los pocos que saben que no es falsa, la mayoría desprecia el enorme regalo que supone para aprovecharse del individuo en cuestión - para exclavizarlo en la medida de que esa Verdad sea tan grande. Es como si fuera una invocación a la forma de increparle a alguien, para llamarlo por lo que es. Y que éste, dentro de su ubicación en la realidad que le toque, se atenga a esa llamada.

La Gran Mentira es que no estamos determinados por nadie. Pero como nadie es capaz de dar con la Gran Verdad, porque todos estamos determinados por las mismas reglas, entonces siempre queda un halo de libre albedrío infranqueable.

Ayer sentí que mi vida había sido prostituida, junto con mi libertad, y percibí cómo mi frustración se reía de mí. No tenía espacio para rehacerme y reinventarme. No tenía espacio para llegar a ser. En el fondo me percataba de que, como Ada, debía aceptar una vida sometida al acoso continuo. Porque esa es la realidad que me ha tocado vivir.







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