lunes, 18 de noviembre de 2019

Conocimiento sucio

Una de las posiciones peculiares que tengo con respecto a la ciencia es esta peculiar postura que, bien podría convertir en un relato, pero no sé cómo verlo del todo como comedia o drama.



El drama sideral que me estoy montando me suena a viejo... Como un drama religioso del que otros ya le habrán sacado partida. Y la cosa es que aún se puede explotar un poco más, como pasa con todo en la vida. Pero no sé si quiero analizarlo como religión, eso es materia de discográficas.

Pero, al final, da igual que ese tipo de canción sea o no una de esas que intenta mostrarle a los fans en qué convierten a su artista - al fin y al cabo, el personaje en el que se convierte una estrella del espectáculo raya mucho a una figura a la que idolatrar. Por tanto, la ironía de estas historias, la influencia que me pudo provocar ese artista para escribirlas, etc..., aún pueden pervertirse para convertir en mis lectores en víctimas de una neurosis continua: ¿qué papel desempeña la fe dentro de una secta? ¿Acaso no existe un conocimiento, o cúmulo de sentimientos, que deben ser prohibidos para mentes impulsivas?

Los que defendemos la trasgresión del arte consideramos que nunca una obra debe ser objeto de censura, sino que se debe censurar el caracter sacro en las obras. Es decir: lo que sobra en esta ecuación es el carácter religioso. Es cuando se confunde ficción con realidad. Al fin y al cabo podemos estar defendiendo una afirmación verdadera, pero no correcta: pues lo correcto en ocasiones es defender lo que es falso, lo que nos mantiene en la posición racional.

Ese enorme egoísmo que tienen algunas personas de querer ser portadoras de la antorcha que ilumina con una luz blanca y brillante a toda criatura para que viva en su mundo de luz..., más que egoísmo no es más que plena neurosis, y de sus energías emerge el sudor que colorea la realidad de lo que estamos hechos. Pero todo el esfuerzo que le dedicaron a pretender defender sus tesis es lo que hizo sobrevivir a nuestra especie a la hora de adoptar revoluciones incompletas - las que fueron necesarias para organizarse como sociedad.

Las disonancias cognitivas, los sesgos cognitivos, todos los fallos..., todo eso es necesario para evolucionar. Luego es posible que envejeciera nuestra evolución, o puede que no tengamos visión para comprender los sucesivos cambios, en cualquier caso es imposible comprender el papel de la consciencia si no es mediante nuestros errores racionales y el tesón de no aceptarlos.

Y en esa cerrazón de creernos en el centro de la verdad suprema, no es de extrañar que, de vez en cuando, nos dirijamos hacia las bestias y las despreciemos. Somos ídolos para algunas de ellas, se valen de nuestro mundo, del que sólo entienden una parte. Y algunas son cuidadas en falso, otras son usadas para experimentación, otras son sacrificadas para nuestro alimento, otras son perdonadas en "su libertad" dentro de nuestro mundo..., rara es la criatura que no es descubierta para su posterior experimentación para vulnerarle toda magia de mitología. Todo por el bien de nuestro maravilloso y pulcro conocimiento.

En mitad de todo este proceso, hay quien se preocupa por tales criaturas y el trato que reciben: es como si fueran nuestra propia granja. No nos gusta a muchos: ¡cómo nos gustaría que se respetaran las reservas y los cotos de caza! Pero cuanto más civilizados somos mayor es el abismo con los que no aceptan nuestros criterios.

Así que siempre nos queda la duda: en mundo carnívoro donde el ser homo sapiens inventó el comer carne, despellejar bestias, descuartizarlas, hacinarlas y reproducirlas para su provecho..., entre otras cosas..., en un mundo así suena difícil que el homo sapiens pueda volver a reconducirse a su formato original, el que le hizo evolucionar físicamente hasta donde pudo: volver a ser fructívoro. Aunque, para ello, habría que valerse de toda la tecnología existente, de nuestra capacidad para entender de dietas.

Mientras tanto, como si fuéramos merecedores de todo cuanto hacemos procedemos a decirles a nuestros científicos que descuarticen animales, que los estudien, que desnuden a sus congéneres, que les hurguen por donde sea. Parece como si fuera objeto de debate si ese conocimiento es o no sucio: si somos merecedores de esa manera de convertir nuestro mundo en otra cosa.

Si no somos capaces de limpiar nuestro cuerpo, ¿qué pasará con todo lo demás? Decimos: mira a esos cerdos, comen de su mierda, comen de todo, hacen de todo..., es la vida del cerdo. Eso decimos. Trabajar y comer; comer y cagar. No hacen más que eso mismo: por eso podemos comérnoslo; eso dicen. Por eso nos los comemos nosotros. Y somos lo que comemos. Quedamos retratados por lo que hacemos.

Mi cuerpo suele resentirse cuando no le recuerdo el sabor del cerdo, pero me falta tecnología para saber qué sustitutos son los necesarios para que no sufra debilidades dietéticas (o eso pienso). Me faltan antioxidantes, o algo. Es la clave de la carne para quienes aprendieron a necesitarla de pequeños. Y en este ciclo, que es fácil de salir, no se tiene autoridad para clamar al resto.

Es un sacrificio necesario. De vez en cuando, alguna de esas bestias mirarán a través de su sistema límbico, el que reconoce una familia, unas figuras paternales, deidades..., y puede que descubra, como ocurre en las obras de Hayao Miyazaki, que sus dioses le han traicionado. Que éstos no nos vieron como hombres, sino como cerdos.

El viaje de Ashitaka en La princesa Mononoke era el deseo de la fusión entre hombre y bestia. Una llamada a un imposible aun con el poder de un dios.

Así que en ocasiones nos toca, una vez más, tener que asumir en qué clase de mundo queremos convertirnos - si estamos dispuestos a revolucionar hasta el punto de poner en juego el destino de toda la humanidad con tal de evitar convertirnos en monstruos.

Se hará otro experimento científico, como los del Dr. Merenguele, como los que hicieron algún laureado físico que otro, y tendremos un conocimiento que no tiene nada que ver con la ética ni con nada. Una constante gravitacional, el conocimiento de cómo estar menos epilépticos, la presión de una atmósfera, cuántos focos tiene un ojo..., conocimientos sucios. Es la historia de la monstruosidad en la ciencia. Algo que nunca necesitamos: algo que nos define y, al mismo tiempo, nos condena.

 
 

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