martes, 15 de octubre de 2019

La Culpabilidad del Déspota

Hoy me pongo en plan filosófico y desarrollo contenidos sobre el comportamiento Déspota que tenemos todos nosotros, que no dictatorial.



Volvamos a mis tiempos de instituto...

Tenía un profesor que se implicaba en cada una de sus clases como para lanzar una misiva, a modo de enseñanza específica. Para aquel día que ahora recuerdo llegó a decir algo con lo que no podía estar del todo de acuerdo.

Decía que no era prudente, o adecuado, el airarse, el cabrearse - pues se puede conseguir lo mismo sin hacerlo. Se puede fingir que uno se enfada para conseguir los mismos objetivos, pero sin sucumbir a los movimientos internos que te exclavizan.

Era cuestión de darse cuenta de lo idílico que sonaba eso: tienes motivos para enfadarte, no lo haces, en su lugar te estresas fingiendo que te enfadas. Es como el que para avanzar da un paso atrás y dos hacia adelante - es antinatural decidir ir hacia atrás cuando te puedes ahorrar todo ese bailoteo.

El enfadarse es propio de déspotas. Se emite desde un lado del cerebro dentro de la materia blanca: es de las partes más antiguas de nuestro sistema neuronal. De facto, podemos decir que lo usamos para incitar a los nuestros o para paralizar a los otros. La excitación hacia los nuestros es hacia la correcta moralidad, la paralización a los otros es a su sometimiento.

El Déspota tiene, por tanto, el objeto de dirigirse a los suyos y aplicar técnicas de tenebrismo, sin alcanzar el terrorismo. El tenebrismo consiste en poner en la palestra posibles alarmas y miedos que deben asumirse para tomar las riendas de nuestro mundo. El terrorismo, por otro lado, es exactamente lo contrario su objeto es paralizar a la gente para someterla a sus objetivos personales.

Tanto terrorismo como tenebrismo usan una misma arma: el miedo infundido en las mentes ajenas, gracias a nuestro instinto airado, que nos impulsa el querer dirigirnos al que tengamos delante para modificar su comportamiento.

Esa es la obligación del Déspota: despertar los instintos naturales de la civilización en los suyos y ahogar el salvajismo del enemigo.

Sin embargo, existe también una sensación de culpabilidad: es lo que le impulsa a querer gritarle a los suyos, a expresarse, a escribir novelas, libros, hacer pintura, poesía..., el caracter trasgresor de un artista no es sino su rabia reinterpretada en un mensaje figurativo. Todo esto lo origina la Culpabilidad del Déspota: la sensación de que tiene que emitir un mensaje. La idea de que hay algo que la sociedad no ve cuando él sí.

Entonces es cuando se vive un auténtico infierno: porque cuanto más culto sea el individuo más cosas querrá decirle al mundo, y menos satisfecho se sentirá por haberse dejado cosas sin decir. Cuanto más abierto esté al mundo y más vea cómo se aboca hacia cometer errores ya conocidos, mayor será la sensación de Culpabilidad, las ganas de manifestar que es el otro el que se equivoca, que aquello es puro Salvajismo...

Ahora bien, no hay una forma de establecer cuándo el miedo que se tiene que hacer manifiesto pasa de ser tenebrismo a ser terrorismo. La barrera se puede dejar al propio sentido común, sabiendo que la euforia por la satisfacción de expulsar ese demonio que te reconcomía podría impulsarte a llevar a cabo acciones demasiado crueles, a no parar.

Es entonces cuando aparece la necesidad de una adecuada moderación, basada en alguna clase de objetividad que nunca pierda su necesaria sensibilidad.

La vida que puede llevarnos a algunos es a sentir la frustración como resultado de la Culpabilidad. Debido a que no hemos encontrado el atril necesario para exponer nuestras soluciones y mensajes vitales, nos hemos percatado de que todo es una farsa y se transforma el sentimiento de Culpabilidad a un formato permanente: deja de generar ira en la zona cingular anterior para empezar a activarse la parte del neocórtex que representa la pena que infunde la sociedad.

La pena es la que daba el profesor que nos decía a los adolescentes que debíamos dar un paso atrás cuando sucumbíamos a la ira. No, cuando uno parte de una posición desventajosa, cuando no tenemos poder, cuando el mundo es hipócrita, cuando vivamos la discriminación y el sometimiento, un estado dictatorial..., entonces hay que partir de dar un paso atrás. Esa es la realidad que me tocaría vivir sin saberlo. 

Se equivocaba en el análisis de la sociedad, no en el consejo.



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