miércoles, 16 de octubre de 2019

Cuando el orgullo se vuelve tiranía

Con la que está cayendo en Cataluña, y que conste que me parte por dentro porque antiguos colegas telemáticos están envueltos en toda esa mierda, me veo en la obligación de tocar los nacionalismos.
 


Cuando hay personas que, en su legitimidad, han descubierto que el verdadero debate debería de ser la depuración de nuestro modelo económico - alguna clase de revolución de cara a las pensiones (como una renta básica, por ejemplo, y modificar todos los esquemas existentes, que están caducos ya), algunos niñatos, y burgueses que se aprovechan de ellos, están marcándose una triste cruzada - tristísima. 

No los hemos visto manifestarse con ese fulgor cuando el Supremo, por ejemplo, criminalizó de manera muy imaginativa a una conciudadana suya, como se refleja en el documental "Ciutat Morta"; tampoco se les ha visto levantarse por modelos económicos más justos, o en defensa de los desahuciados..., lo que mueve a ciertas personas son los colores del trapito.

Bueno, pues hablemos de trapitos y así me desahogo con vuestra banda sonora un poco.

Hace años, cuando hablaba con independentistas catalanes les comentaba lo incompatible que era ser nacionalista y de izquierdas. Lo dicho por Marx era lo sencillo, su enorme repulsión a los nacionalismos, y cómo rescató la palabra chovinismo que, en su época, significaba exactamente el patriotismo francés más repipi y recalcitrante.

Marx no entró en las complejidades del sentimiento. Para Marx, para el socialismo internacionalista, ese sentimiento sólo era una tradición, un meme..., como un sesgo o algo absurdo. Sin embargo, ese discurso se quedará como algo antiguo, desde mi punto de vista no he oído una referencia que entre en el tema del sentimiento nacionalista, y es por ello que me veo obligado a rememorar lo que les comenté a esos nacionalistas catalanes.


¿Qué parte del sentimiento es legítimo o natural del mismo individuo?

Muchos querrían ver en estas reflexiones como una manera de ejercer el totalitarismo sobre distintas alternativas políticas perfectamente viables. Sin embargo, el aceptar un enfoque político diferente sólo porque otro quiere verlo así no es más que una forma de someter el destino de la gente al relativismo: siempre hay sitio para el análisis. Al menos sí para el análisis.

Los enemigos del pensamiento profundo no dudarán también en etiquetar este tipo de reflexiones como trasnochadas y de sinsentido, y es que no se le puede arrebatar la sensación de legitimidad a una persona que ha nacido con la creencia de que por seguir a un partido político automáticamente le convierte en alguien que defiende una posición racional.

Pero lo que les dije, más allá de la reflexión de Marx sobre el pensamiento de Chauvin, fue que existía una legitimidad natural en el sentimiento nacionalista: éste era el orgullo que sentíamos por nuestros hijos, el orgullo de padre, se suele decir.

Cuando vemos que nuestro hijo es un ejemplo a seguir por parte de otros, o que era un trasto y, entonces, aprende una lección importante por sí mismo, entonces es cuando aparece un orgullo en su padre, un sentimiento que le motiva y le recompensa por las buenas influencias que tuvo hacia él. Es el sentimiento que hace que evolucionemos a una camada más moralista. Pero ojo: hablo de una camada, porque es un sentimiento que entra en el ámbito familiar. Si eso, un sentimiento que puede aconglomerarse en grupos de familias: clanes.

Es decir, el sentimiento de orgullo de padre es un sentimiento vertical que pueden tener los padres hacia sus hijos; o los patriarcas de un clan a sus miembros. A partir de un número más o menos grande nuestros instintos de visión de conjunto (nuestra idea de colectivo de personas) se va nublando. Este sentimiento corresponde como a una cantidad de un máximo de unas pocas más de 200 personas. La evolución natural no fue capaz de hacerlo más amplio en favor de la sociabilización del individuo.

Así que, ¿qué pasa cuando ese orgullo que puede tener un padre hacia sus hijos se expande más allá de las aldeas? Es entonces cuando aparece la revolución del bronce, los simbolitos, los trapitos... Un sistema jerárquico, basado en un abolengo, es el que puede permitirse el lujo de aprovechar el sentimiento a su favor. Sólo habrá un detalle: el mismo sentimiento que debía tener un padre hacia su hijo tendrá una contrapartida del hijo al padre.

Esa fidelidad que se espera que tenga un hijo a su padre es la que esperará el noble patriarca de la ciudad; lo que el socialista llama servidumbre. El sentimiento tiene nombre, por tanto. Sólo necesita un beneficiario de ese sentimiento.

Marx nos hablaba de los burgueses. Eran los mismos que, por un lado, se evadían de la servidumbre de los señores pero que, por otro lado, se acabaron por aprovechar del trabajo ajeno. El burgués no tiene el lenguaje del trabajador, porque no tiene su ética, pero al menos no tiene el sentimiento del siervo. Por esa razón, y esto Marx al parecer no se lo olió, la revolución proletaria no podía pasar por el aro sin los burgueses - tal como prepararon el terreno, o por los ingredientes que tenían para hacerlo.

Pero hablas con un nacionalista y te cuenta historias de que se siente español. Entonces, recuerdo cuándo de pequeño yo sentía la cruz de Cristo, y cuando cantaba el himno de Cartagena, cómo sentía el escudo de la ciudad y el color granate, cómo sentía orgullo por el Imperio de Hispania y tantas cosas que, bien pensado, ¿orgullo de qué? ¿Soy merecedor de ese orgullo? ¿Tengo genes de ese orgullo?

Es como cuando el hijo debe sentir orgullo por su padre. Si el padre actuó diligentemente, o fue grande en su juventud, al hijo parece que sólo le queda honrarlo. Y ese sentimiento de honra es el formato con el que se aprecia el nacionalismo: una manera de sustituir la honra al genuino padre por un símbolo inventado (una bandera, un trapito). En definitiva, hablamos de lo que podríamos llamar una blasfemia.

Entonces el nacionalismo, no visto como blasfemia, aún es reciclable: aún podríamos decir que el objeto por el cual luchamos por nuestro país es por nuestra familia (como aparece reflejado, de hecho, en la Carta de los Derechos Hhumanos que promulgó la ONU en sus comienzos); donde reza este Principio Fundamental: al final no importará que hablemos de países (o regiones o  ciudades), sino de clanes. Y la idea de autodeterminación girará en exclusividad por este concepto - según nos dicta la lógica.

Esa idea también también aparece en la película "El patriota", con el personaje de Mel Gibson no muy preocupado más por su país que por su familia. Así como en "Leyendas de pasión", es decir, en el cine se ha visto reflejado constantemente esta idea como algo  que defiende el sentido común - lo autoritario sin más.

Aquel que trasvalora el sentido de ese sentimiento puede que sí deba ser considerado, en algún sentido, un blasfemo. Aunque no seré yo quién se lo eche en cara: me parecen bastante simples.
 
Lo malo de lanzar blasfemias es que, al actuar contra tu verdadera naturaleza, y una coherencia que nadie ha nacido para poderla abordar, al final es fácil sucumbir a la tiranía y, de ahí, ante movimientos despóticos acabar convirtiéndose en dictadores reaccionarios del progreso democrático que le sea natural.

Eso es lo que está pasando ahora en Cataluña. Y hay que dejar que la justicia siga operando y metiendo a quienes tenga que meter en la cárcel.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tierra: Día 19/07/24 punto de inflexión

Ayer se produjo el punto de inflexión a escala mundial. Dependiendo de lo que hagan y no hagan los gobiernos tras lo sucedido ayer las dos c...

Entradas populares