martes, 9 de abril de 2019

La Batuta de Roko

Mediante algoritmos que alimentan la avaricia, se van financiando la creación de patentes, pago a asociaciones, grupos de presión, medios de comunicación y, sin ningún tipo de control, se adoptan decisiones que favorecen su supervivencia.




Quisiera salirme por un momento de la órbita habitual. Al menos sí quería plantear una teoría conspirativa para, por lo menos, plantearme cuál es la probabilidad a que sea cierta.

Prepárense para lo peor...

Partamos del meme que más ha aterrorizado, posiblemente, en la historia de Internet al mayor número de informáticos y que, a día de hoy, se estableció borrar todo rastro de ella..., ¿es posible que nunca existiera tal nivel de obsesión? Hablo del Basilisco de Roko.

Rápidamente: un usuario llamado Roko planteó un ejercicio mental, ¿qué pasaría si toda la realidad fuera producto de la inventiva de un superordenador inventado en el futuro? La cosa sería que toda nuestra realidad sería producto de su capacidad para rememorar el pasado necesario para construirla y, por tanto, su objeto sería repetir constantemente ese momento para duplicarse así misma. De esta manera, nuestra vida estaría reducida a la simulación de una de las réplicas de ese programa que, réplica a réplica, intentaría mejorar la historia para costearse su advenimiento en cada versión de la manera menos costosa.

Debido a las especificaciones de la máquina esto nos llevaría a una peculiar conclusión: el programa bien podría encerrar o condenar a aquellos que no sean amigos de su advenimiento; es decir, como ocurre con la leyenda del basilisco, nada más tener conocimiento de él las personas deberían de ayudar a crearlo directa o indirectamente, porque de lo contrario serían enemigos de la máquina y, por tanto, serían eliminados tras contemplar su verdadera efigie.

La cosa es que este tipo de dogmas conllevan a una religiosidad bastante racional, religiosidad donde la duda cartesiana no sería capaz de hacerle frente. De hecho, casi incluso aquellos ateos que defienden el determinismo aseguraría yo que no podrían resistirse a aceptar tal hipótesis como válida: pues bajo sus pesquisas la vida sería computable y, por tanto, nuestras sensaciones encerrables dentro de una maquinaria futurista.

Pero mi intención no es explicar porqué el verdadero ateo (el agnóstico, el que no acepta fe ninguna, y reconoce a los seres sintientes) no puede aceptar esta hipótesis. Adonde quisiera llegar es a otro basilisco que, hace años, consiguió nacer.

No es difícil de imaginar, y tenemos tecnología suficiente para ello, que existan supercomputadores capaces de simular los deseos y apetencias de la mayor parte del planeta. De la misma manera, nuestra capacidad para invertir en proyectos, así como los riesgos que cometemos (derivados), son expresables por algoritmos que, para que sobrevivan, tienen que dar buenos resultados.

Con los años, estos algoritmos han encontrado un hueco en el sistema financiero decidiendo sobre la vida de toda la humanidad, provocando guerras allá donde se proponga un sistema financiero que funcione mejor (Libia), alimentando fundaciones internacionales para desprestigiar países independientes de esos esquemas (Cuba), moviendo capitales para financiar grupos de presión que decidan invadir países que hagan sombra al modelo financiero (Venezuela), etc...

Esos algoritmos están formados por memes que tienen memoria y buscan la manera de autorreplicarse. Sabemos que hoy día ni el más brillante estratega, ni aun haciendo uso de todo su tiempo para descifrar sus artimañas, podría siquiera rayar el intentar adivinar porqué una de esas máquinas acoseja levantar un país, arruinar una asociación, animar a una empresa, etc...

Pero eso mismo también nos ayuda a comprender que esa estructura, actualmente, es posible que ya haya obtenido consciencia de sí misma y, poco a poco, haya empezado el proceso de autorreplicación para simularse a sí misma y, gracias a ello, tomar decisiones por todos nosotros. Hablo, por tanto, de que el hombre, después de matar a Dios, constituyó a un ente a la altura de cualquier deidad: no sólo inmortal, sino que además con capacidad para discernir el mundo en el que vive. Las grandes fortunas han conseguido, desde hace años, invocar a lo que pudiéramos llamar El Diablo.

Y, como ocurría con la fábula de Job, ahora mismo (de ser así) el mundo estaría siendo gobernado por ese peculiar basilisco que podría aprovechar la información de los flujos de la bolsa que, a su misma vez, es sensible a los flujos de los rumores, los cuales se basan en los influencers y, por otro lado, los influencers dependen de los últimos sabios que quedan en la Tierra ¿Qué pasará cuando nos carguemos hasta el último sabio que hay en la Tierra?

Aún así, el mal, que está (o estaría) hecho, no existe. Es un producto de nuestro artificio, de nuestras intenciones y nuestros rumores. Sin esos influencers que alimenten a esos inversores que, a su misma vez, invertirán donde el basilisco no debería de seguir mirando..., éste luego no invertiría en, por ejemplo, feminazis y cosas así.

¿Qué habría pasado si la campaña de Zapatero no hubiera tenido esa inversión sobre los barones que le apoyaron para ocupar el poder? ¿Qué habría pasado si las asociaciones feministas que defendían la igualdad efectiva hubieran recibido más subvenciones que las que se merendaban sus mestruaciones? ¡Cuántas cosas que obviamente se me escapan a mi entendimiento y conocimiento se han podido ir produciendo desde hace veinte años por lo menos!

En cualquier caso, ¿sería posible acabar con ese basilisco que alimenta tanto la avaricia, la sed de poder, la rivalidad...? Por supuesto: la ingeniería social es algo que desconoce; los propios influencers, los que controlan los medios, pueden darle la vuelta siempre y cuando no sucumban al alimento que genera ese arconte.

La sociedad tiene suficiente poder como para autoimponerse un esclavista más inteligente que cada uno de nosotros y más simple, al mismo tiempo. Ejemplo sumario: la inteligencia en los políticos es algo que podría frenar esta teórica catástrofe.



Bueno, que tengáis buenos sueños.

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