lunes, 4 de julio de 2022

Relato. El salmo de la ira

Como decía el profeta Isaías: "Ira, envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino; una voz grita desde el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos". Así reza la cita montada en una montaña de citas al nuevo testamento y a la versión de Marcos inundada por kilómetros de tinta de sus traductores (Piñero et al.) que, además, nos cuentan que era habitual en aquella época enderezar las citas y parafrasearlas de esa manera, aunque no fueran literales.

 

El salmo de la ira

En los lugares más recónditos del hogar de las divinidades y demás seres de luz, allá donde no habita el dolor, se puede escuchar la agonía de los benditos que siguieron la palabra de Dios. Como perros abandonados acabaron encontrando la dicha de vivir en un patio donde no habrá ni frío ni calor, al margen de precipitaciones molestas y siempre con una mirada hacia el cielo - a su Dios.

Clamaban los seres de carne que toda palabra escrita no obedecía a transformación alguna en el ser, que no hay manera de encontrar criatura capaz de saber más que el antiguo, y que toda palabra escrita gana en su desgana porque invade en el intelecto tanto del joven como del viejo a lo largo de los tiempos. Clamaban, a su misma vez, que la historia no era cíclica, que el mundo no se repetía si no era para congelar los instintos y someterlos a la gracia divina de su Creador.

Así, fueron marcando un camino para que sus almas encontraran sitio entre aquellos que nunca sintieron la necesidad de pecar para manchar sus palacios con el recuerdo de la carne, para llenar de los orines y la incontinencia los azulejos trasparentes que no dejan reflejar oscuridad o mácula alguna. Allá es hacia donde van destinadas esas criaturas cuyo afán de vida se fundamenta en el caos continuo, en la necesidad de un Maligno, un villano, que endulce de vez en cuando sus historias. 

Han clamado su lugar después de décadas de martirio continuo en esa tienda de mascotas que es la vida misma, donde se aguanta el suplicio de seres de luz que dejan a su infortunio a tales criaturas para poder ser observadas desde un escaparate. Y es entonces, cuando muere la mascota cuando nace la compañía. Y de la compañía la promesa a ser ubicado a un lugar donde moran las plantas que nunca mueren, los frutos más dulces, el agua más limpia y la soledad más absoluta. Pues no hay forma inmaculada más pura que la que no esta manchada por la impiedad del colectivo.

Allá se encuentra el creyente, se le escucha sus clamores no ausentes de pena y sorpresa. Todo cuando había oído hablar de ese sitio, al margen del dolor, de la angustia por el devenir, de la mancha que genera no tener controlado el destino..., en el fondo no era más que una cárcel para aquello que levanta las pasiones que siempre fueron dictadas como enfermizas por parte del otro, del ser de luz que nunca fue de carne, que no es más que un alguien cuya felicidad no tiene nada que ver con la de aquel que vive entre ausencias lucha por liberarse de ellas.

Los seres de luz entonces escuchan el salmo continuo, un lamento que no son más que ladridos de ira, para clamar la entrada a los pasillos, el recorrer los grandes palacios, con sus retales aterciopelados en cortinas de cordones dorados y bordados de alabastro. Poder observar por un momento los grandes comedores donde la luz entra y rebota sobre los manjares cuya apreciación ha sido considerada solo para el deleite del conocimiento que supone esa experiencia única dada por feligreses a modo de sacrificio.

"Dennos a nosotros nuestro holocausto" Grita el salmo. Pero son monosílabos llenos de ira: ¿cuándo la carne es digna de holocausto cuando éste está hecho de carne? Es la luz la que se come a la oscuridad, no al revés. No hay dignidad en el lamento ni nunca hubo tierra más prometida que la que se le ofrece para acabar encerrado en su impiedad eternamente.

Algunos seres de luz se apiadan y dicen: "¿No es mejor esto a pasar por los suplicios de los infiernos?" Y allá en los infiernos estará Jimmy Hendrix tocando la guitarra, valiéndose entre demonios por superar sus sufrimientos y las historias que le marquen una nueva tortura que no será capaz de matarle, sino de engordarle de nuevas ganas de vivir la siguiente. "Criaturas infernales, sufriréis en las cazuelas y comeremos vuestra carne", eso dicen los señores de luz ¡Qué grandes son y qué benévolos!

Y entre los infiernos veremos a Platón, el esclavista, que nunca supo de los seres de luz y que quedó vagando en la incertidumbre de haber sabido quién era el dios verdadero y no el que él mismo inventó. "¡Ah de aquellos que no fueron bautizados! ¡Pudríos en el infierno y vagaréis libres de nuestros cuidados!", ironizaba el Obstinado. "Diles que se arrepientan", decía otro ser luminoso e iluminado en su gracia divina.

La gracia que le hace al que se pone de rodillas a la espera de que pueda encontrar a su amo; a un ser que quiera apadrinarlo, limpiarle el culito y sacarle de paseo entre los lindes del paraíso. El psicopompo se le aparecerá en sueños de vez en cuando, para cuando la carne no pesa, y volverá a plantearle cómo aprender ciertos trucos que no comprenderá porque el que es carne a la carne vuelve, el que es ceniza en polvo se convertirá.

En sueños aún es libre el feligrés que consiguió su paraíso. Entonces es acompañado de un lugar para otro sin tener la opción de ir más allá de lo que el psicopompo le permita. Pero cerradas las puertas aún es posible que le suelte la correa un poco, no demasiado, porque pronto despertará en mitad de la noche y volverá a emitir un salmo, el salmo de la ira incomprendido por parte de los seres de luz y que inspira a todos los feligreses que chillan lo mismo al Obstinado y clamarán hasta el fin de los días.


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