viernes, 8 de noviembre de 2019

Los puercos, ¡fuera de mi cocina!

Esta mañana me he levantado airado, suelto, con la mente en otro lugar, cabreado..., los recuerdos me acosaban, me pervertían el día. Entonces elucubraba, me estresaba con un futuro que no será real, con conversaciones que no se van a dar, me preparaba para lo peor, me allanaba el camino...



La mañana ha empezado con mal pie. Ayer un inspector de Hacienda, tal vez haciendo un uso legítimo de sus funciones, me informó que yo debía declarar ante el impuesto de las personas físicas. Claro, conociendo mi situación era algo absurdo, así que me limité a responder en un documento diáfano que no ganaba ni tenía ni la décima parte del computo necesario para entrar en esos juegos.

Esto me ha despertado los demonios. Al día siguiente (esta mañana), ya estaba mi cerebro entrenándose por un posible disgusto con un funcionario corrupto contra el que no tendría forma de defenderme ante un tribunal. Empezaba a manejarme con los entresijos de la jurisprudencia, me planteaba las leyes que debía tener en cuenta, de cómo el abogado de oficio no me tomaría en serio ante asuntos que también son relevantes..., y que claro, no hay que olvidar que denuncié a España y la acusé de ser una dictadura institucionalista - una persona que hace eso no puede quedarse impasible ante un comunicado de Hacienda.

Y se trata de volver a analizar y darle más vueltas. Estresarse innecesariamente: tal vez el inspector en cuestión nada más leer mi respuesta archive el asunto y pase a otro asunto. Pero claro, yo aquí estoy dale que te pego: ¿y si le da por iniciar un litigio en mi contra? ¿Acaso yo pagaría un mísero euro ante un sujeto que, a mi juicio, recuerda más a los extorsionadores que a otra cosa?

Resulta que si acabáramos en tal supuesto juicio una de las cosas que haría sería contabilizar cuántos procuradores y administrativos han tenido que ser necesarios para hacer una comprobación trivial, comprobación por la que pagamos a personas (inspectores) que se dediquen a descubrir las irregularidades que sean reales.

Y es que me martilleaba en la cabeza: ¿por qué no leyó lo que declaraba de IVA? ¿No se daba cuenta de cuál debía ser por necesidad cuánto facturaba y cuál debía ser mi margen de mercaderías? El sinsentido era lo que me reconcomía.

Y ahora es cuando analizo: me levanto todos los días, de Lunes a Domingo, a las 7'30, me aseo y desayuno ligeramente para ponerme a andar casi cuatro kilómetros de ida y abrir para las 9'00 horas. Siempre llego antes, como es lógico. De vez en cuando me ausento de mi trabajo unos minutos para ir al cuarto de baño, pero me quedo hasta las 21'00 horas. Entonces cojo mis cosas y recorro esos mismos kilómetros hacia mi casa andando. Llueva o esté despejado. Haga frío o calor. En mi tienda no tengo calefacción ni aire acondicionado, y mis clientes se quejan por ello. Es una bóveda acristalada donde en temporadas muy específicas adquiere una temperatura a la altura de sus hermosas vistas.

Como si fuera un peculiar infierno, puedo permitirme el lujo de tener acceso a Internet, ya que mi negocio es el único en varios kilómetros a la redonda que ofrece el servicio a los del hospital de oficina, de acceso telefónico, fax... Podrán recargar su móvil o, si algún abuelito se lía, gratuitamente doy asesoramiento, resuelvo los asuntos... Muchos de mis servicios son de atención personalizada, y me entero de la realidad de los pacientes y el día a día de muchos errores administrativos. Justo lo que más necesita esta mente loca.

De alguna manera, mi negocio es el último que ha sobrevivido realmente en el hospital. Si yo desaparezco, todos los residentes del área 2 de la región de Murcia se verán afectados de una manera o de otra. Es cuestión de imaginarse en la ausencia del servicio de reprografía, que sólo un autobús les llevaría de vuelta..., es un hospital aislado. Y, de vez en cuando, vemos cómo aprovecho para venderles lo que no  encontrarán: algo para divertirse, regalos para los enfermos, complementos sanitarios... Si yo desaparezco el enorme mal higiénico sería descomunal.

Con todos los servicios que hago al hospital, los beneficios no me llegan ni para alcanzar en bruto el sueldo mínimo profesional - ya no digo el neto, con todos los gastos que tengo. Al final, si ahorro algo, no me sirve para pagar un alquiler, ni los ahorros me llegan para comprar una casa. Y es que, aunque pueda comprar una casa, ¿realmente quiero eso? ¿Quiero quedarme en este lugar tan yermo y con tanta muerte y devastación? ¿En un lugar tan asqueroso socialmente donde los proyectos son destruidos por ser demasiado talentosos para el punto de vista estético?

Y claro. Entonces vuelve la mente a agrietarse, a gritarme, me obliga que use mi propia boca por inercia, me obliga a explicarme, me obliga a denunciar, a reclamar que no es justo, que no tengo vacaciones porque aunque me las busque no las disfrutaría dentro del enorme temor a todo lo que pierdo al estar todos los meses al límite, por el hecho de que no tengo vida social, porque en el fondo no veo ninguna clase de futuro en absoluto bien definido, porque, haga lo que haga, me da la impresión de que podría hacer realidad los proyectos más increibles que jamás hayan sido siquiera imaginados por un ser humano y, aún así, aun estando al alcance y uso pragmático de cualquiera no serían aprovechados o reconocidos.

Es el tormento perfecto.

Y me viene a la mente cuando un indocumentado con el odio característico de las redes sociales utilizó un término despectivo hacia mi persona: burguesito. Un puerco. Eso es lo que era. Los cerdos que embarranan la situación lo llenan todo de mierda. Porque yo vivo de la jubilación de mis padres, ahora bien ¿me convierte eso en un burguesito? Sólo la duda embarrana al sujeto que se lo plantea cuando se reconoce la situación.

Gente que con sólo trabajar 40 horas semanales ya pueden llegar a final de mes ¿Acaso ellos saben lo que es trabajar? Trabajar es que ni con 80 horas sepas si llegarás a final de mes. Pero si alguien, ante un perfil como el mío, va por ahí acusando a otros de ser burguesitos..., eso lo convierte en un ciego político, en alguien incapaz de tener un lenguaje en condiciones como para conformar ninguna clase de Pacto Social.

El Pacto Social es lo que queda implícito justo cuando vamos a votar: lo que esperamos de los representantes y lo que los representantes esperan de nosotros. El programa bien podría intentar reflejar ese pacto..., ahora bien, en la cocina de ese programa no puede haber cegatos políticos. Señores que aburguesan el contenido llamando burguesitos al proletariado. En la cocina política sobran los que tienen problemas psicológicos y lo pagan con los más débiles. Ese tipo de comportamiento lo tenemos bien identificado: es el clásico pensamiento facha.

A un facha le podemos preguntar: 

- ¿Qué tal la pobreza hoy en España?

- Muy normalita. Se puede sobrellevar.

- ¿Y los que rebuscan en la basura para comer?

- En realidad podrían trabajar en el campo. Hay problemas de mal gusto en la alimentación.

- En el campo no existen tales ofertas. El precio de la mano de obra no da para comer.

- ¡Eres un manipulador fascista! Lo que pasa es que eres un vividor.

- Oye, que trabajo 90 horas semanales y no me da para independizarme.

- ¡Pero qué esperas! Lo que pasa es que eres un mal empresario. La culpa es tuya.

- Si tú eres tan liberal, supongo que no le darás dinero en herencia a tu hijo, ¿verdad?

- ¡Totalitario!

Esta clase de personas se ubican en todos los espectros políticos. Contaminan la política, los que no tienen intención de escribir programa alguno sólo precisan de su servicio para el fingimiento ante los medios, pero los partidos que tienen pretensiones sociales sólo verán su programa contaminado. La cocina debe estar liberada de estos cerdos, o se cagarán en el programa al provocar debates muertos, todo lleno de cinismo.

Son gente que sobra. Gente a la que no votaré dentro de un par de días. Porque son lo mismo que a los que no puedo votar por haberme dejado en la situación en la que me encuentro.

Cuando denuncié a España por negarse a evaluarme un examen y, por consiguiente, a expedirme un título y mi formación oportuna, la respuesta del Defensor del Pueblo fue clara: "yo estaré claramente del lado de las instituciones" y la respuesta del juez eslavo fue: "debiste haber acudido, en su caso, al Tribunal Constitucional" ¿A qué se refiere con "en su caso"? ¿Por qué lo pone entre comas? ¿Eso quiere decir que podría no haber ido al Constitucional? ¿Acaso tenía tal opción? ¿Acaso no había agotado todos los recursos administrativos que sólo apuntaban al Contencioso y, en su caso, JAMÁS fue mencionado el Constitucional? ¿Por qué dice "en su caso"? ¡O era mi caso o no lo era! Si van a negarme mi derecho FUNDAMENTAL a recibir una educación AL MENOS: ¡¡¡que se documente el puto juez!!!

Y lo he pensado varias veces: ¿acaso no estaría mejor en la cárcel? Así ya me quito todas estas tensiones innecesarias. Es como cuando fui a Hacienda SÓLO a ponerme de alta de autónomo, ¡nada más! y me tocó un fascista prevaricador con ganas de hacerme perder mañanas innecesariamente - claro, empecé a gritarle y amenazarle de muerte. Estoy de fascistas hasta los cojones. Y, por otro documento que tuve que ir a Hacienda, ese mismo hombre, una vez más, me hizo la jugada de hacerme las cosas expresamente mal (mal sellado, mal informado, mal cometido...., mal todo). Todo en contra de mi negocio que, como resolución, busco la manera de resolver todo telemáticamente.

No hay que olvidar todos los casos de abusos que recibí en la universidad. Todas las denuncias cuando era veinteañero con esos pervertidos que eran protegidos de algún que otro juez de lo penal, para que mantuvieran su cargo público aparente - para generar apariencia de país civilizado. Y en su apariencia de fachada de democracia, es propio de esta gentuza llevarse por delante a alguien que rompe con los esquemas. Como cuando me llamaron por teléfono unos prevaricadores del registro de propiedad intelectual al que les molestaba mucho que alguien como yo guardara un programa de ordenador: si abandoné la carrera de ingeniería informática tiene que parecer que es porque era demasiado complicada para él. Todo apariencias, todo fachada, todo embarranar la realidad...






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