lunes, 4 de noviembre de 2019

El hambre y la rabia

Me estoy percatando de cuál podría ser el origen del egoísmo, y asociarlo a su estructura neuronal. Quizá encuentre un sitio en mi agenda para ajustarlo a mis pesquisas.



Cuando empecé  el negocio solía tener hambre. En ocasiones me daba hambre, y eso era porque comía poco. Y me daba rabia. Porque no lo veía justo. Sea como fuere ahora cada vez que me da rabia las circunstancias me da la impresión de que me da hambre. Y es que, efectivamente, hay que vivirlo para entenderlo: aunque no tenga hambre es como si tras comer pudiera aliviar la  rabia que siento por dentro. Cuando esto mismo se ha producido debido a los momentos de hambre que he vivido bajo una etapa injusta.

Eso es lo que genera un mal reparto: provoca que a la gente se le dispare un instinto de conservación incluso cuando hay abundancia, lo cual es absurdo. Ese instinto se quedó impreso en nuestra configuración neuronal, como un trauma, y es recordado cada vez que tenemos una vivencia parecida.

Para asuntos primarios puede funcionar meridianamente bien, pero para las reglas sociales que nosotros mismos nos autoimponemos puede ser contraproducente. O, dicho de otra manera, es posible encontrar reglas sociales que provoquen en nosotros estados de rabia, hambre..., que nos repriman. Es decir, es posible crear una sociedad que intoxique a la gente. Por eso es importante estudiar qué entorno dejamos.

Un ejemplo raro es lo que le sucede a mi móvil. Resulta que hay una serie de señores que me llaman a mi número de Vodafone. Me llaman y usan números que cuando les llamas no responden. Además me llaman todos los días. No ganan nada haciéndolo, no consiguen nada por ello. En ocasiones activan mi contestador, y no dejan ningún mensaje.

Más allá de que ese uso abusivo de mi número de móvil sea ilegal, y me consta ello, también sé que la agencia de protección de datos que tenemos en España es mucho peor que una broma de mal gusto; y atentar contra la protección de datos supone atentar contra derechos fundamentales, de los pocos que sí han sido reconocidos en la carta de derechos de la ONU. Es por ello que, aunque es gratis denunciar, ya habré hecho otras denuncias más fáciles de perseguir y, aún así, no me dieron una respuesta válida.

El caso es que quienes quieran que están continuamente llamando a mi móvil lo único que están haciendo es intentar crearme un ambiente hostil. Como el intentar hacer que no vuelva a poder usar el móvil, o alguna cosa así. Ese tipo de ingeniería social es lo que llevan a cabo las sectas, por ejemplo: el Opus dei suele tener ese tipo de comportamientos, en cuanto ven a un posible adepto le persiguen y le insisten, le llaman, hasta que quiera formar parte.

Las personas que están metidas en ese tipo de sectas no son conscientes de que forman parte de esa ingeniería social, y conforman los ladrillos necesarios de esos dogmas tóxicos. Si España fuera un país que persiguiera la no aplicación de los DDHH entonces muchas actividades manipuladoras de masas desaparecerían.

En el caso de mi móvil el asunto lo tengo resuelto trivialmente: no lo uso. Al fin y al cabo no tengo relaciones sociales. Y ahora me urge si volverá a pasarme eso de que cierto buffete de abogados vuelva a acosarme al fijo de mi tienda sólo porque no me daba la real gana de darle el número de teléfono de mi hermana (ni estaba autorizado a ello). Lo que ese buffete de abogados llevaba a cabo en ese año ya era punible en el código penal, pero en virtud de que la empresa Jazztel había decidido encubrir criminalmente a ese buffete (probablemente porque la empresa sea cliente del buffete y, donde hay connivencia criminal...) entonces me vi obligado con amenazar con destruir el buffete a base de cócteles molotovs. 

El problema de que un país decida dejar de convertirse en un estado de derecho provoca que los acosos se conviertan en casos crónicos de conducta. En las noticias veremos lo llamativo: un edificio ardiendo. Pero lo que nadie ve es lo que hacían los hijos de puta que trabajaban en ese edificio, o el hecho de que las denuncias en un juzgado se queden en nada. Ya no digo si vas a la policía: menudos hijos de la grandísima puta.

En definitiva, que me da hambre. La gente pobre no tenemos derechos, aunque citemos la ley íntegramente y sepamos perfectamente cómo se aplican los fundamentos de dereochos. Es inevitable.

De hecho, la última vez que fui a renovarme el pasaporte en comisaría ocurrió algo inaudito: no pasó nada anómalo. No hubo demoras injustificadas y con mala fe, no hubo insumisiones, no hubo reiteraciones, no hubo denegación de servicios básicos..., incluso las formas eran normales. Cometí el error de hacer una pregunta inocente y me respondió lo que a todos con normalidad en su desdén de que posiblemente todo el mundo le pregunta lo mismo. El que salió enrarecido fui yo. Incluso ese día de pleno verano se puso a llover sorpresivamente. Dio tal chaparrón que sorprendió a todo el mundo, y me imposibilitó volver a trabajar sin pasar por casa completamente calado. Fue un día muy raro.

Así que considero que el día en el que un país ofrezca, en su simplicidad, los derechos más básicos que conforma su democracia y se preocupe de cumplir con un pacto social mínimamente aceptable y sin hipocresías entonces muchos criminales, en cincuenta años, desaparecerán. Mientras tanto, ante la anomalía de vivir en un estado de derecho corresponderá soportar el chaparrón: porque aunque se active la renta básica habrá unos beneficios a medio plazo que se notarán, pero los verdaderos beneficios sólo podrán llegar tras superar la generación traumatizada.








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