martes, 29 de octubre de 2019

Relato. Era un niño con su gato.

La realidad y la verdad poco importan. El mundo social no existe ¿Cómo se puede imaginar un futuro al margen de la indigencia?



Relato.

En los recuerdos de juventud el científico muerto expira sus últimos alientos: "¡La muda!", grita, "Blanca que callaba y mírala tendida...". Entre sus libros llenos de arcanos, anotaciones antiguas que marcaban el final de una época. Nadie los leerá. Pero muchos se sorprenden de su frase, ¿tiene significado? Se obsesionarán por un comentario final, pero no de lo que realmente fuera sustancial en las vidas de todas las gentes.

Y en esos recuerdos malditos regresa a la juventud en la que tenía una hermosa gata. Cuando tocaba compartir momentos de placidez y soledad la compañía que se tenían el uno al otro se convertía en el único sustento. Se entendían el uno al otro, y el resto de los familiares eran ásperos tanto con el chaval como con el animal. Se tenían el uno al otro.

¡Cuántas veces se vio torturada la gata por los comportamientos de los familiares del chaval! Pero siempre estaba él ahí para su consuelo. Él era quien le daba de comer. Él era quien la sostenía y ayudaba cuando sus hijos corrían peligro. O quien le acariciaba.

Los años pasaban y la gata vivió un pesar, que compartió en sueños con el niño: no era capaz de hablar. Era muda, sólo maullaba. Blanca la llamábamos porque era blanca con motas negras, pero nunca atendía a su nombre o llamada. No era como un perro, venía cuando le placía. Atraerla o repelerla, lo único que éramos capaces de hacer. Su único lenguaje.

Un día se decidió encerrar a la gata y a toda su prole, mediante engaños, en un corral limpio de nueve metros cúbicos. Uno de los lados del cubo era unos alambres, otro lado del corral era una ventana que, convenientemente, había sido tapada con una caja ocultada con una cortina. Ese fue el mecanismo que se valió para hacer meter a todos los gatos, salvajes ellos, a ese corral haciéndoles creer que podrían saltar por ese ventanuco hacia el otro lado de la habitación. Lugar que conocían perfectamente.

Una vez encerrados se procedió a dejar que maullaran y clamaran por su libertad. En el momento más propicio el joven científico y su hermana escenificaron un juego de rol: uno hacía de gato y otro de persona. Cuando el "gato" hacía lo correcto conseguía la libertad. El objeto era simple: replicar las cinco vocales del castellano.

Y esos sueños de anciano podían verse cumplidos en cuanto se daba el correcto recuerdo. De cómo la gata fue la primera en conseguir la libertad por replicar muchas de las vocales, luego otro gato..., pero ella se quedó allí intentando dar una lección a sus vástagos, para que aprendieran.

El chaval se sintió muy orgulloso de su gata, y ella también demostraba estar muy feliz de su nueva capacidad, así que intentaron enseñarle una palabra: "Hola". Para el caso, otro juego de rol y le mostraron cuándo aplicar la combinación que había aprendido: "o-a".

Y así fue como aprendió a decir: "o-a", "a-io", "o", "ih"..., aunque la "i" le salía más la expresión de la cara. "hola", "adiós", "no quiero eso como comida o propuesta", "sí quiero eso como comida o propuesta". Poca conversación se haría posible con algo así.

Pero había que verla, habían unas personas hablando, entonces se acercaba la gata, decía "o-a", se sentaba dentro del círculo como si estuviera escuchando, le mostraba al chaval una seña con la cabeza para que la levantara, otra para que la bajara, entonces, al marcharse, decía "a-io", y se iba. Pero como no podía sacarle mucho provecho, luego volvía y repetía diciendo "o-a"..., entendía perfectamente el concepto.

Las grandes incomodidades de la gata se produjeron cuando intentó enseñarle a sus hijos, y no le fue posible. El enorme gato al que le enseñaron los niño la "e" y la "o" poco interés le daba a combinarlos en palabras..., todo lo más para marcar el terreno y decir que algo no era de su agrado o llamar la atención "¡eh!". Pero eso no era más que algo menor en comparación con la gata.

Una mañana de soledad matutina de la más temprana hora patriarcal la madre salió a hacer eso que llaman sus quehaceres, cuando escuchó un "hola" al que respondió con otro "hola". Pero la sensación de soledad le invadió: ¿A quién respondía si se encontraba en la más absoluta soledad de la mañana? Y eso que para algunos habría sido un chiste, o algo de enorme agrado, se convirtió en una expresión de una extraña pesadilla marcada por la religión que esta señora procesaba ¿Le había hablado el gato?

¡Hasta dónde podía llegar el drama! ¿Acaso era la demencia quien le hablaba a ella? ¡Y no! Era la gata que, de hecho, no dudó en repetir su proclama. Para obtener como resultado un grito de sorpresa y júbilo, asombro y miedo todos mezclados que despertó a todo el hogar.

- ¿Es que no lo sabías? - le respondió la hija - la gata puede decir "hola" y "adiós".

Pero el demonio sabe más por viejo que por demonio y, desde siempre y antiguo fue, no podía ser posible que hable y entienda un animal el cristiano. Al fin y al cabo, de saberlo, ¿les correspondía ir a misa para alcanzar el paraíso? La misión y objetivo de todo cristiano era salvar las almas de todas las criaturas que la tuvieran, ¿acaso no es quien habla la única portadora de alma al ser la única capaz de comprender en esencia la abstracción de la comunidad y lo que, por ende, era hacer una comunión?

No podía ser que la gata fuera a misa y compartiera las hostias sagradas, que hiciera su primera comunión con el resto de los niños, la vistieran de princesa y le dieran vino. Esas cosas no eran apropiadas en esa zona de extramuros donde la religiosidad se tomaba demasiado en serio.

Es por ello que tomaron en consideración el llamar al párroco del vecindario. Amigo de la familia, no dudaría en comprobar la veracidad de los hechos para que pudiera catalogarlo ya sea de milagro, acto demoníaco o..., ¡vete tú a saber! Y, efectivamente, se reunieron los dos padres con el párroco, y le dijeron al joven científico que se trajera a la gata...

Al terminar el encuentro el párroco no albergó ninguna duda: quedaba demostrado que la gata comprendía, al menos, cuatro palabras abstractas. Y, ¿acaso no se había dicho que la abstracción era propia de humanos? ¿Qué derecho tenía esa criatura de poder entender tales términos?

Así que su clamor científico prevaleció: esa criatura sin alma no repetía palabras como un loro, pero aún había que saber si era única en su especie o si podía repetirse. Así que les aconsejó deshacerse de la muestra, para que así pudiera repetirse el proceso.

Fue entonces que la mejor amiga del científico, que por puro amor pudieron entenderse, fue metida en un saco con todos sus vástagos para ser tirados por un barranco. Esto es, con el objeto de que una hermana gemela que tenía la vecina fuera puesta al alcance del chaval y se pudiera ver si podía repetir la hazaña.

Pero claro..., ¿quién era la que ahí estaba? Al chaval le dijeron que era ella que había vuelto por su propio pie, que había recordado el camino. Pero ahora no hablaba. Y no era ella. Había algo siniestro en su mirada. Algo triste y horrible. Una sustitución. Las criaturas sucedáneas generan el mayor de los terrores y reviven los traumas que quisieron enterrarse.

- Los traumas que quisieron enterrarse - dijo el moribundo, horas antes de decir sus crípticas palabras.

- ¿Qué traumas quisiste enterrar? - le preguntó tortuosamente el pariente.

Y el viejo recordaba ese trauma que fue grabado a fuego como una cicatriz de la que nunca se podrá deshacer jamás. Porque fue el valor de la unidad familiar lo que se promulgó a la hora de meter a los hijos de la gata, que fueron metidos en el saco en familia y, por otro lado, la gata..., llamada por el joven científico, traicionada por él, para ser llevada por su mano al saco. Porque esas cosas, decía el cabeza de familia, había que hacerlas en familia, y en familia serían lanzadas por un barranco...


Dicen que un hombre anduvo por la rambla, escuchaba los gritos de una chica que le gritaba "¡o-a!", pensaba que era una retrasada y, cuando comprobó que era una gata,  armó un enorme revuelo. La gata acabó en una casa a la que convirtió en su hogar. La niña de esa casa lo contó en su colegio como trabajo de clase y entonces el joven se alegró por ella porque había dado con una familia.


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