jueves, 3 de enero de 2019

Relato

Hay veces en el que pretendo mirarme a las manos y las veo traslúcidas. Poco a poco la realidad va sucumbiendo al entendimiento, de cómo las cosas van adquiriendo más consistencia con mi desaparición corporal. Cuando el mérito trasciende al individuo, las ideas le convierten en luz pura y ya muy pocos mantendrán su ansia por verle.




Con una mirada fortuita se observan varias personas hablar. No hay nada de su conversación que no te suene a viejo, es la misma vivencia de siempre. Con el tiempo mi mente se ha estado habituando a no pretender discernir nada de lo social como algo interesante. Se trata de un vicio y, con ese vicio, la sensación de trascendencia. Cuando los pensamientos se suceden es cuando uno sabe que nada cuanto uno analiza adquiere ninguna clase de valor.


Cuando ya he tenido una revelación detrás de otra, cada una se puede dar por insatisfecha pues, como en un sueño, se olvida. Entonces se pierde en lo indecible. Pero si no retorna bien pudiera ser porque no adquirió verdadera consistencia con la realidad. Igual pasa con mi cuerpo: producto de un pensamiento digno de ser olvidado.

Heme ahí, flotando sobre la estancia; vívido el recuerdo del ahora se perderá en cuanto respire unas cuantas veces. La realidad se desvanece y vuelvo al lugar donde habito. Como una traspiración continua un carro de fuego me eleva en un haz de espectros luminosos para luego devolverme a mi cuerpo palpitante donde el dolor no es razón para sufrimiento alguno.

Tan pronto como lo insufrible se marcha, luego otro elemento se acerca. La melancolía va marcando la pauta de cuanto debe ser reconocido como el verdadero protagonista en la palestra. Mientras tanto, mi cuerpo vuelve a traspirar luces de escapada en un mundo que se hace convexo.

Que no, que no quieren saber. Nada cuanto puedas ofrecer, nada cuanto quieras discurrir es de su interés. Tienen otros problemas. Lo ves en sus conversaciones. Mientras, se dan de hostias de allá para acá. Pero no tienes fuerza para evitar otra carambola, ni tus cuerdas vocales se han recuperado de la afonía. Cuando vean este cuerpo tirado por los suelos creerán que ha sucumbido el hombre, por sus dolores y agonías, pero una vez más me habré vuelto traslúcido, ausente. Nada cuanto ocurra tendrá que ver conmigo, pues yo ya me he ido.

Nada más mundano como ver que una marioneta alardeará de mis libertades. Nada más mundano como observar que otro señor seguirá disfrutando de no saber nada mientras este cuerpo lucha contra la muerte. Y, claro, ¿qué otra cosa podría esperar de una sociedad que no es capaz de darse cuenta de mi existencia?

Es un hecho: las máscaras son más visuales. La luz de la vida son los secretos cuando éstos se convierten en un proyecto imperturbable. Jamás deberán salir a la luz muchas verdades. Jamás. Y así el mundo será mucho mejor, dentro de sus sucedáneos. Porque nada cuanto ocurre es cierto. Esos que están arriba no sostienen nada. Y si nos paramos a pensarlo suena hasta absurdo que haya gente que defienda algo así. Y los de abajo sostienen menos todavía, porque no pueden ni aguantarse a sí mismos.

Es un hecho de que los pilares se han quedado inertes porque vosotros habéis querido matar a quien edificó vuestro mundo. Y ahora esas gotas de vida se marchan ¿De qué sirve esperar nada cuando nadie espera nada de ti? Tengo ante mí evidencias indescriptibles de cómo son muchas cosas, y evidencias aún más claras de que los que nos lo tienen que explicar no les interesa. Esperar algo de ellos es absurdo, y esperar que las cosas vayan a mejor es risible. Han sido ya más de una década de respuestas hipócritas: la única realidad que entiendo es que mi ente se marcha.

Y la cosa es..., que debe ser así si puedo escribir esto sin un atisbo de sufrimiento.











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