martes, 1 de enero de 2019

Relato

Llovía. Tanto él como yo acabamos atrapados en el interior de la concavidad. Entonces le vino al recuerdo lo que encontraron para cuando abrieron de nuevo el boquete. Probablemente nos acabáramos muriendo por falta de oxígeno, pero debíamos sentirnos afortunados.




En lo alto de la cornisa, el maestro de escuela se preocupa de traer a los niños para que jueguen cerca de la concavidad y se acostumbren a vivir la realidad que les toca. Algunos de ellos debían entrar por esos orificios imposibles, y así ganarse el pan. En ocasiones llovía, y las paredes arcillosas corrían el riesgo de desplazarse. Daba mucho miedo entrar allí, pero pagaban no mucho dinero: sino todo el que necesitaban. Cantidad que era lo suficientemente poco como para tener que repetir constantemente y sin remedio.

Llovía y el maestro de escuela los había atraido hasta la cueva, para tenerlos a mano bien cerca. Antes de volver a la escuela, necesitaba hacer recuento de todos los niños porque se habían descubierto grandes pitones. Si bien las pitones no tienen porqué ser peligrosas cuando puedes escapar de ellas, lo que hay que saber hacer en esos casos es saber encontrar una buena vía de escape a falta de un machete.

El grupo venía huyendo de una enorme pitón que, de alguna manera, estuvo persiguiendo al grupo bastante rabiosa. Por esa razón los niños se iban amontonando más y más hasta donde se agrupaban en la cueva. Mientras tanto, desde lo alto, sabiendo que una pitón no puede correr más que sus alumnos, el profesor hace recuento - le falta uno. Alguien sugiere que bien podría estar dentro de la cueva ¡Menudo miedo entrar ahí ahora que estaba algo inundada! El profesor no tiene donde buscar y pide al resto que vayan marchando hacia la escuela, que él se encargaba de encontrar quien faltaba.

Rápidamente el grupo procede a ladear la montaña mientras dejan atrás a la pitón que los persigue y el profesor entra en la cueva. Los niños van sucediendo, el paso de la cueva mientras la noche inquieta a unos transeuntes, que eran dueños de la mina. Justo cuando se asoman ven que los niños no paran de mirar la cueva, la cual desde hacía meses ya no daba coltán, y se había convertido en una tumba por culpa de las lluvias. Así que decidieron espantar a los niños de esa cueva para cerrarla al paso del público.

Los niños, espantados, salieron corriendo y, para mayor espanto de los propietarios, observaron cómo una pitón gigantesca entraba en la cueva. No dudaron ningún instante: cerraron manualmente la cueva para poder acabar con la pitón que perseguía a los niños. Para cuando acabara la temporada de lluvias volverían a abrir la cueva.

Pero fue al día siguiente cuando la querida del profesor consiguió mover unos cuantos hilos y solicitar abrir la piedra. Nada más hacerlo, con las autoridades pertinentes, observaron cómo un olor putrefacto salía de la cueva. Así como restos flotantes justo a la vista.

Ahora somos los propietarios de la mina los que nos descubrimos en el interior de la misma. No esperábamos que la entrada acabara cerrándose. Pero, mientras escarbo la arcilla, mi socio se consuela pensando que no habrá queja por la clase de muerte que nos espera gracias a su no tan horrible compañía.




Hasta la próxima sucedáneos


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