Ésta, posiblemente, sea la entrada más difícil. No sé cómo saldrá, ni si sabré encajarla bien...
Allá donde existe una manera de construir, como el agarre, también existe una herramienta con la que poder destruir; esto es, una técnica que se fundamenta en un marco sociópata.
Nada más escribir estas líneas mi línea telefónica me ha dejado tirado; según parece Movistar ha iniciado alguna clase de servicio que es incompatible con el que tengo con Jazztel, que alquiló su línea. Ese servicio ha pegado el chispazo, o vete tú a saber qué, esta mañana – me ha dado tiempo ha comprobar el correo y, acto seguido, estar completamente desconectado. No podré dar el servicio de locutorio, ni tampoco hacer pedidos, ni recargar teléfonos..., ni conectarme con mis proveedores, ni continuar con mis cursos, ni tener conexión social... Van a ser 72 horas de aislamiento profundo, y a la espera de una respuesta por parte de la compañía.
De la misma manera, he tenido que dar durante casi dos horas vueltas por todo el hospital para intentar dilucidar quién ha sido el responsable de tales cambios; y oficialmente solo se ha podido llegar a la conclusión de que los técnicos solo miraron – que no tocaron nada, nadie se hace responsable. Nadie sabe nada. En la centralita ni se preocuparon en conectarme con informática, tenía que ser yo quien se pateara las oficinas – pero ni se dignaron en decírmelo, me cortaban el teléfono directamente, sin mediar palabra. Todo debía suponerlo yo solo.
Toda esta paliza ha sido para constatar oficialmente la indefensión en la que se crean algunas empresas sus negocios. La enorme inseguridad jurídica que, dentro de 72 horas, que será para cuando pueda subir esta entrada, ya veremos en qué se traduce.
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El tema de hoy era para tocar la idea de la moralidad religada, cómo en ocasiones nos encontramos con personajes esperpénticos con comportamientos completamente fuera de lugar. Hagamos un pequeño ejercicio mental: ¿qué justifica la existencia del genio o del que sufre retraso? No podemos decir que hay una motivación cuantitativa: no diremos que el genio es dos veces más listo que una persona normal, no hay manera de establecer esa cuantificación. De hecho, se ha pretendido hablar de un coeficiente intelectual basado en el adelanto de edades, pero las críticas que supone ese modelo sobrepasan las supuestas correlaciones. Tampoco existe una razón cualitativa, en cuanto se explica qué cualidades tiene el genio frente a quien no lo es, o las cualidades que supuestamente el retrasado no tiene, se observa que el lenguaje habla de tendencias, pero no puede sujetar el concepto. La cualidad de poder estudiar, de ir a la universidad, la cualidad de correr rápido, de ser torpe..., no existe una manera de establecer cualidades si no es mediante los estereotipos. Una mente científica debe abandonar los vicios que emergen de las tradiciones, los prejuicios.
Esta entrada merece ser profunda porque al fin vamos a tener la oportunidad de ubicar el carácter discriminante, el diferencial, que permite entender qué diferencia la historia de la filosofía de lo que es una rama de la historia o, dicho más bien, qué hace que la filosofía sea una historia trascendente, algo más que su mera historia.
Efectivamente cuando hacemos balance y estudiamos la historia tenemos la oportunidad de hacerlo desde el punto de vista de la buena gente, de hacerlo encajar con nuestro marco. Un marco que esté conectado con la convivencia. Pero hay gente que se desvincula de este marco, y éste genera una interpretación emic de la historia que la hace trascender hacia un modelo ético con el que nos sentimos afines. Ese modelo ético bien podría llamarse paz social porque, si bien el socialismo se puede entender como una corriente filosófica, también es cierto que desde el punto de vista socialista no existe otra forma de convivencia salvo la democrática.
Pero volvamos a las comparativas: la razón por la cual sabemos que existe el retraso, el ásperger, el autismo, el savant, el genio, etc. es porque destacaron en su anormalidad. En cuanto veíamos un gran atleta, o un gran maestro de las artes marciales, nuestros prejuicios los denominaron héroes, gente que se esforzaba..., ¿no podía ser innato? ¿Es posible que algunos grandes héroes fueran otro elemento innato no reconocido? ¿Y el autismo? ¿Acaso no es posible ser víctima de alguna clase de virus que te deje en ese estado? ¿Y qué pasa con los que se drogan? ¿Acaso no tienen un aspecto que muchos considerarían innato?
La incapacidad para establecer una teoría que permita establecer una medida cuantitativa o un criterio cualitativo es lo que hace que nos tengamos que arraigar necesariamente en la experiencia. Por experiencia me refiero, lógicamente, a esa síntesis de fenómenos bien etiquetados según un buen modelo científico y bien contrastados según el sistema de pares oportuno. Es decir, la experiencia parte de dos modelos: la capacidad que tenemos para organizarnos y la capacidad que tenemos para establecer méritos. Ambos esquemas tienen sus propios sesgos, por lo que la autocrítica siempre debe poder entrar: puede que el sistema de pares o la manera de distinguir sucesos esté viciado. Y el hecho de que también se pueda cuestionar algo así es lo que hace más grande a la propia ciencia...
En cualquier caso hay un tipo de informaciones que no aportan verdadero conocimiento, se mueve entre arcanos e intenciones, se trata de una propaganda con intenciones que le son desconocidas al destinatario. Esto ocurre cuando, por ejemplo, nos hablan de la idea de Dios: ¿es Dios comparable con algo? No podemos decir que el dios cristiano sea n veces más poderoso que una persona, ni tampoco podemos establecer unas cualidades ni a este ni a tal dios en comparación con una persona. Es decir, la relación de cualquier clase de dios con una persona normal es tan o incluso más inefable que cuando hablamos de genios, o de gente heroica. Es incluso aún más difícil reconocer el carácter innato de tales figuras. Y aún más difícil adivinar cómo emergieron, o si fueron personas normales que se convirtieron en dioses. Todas esas espectativas se vuelven imposibles, no se puede dar validez a pensar en la existencia de tales entes desde el punto de vista formal, porque su relación con la idea de lo que es un ser humano es inefable.
Es más, hay que indagar aún más, si los dioses no tuvieran nada que ver con lo humano entonces cualquier intención de religarlo a ellos se convierte en un sinsentido: si no tienen nada que ver entonces no hay rito que establezca comunión alguna. Y, en la medida de que las divinidades no tienen relación ni cualitativa ni cuantitativa con el ser humano, entonces no es posible encontrar vínculo alguno con él.
Alguien podría decir que existe una relación cualitativa: “el dios de la lluvia es el responsable de hacer que llueva, y el mortal no”. Lo malo de esa aseveración es que es una relación en negativo: vemos que hay cosas que se oponen al humano, no cosas que lo relacionan con él ¿Es posible hablar de un sistema donde ambos deban existir y que cada uno se encargue de un rol en específico? Si es así, entonces tenemos la relación cualitativa por el sistema común que los ampara a los dos. Es decir, si tenemos un sistema que genera obreros y soldados entonces el carácter cualitativo que garantiza la comparación sería el que garantice esa maquinaria que crea obreros y soldados... ¿Existe una maquinaria que genera dioses y mortales? ¿Por qué los conecta a través de ritos religiosos?
A lo largo de la historia hemos comprobado cómo muchas personas habían observado entidades incorpóreas, y se les ha querido llamar espíritus o fantasmas. Un fantasma, que no es más que un espíritu que hace acto de presencia, no parece superar las pruebas de etiquetado dentro de los modelos actuales, y los pares que los reconocen se rigen por filosofías que se desmarcan de otras comunidades científicas.
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¡Ha vuelto la conexión! Uf..., ¡qué alivio! Se han portado los técnicos de Jazztel... Espero que esto no sea temporal, que ya esté todo bien. Lo que parecía entre 24 y 72 horas ha acabado resolviéndose en 3 horas de nada, o así. No me ha dado tiempo ni a terminar este documento, debido a que me he visto atendiendo otros asuntos...
Ya ni sé de lo que estaba escribiendo offline. Veré si recupero el ritmo.
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Fantasmas, espíritus..., es curioso que la ciencia no los reconozca. Así como las abducciones. Existen como unas cuatro filosofías científicas que se pisan entre sí y que pretenden abordar en competición una misma área de conocimiento. Esto es algo que se conoce en la medicina, lo curioso es que no se suele expandir al resto de las ciencias. Es decir, el oncólogo tiene una visión de la medicina, así como el inmunólogo, sin embargo al juntar a ambos profesionales expertos en su materia resulta complicado saber hacia dónde se inclinan más fácilmente los hechos; en ocasiones hacer caso a unos o a otros puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte, pero ninguno de los dos puede permitirse el lujo de creer que el que se mueve bajo otra filosofía científica es menos profesional.
Bien podría decirse lo mismo por parte de la paraufología, si es que tuviera algún sentido este planteamiento. En la medida de que hay una gran cantidad de testimonios variopintos sobre distintos temas: un fantasma sí podemos decir que es cuantitativamente comparable a un mortal, o cualitativamente en cierta manera, pero no podemos aún así definirlo dentro de un enfoque científico porque no hay manera de etiquetarlo dentro de las filosofías científicas (dentro de la física o la biología).
Por eso es más sencillo decir que son producto del miedo, el mito, el error, la broma, la locura, el desastre... Y es factible pensar así porque es coherente; pero claro, ¿supone alguna clase de relevancia con respecto a cómo lo sufren los testigos? En cualquier caso, ahora lo comparamos con una religión y nos damos cuenta de cómo el espíritu santo es muchísimo más inefable e inverosímil que pretender arrimar el criterio de demarcación a los testigos y fotografías cuya explicación queda huérfana de ciencia. La religión podría tener la pretensión ideal de alcanzar el nivel de imprecisión que supone hablar de fantasmas o de abduciones.
Y es que hablamos de cuatro filosofías de cara a intentar afrontar lo desconocido: puede tener eso desconocido un caracter superior (divinidad), inferior (espectro), semejante (fantasma) o simplemente ser producto de una ilusión. Pero como pasaba con las filosofías de la medicina, son posturas irreconciliables que solo pueden entrar en conciliación en cuanto se mate el debate con un suceso extraordinario que rompa los esquemas.
El desarraigo proviene de las personas que no quieren asumir el marco ético que les corresponde. Cuando observamos que la religión no es capaz de justificar sus comparaciones, ni sus ligamentos, lo que hace es traernos arcanos y tradiciones. La idea es hacer prevalecer el testimonio pero sin un correcto etiquetado, valiéndose del caos que genera el tiempo y la leyenda. Una buena filosofía de cara a su historia es la que permite filtrar qué información debemos extraer de ella. No podemos centrarnos en aspectos azarosos, ni tampoco en aspectos que sean de nuestra conveniencia moral... El actuar así nos desarraiga de nuestro verdadero marco. Sea cual sea dicho marco. Y ese marco es el que nos habituará a la activación de lenguajes adecuados que describan modelos de la realidad que funcionen mejor de cara a lo que somos.
Por eso el desarraigo puede ser como cuando dos personas se enfadan debido a que una de ellas es tóxica y la otra la víctima. Entonces un tercero decide mediar entre ambas, cuando no ha sido llamado por la víctima, y pretende que vuelvan a estar como antes. Ése es el más perfecto ejemplo de lo que es el desarraigo: es crear un marco mediante el cual la toxicidad prevalece. Cuando dos personas se desestiman el que era dependiente del otro tiene la oportunidad de rehacerse sin su dependencia, así podrá acabar más fácilmente con su toxicidad; y el que era independiente, la víctima, podrá darle la mejor de las lecciones no dirigiéndole la palabra. El acto al que muchos llaman odiar es un comportamiento que forma parte de la paz social y del entendimiento. Negar el odio es acercarse al desarraigo de lo que es el ser humano, como pretender asociar al ser humano con sujetos capaces de crear todo el universo. Son figuras incomparables e irreconciliables.
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