Hay historias que nunca cambian, y que están muy dentro de nosotros. Como la imagen que podríamos llegar a tener de lo que es un trono; el lugar donde se asienta el que porta la corona. El poder ostentado desde una posición única, dirigido por unos únicos intereses. En eso consiste la idea de una identidad y cómo puede ser aguantada la imagen que tenemos de lo que es la consciencia. Jamás aceptaría un mundano el ser gobernado por la nada, el vacío.
Habían levantado el trono, estaba formado por las almendras que habían caído de los almendros. Habían sido picadas y mezcladas con los huesos que aún se mantenían con forma en los osarios. También la tierra del cementerio y las cenizas conformaron una buena algamasa para mezclarla con la cal. Un trono hecho de almendras, para desterrar todos los miedos lejos y encerrados en los calabozos del castillo, en el lugar más recóndito.
Se queja el bufón de que aún no han encontrado a su rey, que han levantado un trono y se siente desesperado porque no han decidido qué hacer con tanto poder. Ciertamente, hay que ser muy bufón para que ocupe en él esa clase de desesperación. Pero es que en un momento dado dejó de ser artista para ser bufón, y no se puede ser bufón sin un ser superior al que servir.
El mago, por el contrario, siempre estuvo en un claro descontento con la construcción de ese trono. Su mirada aburrida sentía la percepción del desasosiego de muchos de los futuros súbditos. Así se hace un reino, decía el chamberlán; "y del reino la paz que viene de su justicia". Pero era una paz condicionada a los designios de una persona. El mago siempre se prestó a mediar entre los conflictos, a valerse de una ley y de acuerdos..., pero no vale con un mago, ¿qué pasa si el mago falla? "¿Y qué si el rey falla?", era el mismo problema. Pero para el chamberlán no, al rey lo pueden cambiar, porque fue elegido por no fallar a su gente.
La vívida mentira en la que se escudan los siervos del rey les permite creer ver algo que no existe y, para desesperación del mago, va siendo hora de apartarse. No pueden prescindir de quien ve el futuro, predice las cosechas, marca el calendario. Prefieren seguir la programación del chamberlán. Tutorizados por las historias de este criado fija los objetivos a seguir. Y es que el siguiente paso que van a tener que dar es el de reconocer la figura de su rey en cuanto lo vean, ¿pero cómo pretender elegir al más adecuado del trono de almendra?
El mago, en su desesperación, decide ayudarles con su mentira y propone una fiesta de máscaras donde serán invitados todos los candidatos a ser rey. Las mejores familias, mejor avenidas, y que posean tierras o castillos, podrán venir pero, con el fin de que la elección sea lo más justa posible cada cual portará una máscara con la imagen de una criatura horrible y serán presentados en falso por un heraldo propio. Ese heraldo será un criado tomado a su elección; que también tendrá que ir enmascarado, pero de una manera diferente: el candidato elegirá un disfraz que represente al día, y el criado un disfraz que represente la noche. Asímismo, ambos portarán máscaras de criaturas fantasiosas o grandiosas; ya sea feroces o inexistentes. Que denote el esfuerzo imaginativo de sus portadores.
Ningún candidato sin heraldo, y ninguno sin su máscara. Parecía una regla sencilla. Tan sencilla como que el chamberlán no dejó nada al azar: preparó las invitaciones, doce en total - ni una más. Para cada invitación estaban puestas las reglas, y la invitación del heraldo. Parecía sencillo.
Pero el mago tampoco podía dejar nada al azar, y es que igual que hay un lugar para el trono también tiene que haberlo para los calabozos. La experiencia de haber interpretado las leyes del reino le permitió comprender mucho mejor cómo funcionaban las historias que confrontaban a los individuos, que no eran sino la verdadera razón por la cual necesitaban un rey. Las oscuras motivaciones albergaban el esperar que una persona tome las riendas de la responsabilidad de elegir un rumbo, y lo que nunca admitirían es que cualquier rumbo es admisible - cuando siempre se tiene la opción de rectificar.
- Cuando tienes un rey - decía el chamberlán - las leyes se interpretan y se ejecutan con más velocidad.
- La ley del herrero - le corregía el mago - la sabe aplicar mejor el propio herrero, y la del campesino aquel que trabaja en el campo.
- No podemos permitir que gente sin educación puedan modificar nuestros registros y legajos, la ignorancia nos permite llevarlos por el camino que ellos mismos eligieron: el sometimiento.
- Poner a un títere que no es más que otra historia solo me llena de pena - le corrigió el mago - desde hace años las obras han ido dejando de inquietarme. Es como si no estuvieran hechas del material que espero de ellas. Es como si al percibir la estructura de la mente de los individuos me volviera más y más estricto en todo lo que se ve representado ante mí.
- Si tan mal estás, no nos contagies tu depresión - le dijo el chamberlán - deja que seamos capaces de buscar la felicidad por nosotros mismos.
Y, dicho esto, llegó el día en el que los doce invitados, junto a sus heraldos fueron invitados en la fiesta de disfraces. También ahí estaban los futuros sirvientes de la corte. Los disfraces, por tanto, era el uniforme oscuro del heraldo, el uniforme pomposo del miembro del castillo y el disfraz luminoso del candidato. Cada cual jugando a un rol, o contando una historia inocente sobre su procedencia. Los siervos, en virtud de la capacidad que tenga el candidato de querer jugar al juego de la corte, a la farsa que suponía ser el rey en ese trono, de ocupar una responsabilidad a partir de los azares, se sentirán más capaces con el mejor de los actores. Ya sea rey o reina, niño o anciano, atlético o patizambo. Nada importa tras la máscara, solo la actuación - el actuar como un rey.
Una historia tras otra se sucedía en la bóveda de la sala del trono, con criaturas de todas las formas y procedencias posibles. Engendros bien conformados con tentáculos horribles, descomunales criaturas con cabeza de rinoceronte cuyas formas estaban desproporcionadas, grotescos dientes de caballos relinchantes, vestidos luminosos que deslumbraban y ocultaban la silueta en imposibles...
El mago abandonó entonces la sala y el chamberlán le paró:
- ¿A dónde vas? Hay que elegir al rey.
- Aún falta uno por llegar
Y no era cierto, estaban todos: los doce. No faltaba nadie. Para cuando el chamberlán los recontó se percató de que el mago había salido corriendo de allí. Se dirigía a las mazmorras, donde aún se conservaban los restos de realidad de las leyes de ese reino. Los uniformes de los presos eran verdaderos harapos, con rostros realmente deformados con el paso del tiempo, el hambre había hecho olvidar lo que siempre fueron y su figura, la pobredumbre hacía inaceptable su presencia...
Uno de los carceleros se acercó al mago,
- ¿Qué hacéis aquí mi señor?
- ¿Me presentas a ese preso?
- Vd. mismo lo encerró.
- ¿Yo lo invité a venir aquí?
- ¿Invitar? No, señor. Es un ladrón.
Y fue de celda en celda, comprobando que había doce celdas como tenía calculado. Que las celdas eran guardadas por tres guardias, que se turnaban los cuatro turnos del día y la noche.
- Doce celdas para doce guardias.
- ¿Doce celdas? - preguntó un guardia - son trece, ¿recuerda?
El mago se dirigió a la celda y recogió un taburete de madera. Lo colocó en esa celda para luego cerrarla y dijo: "Ahí se encuentra el prisionero número trece, ¡salve al rey!" Y los tres guardias al escuchar eso admitieron la réplica y gritaron "¡Salve al rey!" Y alguien en el castillo gritó, "ya tenemos rey". Y todos se inclinaron ante el trono con la esperanza de que apareciera el rey.
Los presos, entre las risas, los alaridos y la demencia chillaban loas al nuevo rey en las mazmorras. Algunos guardias acudieron pensando que se había producido una redada, pero la magia del mago era tan poderosa que nadie quiso cuestionar el hecho incuestionable de que ahí tenía que estar pasando algo. Y todos gritaron: "¡Viva el rey!" El mago ordenó cerrar la celda y que nunca se escape a quien tienen ahí encerrado. El heraldo ha quedado sometido para que el rey no vuelva a su castillo.
Y el chamberlán, al descubrir el engaño, no quiso decir nada. Sirvió de un símbolo al portador de la corona ante la mirada atónita de todos. Una medalla al valor que sería concedida a aquel que siga las órdenes de este rey de luz y prosperidad ante el pueblo. Ese fue su regalo ante el trono; el mayor trofeo que pudiera recibir jamás un soldado. Ante este acto ceremonial todos los soldados y siervos se arrodillaron; así como acto seguido lo hicieron los invitados y sus heraldos.
Mientras el heraldo del rey siga encerrado los miedos que caigan sobre el reino no podrán gobernar el buenquehacer de sus gentes. De vez en cuando algunos fanáticos decidirán que portan el honor del rey cuando actúan como lo hacen, pero si actúan con desmesura el chamberlán les dará caza - porque fue un regalo que él mismo le otorgó al genuino rey para que se lo otorgara al oportuno.
El mago dispuso de un calendario para que los gremios se organizaran ante el rey de manera que todo cuanto se expusiera ante él no le hiciera cuestionar su palabra, la que todos tendrían que aceptar porque es lo que dice la ley. La ley del herrero, del campesino, del soldado...
Y todos temieron a ese rey. Y así fue escrito a lo largo de los eones, sin importar cuántas vidas pasaron de largo, o cuantas civilizaciones vieron terminada su realidad y sometidas al olvido.
- Maldito seas mago - le dijo en secreto el chamberlán - igual que nosotros somos presos del tiempo ahora solo hemos repetido la misma cantinela para encerrar la demencia de esta gente en un castillo. No somos mejores que lo que criticamos.
- Quizá nunca fuimos más buenos de lo que siempre hemos sido.
- El día en el que todos descubran el ridículo que hice juro que te daré muerte y tormento. Fíjate lo bueno que soy...
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