Todas las sociedades pasan por ser influenciadas por personas que le dan sustancia a la civilización, avivan el deseo de la carne, hace fluir más la sangre, la vida. La gente consigue entender la felicidad mejor bajo esos esquemas. Siempre y cuando nos toque reconocer cuál es el papel de la felicidad: la felicidad no puede tener una fórmula genérica, como la verdad misma de aquello que nos defina el para qué hacemos lo que hacemos ¿Quién le puede decir a este niño qué debe esperarse de él salvo él mismo? ¿Cómo va a haber una fórmula que diga cómo debe clasificarse cada individuo para ser feliz y en virtud de su cuerpo? Igual pasa con la felicidad misma: es un concepto tan diversificado que lo primero que hay que hacer es renunciar a definirlo como un concepto extrínseco, en positivo.
La felicidad es ausencia de algo. Cuando la cosa no fluye, cuando algo nos estorba en el camino, tenemos un bulto, un problema. Algo se está condensando de manera sustancialmente peligrosa. Estas ideas son promovidas por interpretaciones impropias de la civilización, y pueden alcanzar su representación a través de autores. Independientemente de que les echemos la culpa a esos autores del mal que azota la civilización, de su enfermedad socioléctica, la verdad es que son las masas seguidoras de la idea de tales autores o de otra clase de memes las que son responsables de mantener esos esquemas. Aún así a esos autores bien se les puede tildar de ser unos huesos duros de roer, son autores bastante incomestibles. Cuando las masas han aceptado esos sucedáneos.
En su momento la sociedad humana aprendió a comer carne, lo cual le era antinatural al homo sapiens. Pero ese cambio de conducta permitió que sobreviviera. Aprendió a comer de los huesos, a usarlos, a enterrarlos, a aprender de su uso. Gracias a los huesos aprendieron a cultivar semillas. Gracias a los ritos de enterrar los huesos aprendieron que de los ritos nace la ciencia, los estándares necesarios para adivinar los comportamientos naturales. Nuestra sociedad se lo debe todo a los huesos. Todo lo que es falso. Pero también nuestra supervivencia.
Tenemos huesos duros como Hegel, que puede representarnos la idea de que la mujer es una criatura a la que hay que proteger - o de que la filosofía no debe rendir cuentas a lo material; la deóntica, la ética, al servicio de los intereses del odio y el extremismo. Huesos como Bernstein, al que podemos vincular con nuestra actual idea de democracia - que abarca la democracia de todos los tiempos, la más moderna y mejor preparada..., una enorme falsedad fundada en la pugna de las ideas mediante la compraventa de los Principios a través de la financiación de partidos y sindicatos. Huesos como Foucault, cuya idea del castigo sigue vigente independientemente de que las bases de nuestra deóntica sea la de Sartre; el hecho de que en el papel el jurista use discursos existencialistas y aplique en sus sentencias abominaciones foucaultianas.
Me llama la atención cómo los huesos cumplen que son tóxicos en casi toda su obra. Pasa como con esa comida que algunos quieren poder repelar, cuando en realidad son todo desperdicios. Son autores que deben ser superados por la sociedad para que pueda avanzar. Por un lado ofrecen unos enfoques que describen con profundidad el pensamiento que tiene la sociedad, justo el pensamiento errado que le hace creer que vive en una especie de felicidad aplicando esas fórmulas.
Sin embargo, podemos usar unos mecanismos objetivos para deducir cuándo estamos ante un hueso, y es que no se trata de despreciar la obra a partir del autor (como, de hecho, recomienda Foucault en su análisis del discurso), sino de encontrar todos los rasgos a despreciar porque atentan contra nuestro criterio de demarcación para, acto seguido, intentar etiquetar el mayor número de ideas marcándolas con huesos. Más allá de esa frontera de huesos deducimos que no vamos por buen camino. Es bueno leer a tales autores para intentar adivinar en qué sentido debemos aprender a aprender de las reglas falsas que más se repiten.
No diré que Hitler sea un hueso, porque ya ha sido bastante diseccionado por criminólogos y politólogos. Quizá haya sujetos más representativos de los males más directos que toque vivir nuestra sociedad: Hitler y Mussolini eran socialdemócratas, el hueso es Bernstein, no unos claros genocidas. No podemos aprender de quienes nos generan repulsión, sino de quienes generan a la sociedad actual atracción porque sus ideas les representan, sin saber que esos enfoques son erróneos.
Pero más de uno me lo plantea: ¿cuáles son esos criterios objetivos que podemos usar para distinguir al filósofo del hueso? La clave está en el propio discurso, y en su obra. El discurso que tiene debe estar vinculado con la realidad de su tiempo, debe ir en consonancia con el progreso, en vez de ser objetivamente reaccionario. En cuanto a la obra podría decirse que es una cuestión de si realmente llevó a la práctica sus ideas, básicamente.
Por ejemplo, si Foucault nació en los años 20 entonces debió conocer el teorema de la incompletitud de Gödel, así como las implicaciones filosóficas marcadas por el Círculo de Viena de cara a la ciencia en lo que se refiere al criterio de demarcación que debe aplicarse sobre el conocimiento para establecer qué es digno de ser falsado y qué no. Sin embargo, para Foucault el discurso debe considerar una voluntad de saber para distinguir lo verdadero de lo falso; concepto que solo es posible cuando tal discurso se mueve bajo una teoría completa - y esa idea en su misma época ya se dedujo que era imposible. Es decir, con respecto a la filosofía científica y el análisis de su discurso Foucault era objetivamente reaccionario, nadie puede negar la demostración de Gödel como que 2 + 3 no tienen más remedio que ser 5, como decía Descartes.
También observamos en Hegel un pensamiento que va a hacia atrás. En su época las mujeres ya eran capaces de hacer lo que él aseguraba que era un imposible. Si bien había machismo, en el caso de Hegel, sus ideas reaccionaban a los aires de progreso que poco a poco avanzaban. De facto, Hegel aplicaba una deóntica que no quería reconocer la igualdad. Y quien tenga pretensiones de hacer distinciones para reconocer alguna clase de supremacismo tiene la carga de la prueba, algo que Hegel nunca tuvo la capacidad de soportar con su idealismo reaccionario.
¿Y qué decir de Bernstein? Hablamos de un revisionismo del marxismo, la democracia no tiene más remedio que definirse a través de Marx - esa es la parte honesta de la socialdemocracia. Sin embargo, el matiz obliga a trabajar bajo los intereses del capital, ¿dónde está el puente que conecta la paz social descrita en el capítulo cuarto del "Contrato Social" de Rousseau con un modelo de partidos? El postulado marcado por Bernstein era: la única manera de alcanzar la paz social es mediante la pugna de intereses opuestos entre partidos y sindicatos ¿Cuándo demostró que solo había una única manera de hacer las cosas? La constitución de cada país buscará la manera de que solo exista esa manera de hacer las cosas, así como las empresas y los bancos se ocuparán de cambiar las leyes para que quien tenga el capital pueda influenciar desde el poder. Habiendo un poder ejecutivo, ahí el capital actúa de manera muy eficiente contra los intereses de la ciudadanía - explicado por Marx y no refutado por nadie. Revisionismo paracientífico. Es pura ideología sin argumentos: defender tu partido, corporativismo.
Al mismo tiempo, puedes hablar con personas que se las dan de tener interés en estos temas cuando en realidad tienen una enorme preocupación por su imagen. Esto es debido a que tienen que confrontarse con la mayor de las disonancias cognitivas: han cambiado sus relaciones de amistades más profundas a partir de cómo se definen socialmente, así que si les refutan socialmente no podrán reaccionar fácilmente de una manera racional - porque les afecta a su imagen más personal. Esto ya lo remarqué en mi última entrada poniendo un ejemplo aislado y en exclusividad.
Por esa razón la mayoría de las personas que aparentemente quisieran debatir sobre cómo cambiar el sistema en realidad no son más que unos hipócritas, y forman parte del problema. Siguen repitiendo los errores de los huesos, y no sirven salvo para conformar una disidencia controlada - aunque lo nieguen.
Ahí colocamos a extremistas, que usan el idealismo de Hegel que no encaja con deóntica alguna. Colocamos a pedantes, que se valen del historicismo de Bernstein que relativiza lo pragmático en formalismos que puedan ser mercadeados por los tenedores de deuda. Y colocamos a manipuladores, que se valen del castigo de Foucault para hacer creer que el protagonismo en la educación está en el maestro y que el positivismo está justificado.
Hay algo que me dejo en el tintero..., lo sé.
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Me acordé. Esto me recuerda que hay algo que suele tener apariencia de hueso.
La historia de los manipuladores nos cuenta cómo para vender cigarrillos crearon la imagen de la mujer independiente, fumadora. Entonces Rockefeller hace alarde de haber sido él, su instituto, de haber inventado el feminismo. Gracias a una gran cantidad de campañas publicitarias se han conseguido financiar proyectos de progreso que rompieron con las barreras de la falsedad. Fueron destrozadas a mordiscos de un movimiento que encontró la manera de ser apoyado desde la estructura socialdemócrata: los Principios no pueden ser sostenidos sin financiación, ése es un duro hueso de roer. Las mujeres son un bien al que proteger: otro hueso. Desde un instituto publicitario sus estudios manipulan a la sociedad: el tercer hueso. Si nos valemos de los tres huesos para que se muerdan a sí mismos entonces se podrá vencer como lo hizo en su tiempo Hércules al león de Nemea.
El feminismo consiguió la igualdad de derechos haciendo creer a sus financiadores que las mujeres que formaron el movimiento habían sido manipuladas por su campaña pro-tabaco. Pero la única verdad que había detrás de esto es que el dinero no es lo que mueve a las ideas. Esa es la manera que tenía Rockefeller de justificar y conciliar el sueño por las noches al haber promovido movimientos que podrían no aportarle nada a su empresa.
Lo mismo podría decirse del movimiento anonimous. Las máscaras las venden la Warner: pero no vemos a ningún miembro de Anonimous quejarse por ello; es irrelevante, incluso se podría considerar que habiendo una compañía detrás podría así financiarse alguna nueva idea para que se convierta en una logística que le valga la pena a todas las partes.
La manera de revolucionar en realidad es esa: haciendo que la propia sociedad se muerda a sí misma debido a su propia involución incongruente.
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