domingo, 1 de mayo de 2022

Relato. Viaje a los infiernos

Habida cuenta de todo lo ocurrido hasta el momento, decidí levantarme y observar el mundo en el que me encontraba. Había estado viajando entre utopías e inventivas entre los sueños más devastadores e intranquilos, para así, como en un estado deflagrativo descansar los pies del entendimiento. Miré a lo lejos, volví sobre mí, y descubrí que no me había movido del sitio.

Así fue cuando con los pies bien fijados observé que el mundo que habitaba era conformado por unos pocos que sí eran libres, y que se veían legitimados de proclamarse mayoría. Porque las masas callaban o consentían. En este mundo solo tenía voz quien tenía suficiente capital como para invertir en tener palabra. Aquellos que no tenían propiedades se sumergían en la dialéctica del trabajo, o vagaban en el hedonismo más delincuente, pero se incapacitaban para progresar socialmente. Y no esperaban nada de las masas.

Se habían creado instituciones para mantener la existencia de los problemas que justificaban la existencia de tales instituciones. Todos debían obedecer al experto, sin pararse a pensar que éste no tiene que rendir cuenta ante ningún par. Ser fiel a tu país implicaba dos cosas: la primera era no cuestionar al color que gobierna cuando es de tu color, la segunda es atribuir todos los males al otro color; cuando ninguno de los dos tiene nada que ver con lo que te afecta. Y malo es descubrir que es así, porque de vez en cuando deberán actuar de manera atroz para recordarle a las masas lo importante que es elegir un color.

Las masas tienen sensación de que controlan las elecciones; pero incluso en lo más irrisorio gustan de hacer trampas - porque los que juegan desde el poder se valen de la posición privilegiada para financiar sus asuntos. Es así como el poderoso siente que tiene el poder: cree que gobierna porque hace lo que la gente quiere que haga. Sin embargo, porque hace lo que la gente quiere eso es lo que hace que no sea él mismo, así que el propio gobernante se siente preso de las masas - razón por la cual suele escaparse de sus obligaciones traicionando e incumpliendo; en las miradas de desconcierto de la gente, del público atónito, de la prensa, es donde siente su satisfacción sexual sádica no confesa. El narcisismo político frente a su honestidad, ambas formas de mentiras que alimentan al poder coercitivo y al poder representativo; ambos poderes falsos, porque en su honestidad el político no debe ejercer voluntad alguna.

La mayoría de los habitantes sufren enfermedades y, teniendo capital, no se les trata. La mayoría de los habitantes sufren hambre y, teniendo capital, no se les suple. La idea es darles de latigazos con las plagas y el hambre, con la falta de hogar - destruyendo las casas para así hacer que valgan más, y mejorar la situación financiera de los más poderosos. Los mismos que son incapaces de contabilizar el dinero son los que acaban teniendo los problemas que hacen pagar al resto.

Lo llaman liberalizarse, pero cuando tienen problemas económicos las masas los salvan. Cuando son las masas quienes lo pasan mal, entonces se les deja en la intemperie. Así se destruye el verdadero tejido económico, el masivo; pero prefieren centrarse en unos pocos nombres, en los que dan los latigazos.

En este mundo dicen que no hay sufrimiento. Pero lo evidente es que la mayor intensidad del mismo se encuentra donde la gente no quiere verlo; y donde hay una mayor intensidad de sufrimiento también lo hay en masa. El imperio que parte y reparte difunde a su imagen y semejanza cómo deben comportarse el resto, y así es como dispone el reparto de inmundicias, guerras, dolor tanto dentro como fuera de sus fronteras. Sin embargo siempre fuera de la vista del profano, de aquel que quiera ser engañado.

Aquel al que le va mal le dicen "¿ves a ese capataz de ahí? Mira su descapotable", entonces es cuando ya tiene la obligación de sentirse bien. De lo contrario sería un resentido, una mala persona. Quizá deba ponerse a sus pies y llorarle unas monedas para ver si así puede aspirar a terminar el día con dignidad. Pero, ¡ni se le ocurra molestar a los capataces! Necesitan creer que ellos están ahí porque estudiaron, o porque se esforzaron.

La verdad de a quiénes les toca un puesto u otro no es por méritos. La palabra meritocracia está prohibida, y se ha alienado la palabra nepotismo contra los del otro color.  La tecnocracia es hija de las hermandades, que conforman las sociedades tecnocráticas que reparten la modernidad. El que nace en buena familia, tiene buenos amigos y ha sabido prostituirse podrá convertirse en capataz.

De vez en cuando se ve a alguna criatura desgraciada con un dispositivo de última generación, enganchada a la magia de una cultura que no termina de comprender, viviendo una peculiar mentira. Quizá añore su infancia, ausente de dolor, y se violenta de solo tener que recordar que tendrá que volver al infierno en el que vive en la más completa soledad mientras vaga por las calles y le consume el tiempo.

El alivio de las masas es la muerte de aquellos a los que no les va bien. Pero la muerte es demasiado lenta para ellos. Por eso tienen políticas sobre cómo aguantar la mentira: algunas políticas simplemente niegan la existencia de los flagelados, otras políticas lo único que dicen es que los flagelados tienen lo que se merecen. En síntesis niegan que sean un verdadero problema, y para ello crean instituciones con capataces muy severos que nunca terminan de resolverlo. Los propios capataces fomentan el suicidio en masa al mismo tiempo que lo condenan; ofrecen soluciones a unas familias al mismo tiempo que dejarán de hacerlo tanto a otras como a éstas en algún momento dado.

Cuando se preguntan cómo repartir el espacio de este mundo entre todos los que flagelan lo tienen claro: "¿cómo va a haber una mansión para todos? - entonces no habría espacio para nadie". Y eso es debido a que son unos incompetentes en economía y, por otro lado, unos deshonestos porque lo que quieren decir es: "¿cómo se va a haber látigos para todos? - entonces nadie flagelaría a nadie". Y creen que el buen economista es el que se maneja con las grandes cifras, cuando la economía de las grandes cifras es la de los grandes tontos - quien encuentra la solución económica en las pequeñas cifras es el mayor de los genios de la economía. Y, en ese mundo, automáticamente es ignorado.

En cuanto aparece alguien con un aspirante a solución más vale que ésta tenga trabas, y sea absurda, o de lo contrario no se dará a conocer; solo se subvenciona lo que podría ir mal, lo que no tiene recorrido para que cualquier disidencia pierda sentido.

Mientras tanto, los propios hijos y amigos de los que más flagelan sufren también latigazos, enfermedades, peligros, hambre..., porque las masas son tan tremendamente idiotas que ni se dan cuenta de que la enfermedad del castigo les llegará a todos por igual. Y que cuanto más capital se tiene más amplio es el mundo en el que se vive y con más oportunidad se tiene de observar las miserias que se genera. Más monstruosa es la criatura que tiene más poder para cambiar las cosas y no lo hace. Prefiere seguir flagelando a lo que se encuentra.

Todas esas monarquías disfrazadas, todos esos conservadurismos contrarios a la liberalización, todos esos compadreos que elevan las catedrales de la tecnocracia..., encontraron una manera de perdurar y establecerse mediante una policía socialmente aparente y un sistema judicial que solo favorece a los pudientes. Como que el pudiente será juez, y el que no lo es y tenga amigos en la policía podrá ser policía. De vez en cuando descubren una nueva forma de hacer negocio con lo que está pensado para paliar el sufrimiento de las masas, y entonces encarecen aún más todas las instituciones. Para eso está la posición social elevada del juez: para no perseguir lo que es evidente para las masas, y ser coercitivos contra los que denuncian.

Podemos encontrar las personas más brillantes siendo ignoradas por las masas mientras los colectivos poco a poco van denigrándose más y más, con figuras famosas de intelecto reducido - o que si poseen la preocupación, al menos no pondrán fórmula alguna; y quienes tengan las fórmulas cometerán los crímenes más atroces para sorpresa de todos. Y así volver a recordar lo maravillosos que son los que no actúan, los que hablan y no ponen fórmulas.

En ese modelo estático se habla de absurdos como la idea de poder, libertad, igualdad..., cuando el poder es lo que se tiene, la libertad es de lo que se disfruta y la igualdad que se ha perdido es la que no se denuncia. Libres para no demandar, porque las masas enfurecidas podrían apagar las luces del sistema al unísono y así hacer retumbar los cimientos de la falsa civilización que mueve la desidia. Pero el que solo tiene el trabajo sigue haciéndolo, sigue trabajando, porque no tiene otra cosa - mientras va paulatinamente aislándose más y más. Y el tejido productivo cada vez se va degradando más y más.

La suerte de la postmodernidad provoca que el valor añadido de cada individuo vaya en aumento y, gracias a la adquisibilidad de la tecnología, se multiplica el consumo para que pueda la degradación del sistema no ser contemplada por las masas. Sin embargo, la mentira de la modernidad que se cree moderna como siempre consiste también en no aceptar que los materiales tienen un límite, que la población también tiene un límite en su consumo, que la Naturaleza de ese infierno no tiene vías para aguantar para siempre.

Por eso, llegado hasta aquí es cuando observo que la tierra yerma poco a poco se vuelve más y más inestable, como si estuviera a punto de viajar a un nuevo estado. Es como si el viaje aún pudiera degradarse más todavía, a otro infierno aún más tétrico y absurdo. Es como si tuviéramos que esperar que una devastación humana nos salve a todos de nuestra propia degradación en masa.

- ¿Te haces voluntario del sacrificio humano que alimente los cimientos de esta tierra? - me pregunta uno.

La verdad es que ya llevo viviendo al límite todos los años de mi vida; aquellos que se deben sacrificar bien podrían ser los que han vivido de los demás - ya que es éste su mundo, no el mío. Prefiero ser testigo de su devastación y no angustiarme por saber que eso es algo que tiene que pasar. Al fin y al cabo las masas son libres de aceptar su desigualdad.




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