martes, 3 de mayo de 2022

Una luz al final del túnel

De vez en cuando, lo dicen las reglas de cualquier juego, tiene que haber un poco de estabilidad. Eso mismo ha podido pasarme cuando he recibido dos mensajes en mi correo, donde me comunicaba cómo una línea editorial había incorporado dos de mis trabajos sobre lógica dentro de su colección. Debo decir que hasta ahora, sorprendentemente, esto no había sucedido. Siempre había tenido que ser yo el que persiguiera a los editores..., hasta que me harté. Vamos, que les den por culo.

Dicen que lo que hace posible que una persona triunfa es su talento y determinación, además de algo de suerte. Se cree, y esto forma parte de la MENTIRA de la postmodernidad, que cuanta más autodeterminación y talento del bueno la suerte tiende a arrinconarse. Claro..., la próxima vez que vea a un indigente tirado en la acera en vez de darle un sucio billete que le dé de comer le venderé la caña de un papel con uno de estos sabios consejos.

La gente necesita autoengañarse, lo hacen para encontrar la luz al final del túnel. Admitir que vivimos en uno de los peores infiernos es algo que nadie soportaría. Así que es mucho más cómodo comprar el dogma que te reconforta. Es el dogma que designa los pronombres que te convierten en el protagonista de una historia que tu instinto considera creíble. Por tanto, se trata de algo que hackea nuestra capacidad para valorar la credibilidad de las cosas: necesitamos creer que hay una luz al final del túnel, así como que debe haber unos villanos, y el resto de los pronombres tal como los detallo en mi teoría.

Los griegos de la antigüedad tenían ese principio como el eje vertebrador de toda su ciencia: que los hechos no cuestionen una buena historia. Los hechos solo llegan hasta lo que pueden experimentar con antorchas, sacos de arena y cuerdas; mientras que las historias pueden viajar más allá del entendimiento de cualquiera.

Hoy día debería de ser al contrario, una sociedad moderna posee las herramientas para ver más allá de lo que entiende y montarse historias que nunca estén a la altura. Sin embargo las personas siguen haciendo prevalecer las historias antes que los hechos; se observa por la gran cantidad de físicos teóricos que hay y la imposibilidad que tienen de ponerse de acuerdo con una teoría que unifique lo acordado. Y, por supuesto, si no se ponen de acuerdo es porque principalmente no se fían los unos en los otros, no se entienden entre ellos..., se comportan como en su tiempo los religiosos antes de canonizar sus ideas.

Quizá estas nuevas fuerzas me ayuden a desarrollar el esqueleto del lenguaje semántico, el Sentence Counting Language (SCL). Lo tengo perfectamente aislado y bien definido dentro de mi sistema gestor. Para cuando termine, si lo hago - que supuestamente haré, el sistema gestor entonces el sistema podrá construir cualquier expresión aprendida de una manera libre de contexto. La siguiente aplicación podría incorporar el contexto para establecer coordenadas. Es decir, separando estas aplicaciones en tres fases hace más sencillas las valoraciones.

Y es que una de las cosas en las que me he dado cuenta es que, por simplificar, debo abandonar a Chomsky. Pero literalmente. Resulta que el metalenguaje no sirve para aprender el lenguaje natural. La adquisición del lenguaje es independiente de su gramática. Argumentarlo puede ser muy enreversado, porque habría que leer mi código y comprender de dónde proviene esa decisión de diseño, pero al margen de que sea capaz o no de explicárselo a alguien de letras eso es algo que se me está quedando más y más consolidado.

Por eso el metalenguaje, por ejemplo determinar si una palabra es masculino, es completamente secundario porque el sistema tiene mecanismos para diferenciar entre los géneros de las palabras sin saber que se trata de masculino y femenino. Y puede gestionar entre esos géneros sin tener en cuenta la etiqueta que le pongamos. De hecho, el sistema se autogenera una etiqueta y cuando en el metalenguaje le decimos que esa palabra es "masculina" entonces lo que hay que hacer es atribuirle la probabilidad de que así lo sea - es decir, no lo va a ser de manera axiomática porque no necesita ninguna atribución como esa.

La preocupación de que el lenguaje incorpore un metalenguaje, o gramática generadora, o algo así..., todo eso es demasiado secundario. Hacer que la máquina incorpore las operaciones necesarias para autogenerarse es tan sencillo como incorporar dentro de las acciones semánticas del sistema gestor todas las funciones que definen la segunda fase de la aplicación. Y ahí yo puedo ser todo lo imaginativo que quiera, porque para conseguir la polaridad voy más que sobrado con el SCL.

Otro error que suele cometer el de letras es pensar que su lenguaje es una expresión de la perfección misma y, por tanto, la máquina que deba simularlo debe estar a la misma altura de la divinidad. Obviamente para el que estudia informática con un cierto nivel sabe que esto queda más refutado desde Gödel en adelante - no existe un lenguaje perfecto, como no existe un conjunto axiomático finito que aborde todo lo sintetizable a partir de su análisis. Las teorías son todas incompletas, así como cualquier lenguaje que diseñemos. Lo único importante es que sea suficientemente funcional para que pueda editarse en condiciones. Un ejemplo básico para entenderlo consiste en preguntarle a quien se crea Dios por la veracidad de una expresión sencilla de sumas y productos sobre los enteros; el lenguaje le permite expresar el enunciado pero nadie garantiza que disponga de los axiomas suficientes como para deducir ante el conjunto abierto de los enteros si el enunciado es cierto o no.

Por eso mi objetivo no es crear un genio de las ciencias y las artes; independientemente de que todo lo que emerja de un PC hoy día acabará por tener una potencia increible.

¿Tendré ganas de escribir el código de la segunda fase? Hoy vienen los electricistas, a ver si el seguro se porta o no tras el rayo que cayó sobre mi tienda. El hospital tiene comportamientos muy extraños, y la mitad de mis luces no se encienden. Si tengo que depender del seguro..., que es la compañía que representa a la perfección la idea de postmodernidad que vive nuestra sociedad en oposición a lo que dice Bauman. Las compañías de seguro y la inseguridad jurídica que trasciende de la seguridad jurídica que aparentan es lo que ha marcado la mayoría de las crisis por las que ha pasado nuestra civilización.

¿Me cambiarán los fusibles o me dejarán a oscuras?


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