Pensé que acabaría siendo una serie como cualquier otra, pero no - "El juego del calamar" está a la altura de la moda que ha generado. Magistral en todo y, al mismo tiempo, no deja de ser demasiado triste..., como inaguantable. Pero claro, le di al click. Y toca aceptar la realidad de un comportamiento que es muy humano. No hay que olvidar que lo que hace inaguantable lo inaguantable es lo acertado que es, no lo falso que sea. Eso, al menos, es lo enervante; la angustia de quien ve en la ficción más realidad que la ficción que nos presenta la realidad misma. Es la sensación de que, desgraciadamente, nos están escenificando verdades que habíamos consentido olvidar dentro de la escenografía de las noticias que conforman nuestro marco aceptado.
Por eso si había que dejar de mirar lo hacía. Era triste, sucio, cabrea... Y en cuanto a que los actos son realistas, las actuaciones brillantes, los guiones bien estructurados, las subtramas bien hiladas... Hay que decir que solo le queda al espectador una única cosa: imbuirse en el único sitio en el que jamás estaría dispuesto a dejarse llevar. Se vuelve desagradable porque consigue invitarnos a sumergirnos dentro de esa realidad tan bien definida, y esa realidad es, a su misma vez, un entorno hostil.
Siempre me lo he planteado: ¿acaso no es eso lo que deseas ver? ¿Sentir miedo en las películas de miedo y esa sensación enervante en las películas de degradación sociopática? Como quien elige una comida bien picante, y así percibir que comes con la emoción del caos que supone aguantar, sentir placer, azares..., el experimento de Skiner con las palomas..., ¿o eran ratas? Poder sentir caos y el azar del juego con alguna penalización nos invita a disfrutar más y mejor de la experiencia.
Cuando era niño me planteé crear un videojuego basado exactamente en el juego del calamar; uno en el que se presentaran pruebas, cientos de personas invitadas y, por supuesto, lo peor de todo es que quisieran participar. El hecho de que no estuvieran obligadas a estar ahí, en algún sentido, es cómo se define lo que entendemos por libertad, democracia. Es pura hipocresía para personas con educación; es la idea de libertad para el ser humano de hoy día.
Puede elegir a desesperados que no tienen ninguna oportunidad en su día a día y ofrecerles una salida horrible donde, en el fondo, crean poder tener la cosa bajo control. Eso es lo que tenían los gladiadores: mejor que la esclavitud pura es tener la opción a la gloria tras una máscara. Eso es lo que tiene el mundo de la mafia, la prostitución, los cárteles y, por supuesto, la trata de blancas. Existen porque la gente es abocada a buscar refugio en un juego donde cree tener el control.
Mientras exista ese caos producido por la necesidad de un capital para sobrevivir ahí estarán los más fanáticos religiosos provocando cambios significativos en el día a día de los que vivan una realidad estable. Mientras tanto, los que tienen propiedades pueden gozar de una suerte de haber atravesado las puertas oportunas ¡Cuántas veces me habré encontrado con personas que dicen que sus títulos, sus concursos, sus ganancias no fue por suerte! Esfuerzo, dicen; lo dicen funcionarios o empresarios que creen haber trabajado en su vida, cuando lo más duro que probablemente hayan tenido que hacer puede que fuera dormir a raso un par de noches. Pero su perversión es pretender incorporar en su currículo el haber aguantado dormir a raso: como si ese paso fuera un proceso por el que deben pasar otros.
"Tuviste la suerte de ver cómo corregían tus exámenes", eso les digo yo. Y es por ello que existe una buena y una mala suerte por mi parte: ¿en qué clase de persona me habría convertido de haber tenido éxito en esta vida? ¿Acaso habría aceptado el hecho de que no es cierto que vivimos en una meritocracia? ¿Habría sabido mirar al que estuviera más abajo que yo? Solo sé en qué me he convertido, y me he valido de toda mi experiencia para continuar ese proceso. No puedo saber si habría sido peor persona con otras vivencias, o cuánto de peor persona.
Sentirse orgulloso por lo que uno es hace que te sientas orgulloso de aquello en lo que te has convertido, que te sientas agradecido por los golpes recibidos para poder ver las cosas con perspectiva.
Es la perspectiva que no tenía de adolescente cuando se me ocurrió ese videojuego, donde dos jugadores tendrían una pistola apuntándose mutuamente a la cabeza del otro, esperando estar lo suficientemente cerca como para acertar, pero sin querer perder el tiempo ante la única bala de la que dispones. La bala es tu oportunidad, la puerta que se te abre, si la pierdes se acabó todo ¿Y qué pasa cuando los dos jugadores acaban frente a frente uno ante el otro y el tiempo se acaba para ambos? Lo que pasa es que al final uno de los dos debe morir: el adolescente o el adulto. Si muere el adulto el niño no aceptará lo enervante que es la realidad, y si muere el adolescente entonces sentirá alguna suerte de agradecimiento amargo que no debería de existir.
Es la sensación que tienen las personas que desean la revolución.
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