domingo, 3 de abril de 2022

El macho alfa y el cinturón

Me ha pasado esta mañana, no me imaginaba que me acabaría por suceder. Recuerdo cuando hace años vi a una pareja discutiendo en mitad de la calle, entonces hice el ademán de pretender acercarme para comprobar que todo iba bien..., y al comprobar que ambos tenían una cierta connivencia a la hora de proteger la acalorada conversación yo hice lo mismo, y seguí andando echándoles un reojo mientras continuaba por la acera de en frente..., por si a ella le daba por gritar, o pedir ayuda.

El asunto es que esta mañana observé algo por el estilo, solo que en esta ocasión el tío se mosqueó. Es decir, al ver cómo se hablaban a voces me quedé mirando por si había un gesto de pedir ayuda o algo. Al no ver nada seguí mi camino, porque entonces interpreté que la mujer tenía la situación bajo control siendo ella la supuesta agredida.

Así que fui andando cuando empecé a escuchar por detrás como ese tipo decía a voces que si el "subnormal del gorro" se había creído algo que no era. Y claro, el caso es que repitió lo de "subnormal" mientras seguía andando... Y fue cuando me puse a pensar: ¿qué pasaría si no me doy la vuelta y compruebo lo que está pasando? Mi principal problema era el siguiente: si no me daba la vuelta podría parecer que ella no tendría la oportunidad para denunciar si él la maltratara psicológicamente; parecería que, de chillar ella por ayuda, tan pronto como alguien se percatara luego se daría la vuelta por miedo. Y ese era el problema: si seguía andando como si nada parecería que estaría dejando en la indefensión a la mujer.

Así que, a falta de saber qué debía hacer me di la vuelta y, desde lo lejos, me quedé quieto, mirándolo; lo miraba mientras me increpaba, me insultaba..., me insistía que qué me había creído, que qué miraba. Yo no me inmuté porque aún quería saber si este hombre era de los que maltrataban, o si por el contrario era una persona que tenía muchos problemas.

Su marcado acento caribeño denotaba un posible problema cultural: aquí en Cartagena, por lo menos, la gente no se habla a gritos ¿Sería por su cultura, por el lugar de donde viene, la razón por la cual me habla así? Así que no tenía suficientes datos como para evaluar hasta qué punto hablaba con un maltratador o con un redneck.

Al ver que no me inmutaba se dirigió hacia mí, con aires de pretender darme una paliza, increpándome que llamara a la policía si tenía un problema. Yo seguía sin moverme, sin dejar de mirarlo a él a la altura de los ojos. La pareja le insistía en que me dejara en paz, pero me daba la impresión de que si me daba la vuelta empezaría a insultarme para dar la impresión de que actúo por miedo - como si me amedrentaran sus gritos o amenazas. Y eso último era lo que me obligaba a no poder marcharme.

Me daba igual que se metiera conmigo y, en el fondo, si quería meterse con esa desconocida ella era adulta - así que, observando una mínima cultura general e independencia, a mí nadie me llamaba a estar ahí en medio. Pero, por el otro lado, los gritos obsesivos de ese hombre eran absurdos, muy de megamacho alfa. 

Primero "disculpó" su acento diciendo que era canario, parecería que él se creería que yo lo iba a discriminar por ser extranjero. Y sí, parecía cubano, pero eso no me importaba. Lo que me importaba era que no tenía formas para hablar como lo hacía en mitad de la calle. Luego pasó a decir que la chica era su mujer. Que como era su mujer nada me obligaba a defenderla, ¿acaso me interesaba su mujer? Yo, por supuesto no dije nada. Pero llegó a acercarse lo suficiente como para estar al alcance de los puños cuando me dejó el cebo para que tuviera motivos para liarse a hostias conmigo.

La mujer estaba vestida con un abrigo de invierno que estaba muy abrochado, pero no se distinguía más ropa. Parecería algo que no iba a confesar en ningún momento. Al fin y al cabo, una mujer y un hombre, los dos jóvenes veinteañeros, discuten en mitad de la calle muy acaloradamente..., bien no podrían ser pareja, ni mucho menos. 

El chico se fue acalorando más y más conmigo, con el fin de incitarme a pelear - mientras yo seguía mirándolo fijamente a él, sin hacer nada. A ella alguna rara y muy fugaz mirada le lanzaba, solo para comprobar dónde se ponía, o qué hacía. Pero en todo momento lo tenía claro, si él quería acercarse a mí él tendría que dar las explicaciones, no yo: yo he actuado de la única manera que debía actuar y, por tanto, no tenía ni que saludar. Sin embargo ese tío me había insultado, y aún tenía que indagar en qué posición dejaría a la chica si me iba sin más ¿Acaso no parecería que estoy huyendo? Eso no podría permitirlo.

Mi experiencia ante los machitos alfa siempre había sido la misma: cuando estás ante un semejante lo normal es que si le clavas una mirada éste en realidad no puede iniciar la pelea, porque el machismo prohibe la violencia, así que solo tenía que quedarme mirando con una mirada de desprecio, desaprobación o, simplemente, con cara de póker (que es aún más poderosa y, al mismo tiempo, complicada, como más adelante se comprobará).

Dado que no me achicaba él mismo se me puso a pocos centímetros de mi cara para intentar asustarme (una técnica muy habitual que ya he visto otras veces), la técnica de no inmutarse congela al que intenta amedrentar de esa manera. Y eso es lo que me dice la experiencia.

Otra historia ocurre cuando tratamos con funcionarios públicos, con gente que se cree que tiene derecho a agredir - como si los derechos humanos no estuviera con ellos. En esos casos, los jueces de lo penal tengo bien claro que deberían de ser especialmente perseguidos, porque cuando un profesor de universidad, o de instituto, se cree con potestad de agredir y el juez no lo envía a prisión a mi juicio lo que habría que hacer es hacer desaparecer al juez. Y lo digo con todas y cada una de las letras. La gente no sabe, porque no tiene la experiencia, cuántas personas mueren al año por dejar impune esta clase de delitos.

En cualquier caso, un sujeto de la calle no se digna a agredir directamente a un desconocido: necesita un buen motivo. Y, si por el contrario, este hombre cometiera el error de intentar pegarme entonces ya tendría luz verde para tumbarle y llamar a la policía. Ya tendría suficiente información como para pensar que no es su poca cultura la que habla, sino su sociopatía y criminalidad.

Y el asunto es que yo estaba ahí cuando, entonces, la chica dijo de que al final iba a ser ella la que los juntara a los dos para que se besaran... Eso me hizo gracia, porque el gesto de acercarse mucho, o el mío propio de solo dirigir sus miradas hacia mí ignorando la chica, podría asociarse a un deseo morboso no admitido de querer morrearnos en mitad de la calle... Por eso no suelo practicar la cara de póker, no soy tan buen actor. Solo cuando juego al póker la practico, pero porque el dinero me importa un bledo (y porque el dinero me importa un bledo tampoco juego nunca por dinero).

Así que el tío no pudo resistirlo más, e hizo como que se quitaba la chaqueta mientras me proponía liarse a hostias conmigo. Yo, una vez más, ni me inmuté: lo suyo era una propuesta, no una amenaza propiamente dicha. Pero pude aprovechar para mirar con más detenimiento al chico: su pantalón se había caído un poco, y estaba dejándose ver su ropa interior de manera clara ¿Acaso no tenía para un cinturón? Me dio mucha pena, así que probé una cosa diferente. Probé a romper la regla con ese tipo tan raro.

Procedí a dejarme llevar por la ira, a gritarle en plan macho alfa. Que no podía insultar así a la gente, que si me había detenido era porque estaba gritando y al ver que no pasaba nada seguí mi camino. Mis gritos eran la de la tonalidad propia de los guerreros que no se amilanaban. Al fin y al cabo, y eso era algo que le insistía, él a mí no me conocía. El chaval podía ser mi hijo, tenía un cierto atractivo y, por la pinta, parecía vivir principalmente en la calle. Me atreví a sospechar que vendía su cuerpo. Y todo eso solo me hacía acrecentar mi pena hacia él, ya que entre los gritos que me soltaba me llegó a confesar que en esta ciudad él no tenía familia. Me estaba pidiendo ayuda a gritos, y no tenía fuerza para dar.

De haber tenido fuerza para dar le habría ofrecido vivir en mi propia casa. Pero no tenía casa. Vivo con mis padres. No vivo la realidad que me permita ayudar a esa pareja. Pero, por otro lado, le estaba gritando con mucha fuerza, con ese ansia propia de los machos alfa que se imponen: ¿qué pretende un puto veinteañero frente a un cuarentón que ha machacado a más personas que todas las palabras que el pobre me estaba intentando destinar esa mañana?

Para cuando terminé mi griterío él, con su indignación, pero más calmado me reclamó que porqué le gritaba, que le había asustado... Yo había incorporado en mi sincero discurso de indignación que aquí el que chille más fuerte parecería que es el que acabe teniendo la razón, lo cual era una estupidez. Y, entonces, con mi adrenalina casi al 100%, mientras intentaba mantener mis puños en los bolsillos, aferrándome con no hacer nada, estudiando si realmente se me echaría o no encima en el último momento, observé cómo me estrechaba su mano al mismo tiempo que me decía que no me había llamado "subnormal".

Supongo que esa era toda la victoria que necesitaba, que no necesitaba más. Entonces, debido a la torpeza del momento, me costó imaginarme que la mano era una señal de amistad y tardé en identificar la situación. Luego insistí, que llamarme mentiroso no era bueno, porque me había tildado como el del "subnormal del gorro"..., pero le estreché la mano y..., supongo que nos despedimos sin más. Aunque las ganas de darle de hostias... Por un lado estaba muy apenado por ese tío, ¡cómo me habría gustado haber tenido la fuerza suficiente como para poder invitarle a tomar algo! Pero lloraba por dentro y, en el fondo, sospecho que él también lo hacía. Tenía la sensación de que algo le estaba atorando su vida, de que buscaba la forma de salir adelante y el mundo le había dado la espalda. Pero no sabía si estaba autorizado a ayudarle.

Lloraba por dentro por la impotencia de ser capaz de dejarlo inconsciente, pero de nos ser capaz de resolver sus problemas; de no ser capaz de evitar lo que quiera que podría estar pasándole a esos dos. Cuando se me fue pasando el cabreo, se me ocurrió que lo genuino habría sido que le hubiera podido regalar un cinturón. Y, poco a poco, se me fue pasando la idea en la cabeza: debí haberme citado con los dos para cenar juntos. Esa era la herramienta que necesitaba y que no sabía que podía haber tenido para una situación así.

En el fondo no soy tan culto como me gustaría. Siempre he sido solitario, he visto cómo el estado no cumplía sus espectativas como estado de derecho, y he observado los actos de la inmundicia más severa en los puestos de responsabilidad más elevados: ya sea jueces, inspectores de Hacienda, policías... Todavía los policías dan la cara, cuando lo hacen. Pero claro, bien pensado, ¿acaso no me sentía identificado con ese joven y su posible mujer? Lo hacía, y por esa razón lloré mucho por dentro - porque no tuve la fuerza necesaria como para saber qué decir, qué proponer, qué hacer.

Adiviné que ese chico no era un agresor de mujeres por la comunicación no verbal, porque cuando hizo el comentario irónico esa mujer el chico no se inmutó, y porque en todo momento se comunicó desde la sinceridad. Es ese tipo de personas las que deberían de tener el poder. Las demás deberían de ser eliminadas: y si algún día me dicen que en una "revolución" esos funcionarios fueron exterminados de manera tortuosa... Es cierto: ni una lágrima saldrá de mis ojos. Ni lloraré por dentro pensando en sus esposas. Para eso ya he tenido experiencia, y sé que no habrá remordimientos de ninguna clase.


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