domingo, 1 de agosto de 2021

Las estatuas de la familia. Relato

Rosa llevaba de la mano al trasgo que había encontrado entre los matorrales, para darle cobijo en su hogar. Para ir de vuelta a su casa optó por ir por el gran camino de los carros, para ver si con un poco de suerte encuentra uno de su compañía y vuelven subidos en él. En la larga caminata tuvieron la oportunidad de intentar adivinar algo más del otro:

- Así que no recuerdas tu nombre ¿Quieres que te dé uno? También buscaremos un oficio para ti.

- Bien - dijo el trasgo.

- Te llamaremos 23. Porque no sabemos cuánto tiempo estarás entre nosotros, y no eres el primero que nos encontramos.

- ¿Qué le pasó a los anteriores?

- Algunos murieron de enfermedades, otros simplemente no aguantaron y se marcharon. Pero no te preocupes, sólo tienes que hacer lo que te diga mi padre; recuerda que lo que vendemos no es tuyo, y ya te cuidaremos.

Mientras andaban a un lado de la carretera, Rosa se percató de un carro con un emblema que pudo reconocer. Efectivamente, era uno de su familia, así que no tendrían que seguir a pie. Al llegar el carro a la misma altura no necesitó argumentar demasiado, considerando que era la hija del jefe, y así pudieron sentarse en la parte de atrás del carro mientras ella seguía poniéndole al día a 23.

Al subirse al carro Rosa observó ciertas estrías en la piel, además de un hedor insoportable. Adivinó que como mínimo debía ser un adolescente desnutrido en la piel de un niño. Si bien no podía ser adulto, un niño tampoco, aunque por la estatura bien podría haberlo sido.

- Al primer sitio que iremos será al gran embalse, que riega los latifundios de mi padre. Depende de qué te interese hacer siempre habrá sitio para ti, pero tienes que poner de tu parte empezando por hacer todo cuanto te digamos.

- Puedo bañarme por mí mismo.

- Sé que eso no será suficiente. Yo misma te daré unas piedras porosas muy buenas para quitarte todo lo que te sobra. Te echaré alcoholes y así te ganarás dormir en el sótano.

- No, si yo me conformo con el establo. 

- Espero que no seas de esos, los que se conforman con el establo acaban formando parte de los parajes del Olivo.

- ¿Qué son los parajes del olivo?

Y fue justo entonces cuando observó un olivo alineado con otro mientras seguía el carro adentrándose en unas tierras privadas, dentro de un gran latifundio lleno de cultivos diversos donde habían personas coschando. Mientras 23 observaba a lo lejos los trabajos plácidos de esas personas, otro olivo alineado con el anterior, abandonado a su suerte, se erguía. Pero habían cosas con él, como estatuas de barro sentadas marcaban su paradero de manera imperturbable.

Mientras el carro avanzaba se observaba a Ismael en lo alto de uno de los olivos estrujando las olivas para dejar caer su jugo sobre una de las estatuas.

- Le tenemos dicho que no haga esas cosas. Pero claro, como nadie se da cuenta de que existen estos olivos.

Es así como 23 se percató que esas estatuas de barro se acumulaban y permanecían quietas, pero también pudo distinguir de algunas una suerte de ojos en cuanto consiguió la perspectiva adecuada. Ojos perfectamente cristalinos y humanos que advertían que en un tiempo esas criaturas nacieron en el seno de una madre como cualquiera de todos nosotros. Y ahí estaban esas criaturas, sentadas imperturbables con el tiempo.

- Las lluvias les dan de beber, pero insisten en quedarse donde están. No hay nadie que se atreva a echarlos. Yo no les doy de comer, mi familia se lo prohibe a los criados. El conde no quiere saber nada de ellos, ni manda nadie.

Al decir eso el carro giró 90 grados y dejó ver un enorme olivo donde parecían yacer cadáveres perfectos convertidos en estatuas. Tumbas respetadas de trolls gigantescos que habían visto secar la tierra que les protegía del frío. En ocasiones estas criaturas conformaban ejércitos de voces que acechaban el paraje de las aventuras que Ismael usaba para ahuyentar a los turistas del cementerio. Si bien los trolls no precisaban de mucha atención y alimento, con el tiempo se congelaban por la noche y quedaban apostados con su piel de arcilla resecada con el sol.

- ¿De dónde vienen?

- De las montañas. Es el único sitio que queda para el que quiera vivir bajo techo.

- Allí no se puede vivir porque los techos son húmedos y te llenan de barro.

- Son los trolls de las montañas, que decidieron bajar y vivir bajo los parajes del Olivo. Alejados del mundo civilizado han encontrado un pacto que les ayuda a alimentarse de vez en cuando. Pero no todos sobreviven al día a día. Algunos se quedan quietos y, para cuando llega el amanecer, no los distinguimos de los muertos.

- ¿Y por qué no los quitáis?

- Servirá de advertencia para el resto de los trolls que quieran pactar con el clan del herrero.

- ¿Qué es lo que ata al clan del herrero a pactar con los trolls?

- Nadie lo sabe. Ya hemos llegado. Yo voy a entrar a por ropas limpias, tú empieza a bañarte allí...

Con el pudor que caracteriza a quien asume su relación con un semejante 23 se dirigió al enorme embalse temeroso de no poder nadar y caerse hasta las profundidades del abismo. Volvió a mirar atrás y observó cómo Rosa le había dejado completamente solo con el dilema pendiente de si aprovechar para huir de ahí, querer correr para hablar con Ismael sobre lo que le empujaba estrujar olivas sobre esas estatuas o, simplemente, obedecer.

Una brisa de pétalos en flor dejó recorrer un lamento entremezclado de muerte y aroma fertil. El olivo, con las sustancias desprendidas de sus frutos, ofrecía un sabor de olor de la fragancia que desprende el incorrupto junto con los pétalos de rosas bañados en almíbar. Así que se asomó a mirar al fondo del embalse y unos vendajes se dejaban entrever, junto con el gorro de algún que otro trasgo.

Recordaba 23 que esos gorros eran administrados por el clan del herrero para ocupar el camino de aventuras y llenar de sonidos atroces ese camino. Con la esperanza de recoger algún que otro tesoro, llenar con algo el menaje que disponían, los trasgos del camino se quedaban con lo que podían. Así que si uno de esos gorros flotaban, ¿qué era que lo que formaba parte del embalse? ¿qué se escondía más allá de las plantas submarinas? Así que probó a tirarse al agua sólo por demorar el tiempo en esa nueva estancia y así satisfacer mejor su curiosidad.

Mientras braceaba sin abandonar el borde el agua se fue disipando hasta observar que el fondo que nutría los campos y las plantas submarinas no eran sino huesos. Así que, del susto, saltó rápido fuera del embalse por miedo a ahogarse y dejar como recuerdo sus propios tejidos y todo lo que quedaba de él.

- No te salgas tan pronto - dijo Rosa tras volver con utensilios y ropa - si no quieres bañarte en el embalse por ti mismo podrás hacerlo en mis aposentos, pero te aviso que ahí sí tendrás que hacer exactamente lo que yo te diga y, si pego un grito, el servicio vendrá en mi ayuda.

En ese momento 23 comprendió en qué consistía el carácter tan caritativo de Rosa, cuál debía ser el precio que debía pagar por formar parte de su plantilla. Siempre podría asumir tener algo de independencia y ahogarse en el intento medio humillante de valerse por uno mismo, o siempre podría tomar el camino del olivo, el más digno de todos para estar a la misma altura que el clan del herrero, con el que siempre podría negociar su supervivencia y ofrecer servicios. Si necesitaba un techo puede que le quedaran las montañas, para convertirse en un troll del camino. Pero había algo que le permitía el lujo de querer convertirse en 23, y era que en el fondo no se observaba del mismo material que Rosa: él no era un monstruo y ante aberraciones no era posible sentirse humillado.


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