miércoles, 21 de abril de 2021

Tengo dos manos. Y necesito las dos. La derecha.

Como que tengo dos manos, necesito las dos para trabajar. Cuando se etiquetan a algunos grupos como de izquierdas o derechas no existe una ausencia de motivaciones: en la derecha suele ponerse los que defienden posiciones nacionalistas, la conservación de clases, la propiedad privada, la conservación de los bienes de capital, las ideas tradicionales religiosas, etc... Mientras que en la izquierda hay ideas de progreso que pretende racionalizar todo lo anterior de manera que no entre en conflicto con una ley natural en el ser humano y el resto de las criaturas vivientes: el pacto social.

La derecha aislada se vuelve tonta, pero crear un pacto social con sólo un único enfoque es también tremendamente arriesgado porque, ¿cómo planificar la economía del estado sin tomar en cuenta la capacidad autónoma del individuo? O también, ¿cómo planificar la educación promovida por el estado sin tomar en cuenta la crianza y defensa de las tradiciones de la familia? Es decir, no se puede ser racionales si no tenemos un punto de apoyo con el que trabajar: es decir, la izquierda puede ser coherente con sus teorías, pero si no convence a la derecha entonces cabe esperar que tales teorías no sean relevantes.

Coherencia y relevancia son dos factores fundamentales para trabajar como es debido dentro de un enfoque científico.

Y habrá quien diga que la política no es ciencia, que no es más que una mera filosofía - o una colección de dogmas interesados. Reducir la política a una teoría filosófica de carácter existencial puede preocuparme, porque esa política afectará a los movimientos que se lleven a cabo en el estado y, según mi apreciación, la filosofía existencial es la que conforma el marco bajo el cual trabajará el estado, pero no lo que configurará su carácter ejecutivo (su gobierno). 

Peor sería reducir la política a un conjunto de intereses personales, porque entonces lo que gobernaría sería el más perfecto de los desentendimientos. Entonces el debate político no existiría y los bandos todos serían extremos para poder defender mejor sus intereses. Es decir, se crearía un estado roto y, como tal, tendería a su autodestrucción como resultado del desentendimiento de sus partes.

La política del estado debe encajar dentro de una idea de filosofía económica; pues el estado no debe jamás tocar temas que profundicen asuntos que en el que el Pueblo no se haya puesto por entero de acuerdo. Y esta filosofía económica no es sino un lenguaje de filosofía científica - pues debe acabar por centrarse en si consigue o no los objetivos sobre una estadística objetiva. Es decir, si una política no tiene un criterio de falsación entonces no es compatible con una política de estado.

Las políticas de los intereses, las que conforman dogmas, no son sino partes de una propaganda y, como es de esperar, lo único que consiguen es bipolarizar a la población dividiéndola para que se integren en un grupo político o en otro. Hay que evitar a toda costa la política de los intereses. Hay que evitar los logotipos que representen ideas políticas y, por ende, el sistema de participación ciudadana debería de prescindir de la necesidad de partidos políticos.

Dicho esto, tenemos una manera de definir la izquierda y otra para la derecha. La izquierda quedará definida por el proyecto científico que proponga un cambio en el sistema: indefinir el proyecto sólo traerá propaganda. Sin embargo también hay propaganda en la derecha, y lo vemos en los utópicos que se hacen pasar por eruditos: critican el modelo actual reclamando cambios que nos devuelven a estados incluso mucho más caóticos, y en su utopía no presentan justificaciones suficientes que les libren de ser tildados locos.

Estos señores son los liberales: nunca hemos sabido de un gobierno que sea liberal por la sencilla razón de que no existe ningún programa que sea liberal. La derecha está formada por personas que defienden unos valores que conforman una convivencia; pero algunos de esos valores pueden convertirse en conceptos muy destructivos que desabaratarían la estructura de gobierno del estado y, ante esas tesituras, suelen responder los extremistas con evasivas. Pues bien, la persona que defiende las estructuras existentes se preocupa de justificar las orgánicas o los pilares de lo que pretenda conservar. Ante un ejercicio mental no se achacará y se preocupará de explicar cómo funcionaría el sistema en esas circunstancias.

La extrema izquierda, indefinida por no tener un proyecto o definida por defender historicismos no aplicables, puede acabar ejerciendo el mismo papel que la extrema derecha. Es decir, es posible que se conviertan en meros propagandistas. Y lo malo de la propaganda es que contagia mucho: una persona que tiene interés en ubicarse en una posición de mesura podría verse implicado en un diálogo donde cada cual grita con más fuerza.

No es fácil saber cuál debe ser el esquema más adecuado para que la sociedad se aventure a discutir mejor sobre qué barreras tradicionales se deben derribar: puede ser debates donde se busque la confrontación para convencer al público, o debates donde se busque el ensalzamiento para tener la mejor oportunidad de explicarse mejor. Sin embargo, prescindir de ideas de progreso no puede ser razonable; así como imponer definiciones dogmáticas que reduzcan la capacidad para el diálogo.

Alardear de que son dialogantes no te quita el ser un extremista; yo mismo he hablado con muchos nazis que eran muy dialogantes y amantes de Hitler a la vez - pero es imposible dialogar con un extremista, sólo se puede conformar soliloquios a duo. 

Con la derecha y con la izquierda es fácil conformar diálogos, pues sólo hay que explicar el plan y la manera de echarse para atrás. Al de la derecha se le ocurren ciertas ideas, al de la izquierda otras, entonces se desarrollan para sintetizarse un plan común. Se puede llamar a esto Parlamento, poco importa. Pero lo que no necesitamos en un gobierno, ni tampoco unos jueces que puedan llevar a cabo actos ejecutivos sin una auditoría vinculante por parte del Pueblo.

Que una persona tenga mentalidad conservadora o progresista debería de importar bien poco, porque las personas más representativas lo son por motivaciones circunstanciales: temporales y territoriales. Por eso la elección debería de circunscribirse de manera unipersonal en su circunscripción y, por otro lado, mediante democracia líquida. Y, para evitar logotipos, la elección debería asociarse al voto directo por concordancia.

No tiene sentido repetirse tanto.


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