viernes, 16 de octubre de 2020

Relato. El sueño perdido

Anoche soñé sobre las pérdidas. Me di cuenta de su significado después de haber leído a Mises. Así que tocará desguazar a ese infame para que quede claro lo bajo que cae el liberal. Y, de hecho, adoptaré su lenguaje..., ¿polilogia? Para la siguiente entrada mostraré los cuatro jinetes del apocalipsis liberal.


Estaba en EEUU, tenía que suplir un servicio a una agencia. Para ello debía vivir en una casa donde una familia me acogería en su seno. Una casa con una estructura que no había visto hasta ahora, y que me confundía.

Como siempre he sido muy aplicado, antes de que acabara el día ya pude terminar con mi cometido y me dispuse a comunicárselo a la agencia, para irme cuanto antes de ese país. Sin embargo, la familia que me acogía quiso prepararme una fiesta de bienvenida, donde se podía apreciar amigos de toda clase - gente muy alegre que tenía muchos temas de conversación. Así que ahí estaba, bajo ese porche tan pueblerino, gigantesco, liándome entre la gente mientras buscaba una buena excusa para irme de allí.

Entre líos y gaitas, pude ver que había una chica misteriosa que me clavaba la mirada. Tenía un halo maravilloso que no podía describir, con un estilo sobrio que le permitía acunarse en una silla de mimbre mientras mantenía sus dos ojos fijos que clavaban su atención hacia mi intrigada manera de vivir la tarde. No dudaba en ningún momento el poder dirigirme a ella, sólo por cubrir la enorme necesidad de satisfacer la curiosidad. Había arañado mi agenda por un momento, aunque no me veía capaz de salir de esa muchedumbre tan caótica y necesitada de mí.

Como era de esperar, aquellos que tanto ansiaban mi presencia acabaron por cansarse y continuar con su jolgorio de hecatombe continua hacia donde mi figura no les aguara la fiesta. Poco importa el invitado si tenían la oportunidad de divertirse en su falso ambiente familiar, donde las risas eran sustituidas por el lamento de una ausencia que tenían claramente en sus propias vidas.

Pero ahí estaba yo, y quise volver a mirar hacia donde se encontraba ella sentada, tras maderas que la encerraban más allá de una cerca. Bastante liado conmigo mismo para darme cuenta, pero efectivamente se encontraba en el porche de la casa de enfrente.

Decidido me acerqué con soltura y le pregunté en un inglés muy simple si ella venía de parte del novio o de la novia. Me respondió con una sonrisa, seguido de un: ¿quién te ha dicho que podías entrar aquí?

Y fue cuando me di cuenta de que había entrado en el umbral de un desconocido, dentro de la América profunda, donde era muy fácil que cualquiera te pegara un tiro por cualquier cosa, peor si eras extranjero. Efectivamente, observé que era otro porche, comprendí la arquitectura del sistema, la puerta, el vayado... Había metido la pata y, acto seguido, aparece el aparentemente genuino dueño de la casa.

Sale a su porche, cerveza en mano, finge que me ignora aun no conociéndome de nada. No entiendo su comportamiento, pero me veo obligado a decirle algo: "Your girl is very beautiful. Daughter..., girl..." Mi nivel de inglés había bajado estrepitosamente. Me sentí tan torpe, como estúpido. Pero el norteamericano, por muy pueblerino que fuera, me respondió con una enorme y generosa sonrisa mientras ninguneaba mi comentario con un "¡Tse!".

Antes de que terminara la noche debía dar con la agencia. Sin embargo esta vez pensaba reclamarles cobrar por mis servicios. No tengo instinto para esas cosas, pero debía hacerlo. Les reclamé dinero para volver a casa.

- ¿Es eso lo que quieres?

Y acto seguido me dio unos vales de compra y un billete de avión. El dinero vendría de mi parte, una vez más. Pero mientras usaba uno de esos vales para comer gratis me dio la sensación de que si les hubiera pedido más me lo hubieran dado sin regatear. Sin embargo, perdí la oportunidad y ahora tenía otra opción: ¿pasar la noche en esa casa o costearme un taxi hasta el aeropuerto? Tenía la oportunidad de terminar de conocer a la que podría ser la chica de mis sueños.

Sin embargo, costara lo que costara entonces no me daba cuenta de que estaba diciendo adiós a muchas cosas. No volvería a soñar con mujeres, ni con trabajar para grandes agencias, ni a hacer grandes viajes..., toca olvidarse de tener una vida independiente y había que asumirlo.


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