sábado, 12 de septiembre de 2020

Relato. Se agilipoyaron.

Nos habíamos reunido con unos amigos. Nos dijeron que no, que era diferente. No era como cuando tocábamos nosotros. Efectivamente estaba sorprendido, ¿de qué hablaban? Decían: "esto es una discoteca". Me paré por un momento, todos mis amigos se miraban entre sí - querían pasar. Había que superar una señal con tu propio móvil: por si no estabas vacunado, y esas cosas. Al final ya estábamos dentro.

Un cuarto gigantesco, oscuro. Se veían varias personas bailando, pero ninguna pegada a la otra. Cada una a su royo. La sala estaba completamente silenciosa y, de vez en cuando, se distinguía algún láser bailoteando con las luces de neón.

- Conéctate al bluetooth de la discoteca.

El acceso de la puerta me había dado los permisos: así que me puse los auriculares.

- Este es el único tipo de negocio que gana lo suficiente como para poner música.

Seleccioné una de las listas que habían sido diseñadas por el DJ. Me parecía raro. Antes de que me diera cuenta mis compañeros ya estaban bailando. Cada uno a su royo, recomendándose listas de música.

Por un momento me quité los auriculares: eran como muertos vivientes acudiendo a la llamada de un señor que les hablaba a cada uno con un mensaje diferente. Entonces se miraban a los ojos como si estuvieran compartiendo algo. No estaban compartiendo nada: lo que compartían era la sensación de divertirse al mismo tiempo. Pero era imposible empatizar. No era como me lo habían contado.

Me quise perder entre la gente y, para ello, les hice una señal a mis amigos. Aún era posible encontrar a algún conocido más allá de tu lugar de trabajo. Sin embargo, ¿acaso tu familia querría cruzarse contigo en un lugar así? La mayor parte del tiempo se dedica a mirar sus propias series, sin ver las mismas al mismo tiempo.

Era como cuando cogíamos el autobús: no era que subíamos a un autobús todos juntos, contactábamos con el servicio de trasporte y éste se trasbordaba y se movía de tal manera que todos llegáramos desde nuestras casas al mismo tiempo. O cuando hacíamos la compra, no es que nos reuniéramos para comprar: lo que hacíamos era apuntar qué se compraba para ver cómo acababa en nuestras casas. Algo que podíamos hacer en casa, o incluso deshacer la compra de la que fardábamos con los amigos. Pero no, eso no era comprar, lo que hacíamos era siempre lo mismo: hablábamos de lo que nos gustaría tener, compartíamos gustos que no llegábamos a disfrutar en el mismo instante y lugar.

Entiendo que en sociedades como ésta llegábaba el año nuevo y dependiendo de a qué hora te convenía podías estar virtualmente de fiesta con los de la ciudad en el mundo donde ya celebraban la medianoche. Sin embargo, cuando te quitabas esas gafas, los auriculares, el conector termotáctil y el olífono... Volvías al día que aún no ha pasado la medianoche. Daba una sensación extraña, como cuando celebras tu cumpleaños con todos los que cumplieron años el mismo día, y luego vuelves con tus amigos de verdad.

Así que rebuscaba en la discoteca por si había alguien, quizá de las redes, con quien entablar alguna conversación. Pero sólo vi una mirada inquietante de alguien que también buscaba evadirse por un momento de esa sala tan turbiamente aburrida. 

Era una chica como de mi edad, podíamos estar juntos, hablar. De sus ojos distinguía las ganas de evadirse, disfrutar, el orgasmo de la pasión... Fue acercarme y una panda de gorilas se me echaron encima como perros sarnosos, algunos con la mirada dirigida hacia las pocas luces que distinguían en el recinto.

- ¡No la molestes animal! ¡Está de viaje!

Y, efectivamente, me costó..., pero no me miraba a mí. Fue fácil disculparse porque donde no hay cultura de empatía tampoco lo hay de cultura física. En este mundo los que venimos del ejército somos unos auténticos privilegiados. No pueden hacernos daño, sabemos escaquearnos con cultura, somos los más diplomáticos, los que tenemos los grupos más numerosos...

Tras levantarme del suelo grácilmente me sorprendió lo suaves que son los chicos de gimnasio, con todas esas salas virtuales en las que poder practicar sus ejercicios. Para que, al final, acaben todos duchándose en su propio jardín-vecindario. Casi me dieron una especial pena o puede que hasta me sintiera como..., como agradecido: por haber sido escogido por ellos para ser "noqueado" de esa manera tan suave y todos en masa. Como si realmente hubiera sido un candidato digno de ser placado.

Mis compañeros me miraron a lo lejos, se reían. Era imposible iniciar trifulcas. Para cabrearse o pelearse antes es necesario tener empatía o luchar por un colectivo, ideal... Aquí todo el mundo era demasiado gilipoyas como para siquiera pretender defender nada. Si no te gustaba lo que opinaba alguien existe el realojamiento social mediante el cual encuentras en este planeta siempre a un grupo que piensa exactamente igual que tú.

Las mayores tensiones que hay son relativas a cómo se entiende la gente con los traductores automáticos, con cómo ven los mismos gimnasios con distintas texturas, las mismas series con distintos doblajes, las mismas novelas con distintas interpretaciones culturales o, incluso, las mismas noticias con distintas clases de censuras.

Pero era imposible pelearse o cabrearse. El ejército sólo está para contener a los países sobre los que se externaliza la paradoja de nuestro consumo. O para mantener el conflicto en tales países para que nunca se empoderen.

Sin embargo, ¿quiénes se empoderan? Los más ricos también cedieron al chantaje del realojamiento social y virtual. Sólo en el ejército se puede encontrar grupos que se mueven al unísono. Sólo en el ejército los colegios son presenciales y no consideran necesario tener a los mejores pedagogos de cada materia. Siempre vi a los tutores del barrio-jardín como los censores de la empatía. 

Me cuentan que en los países subdesarrollados todo es conflicto, no pueden tener todas esas redes sociales, los civiles tienen educación militar - o como si lo fuera... Y no son poseedores de sus propias tierras, porque viven en la austeridad permanente de una deuda prometida: la tierra prometida es un infierno en vida. Sin embargo hay algo que tienen ellos que no tenemos nosotros: al menos en esos países toda la gente no está agilipoyada.


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