viernes, 3 de enero de 2020

Un par de docenas de días para el apagón

Tenía ganas de llegar a este punto. Este mismo mes pondré fin a mi acceso al mundo de la cultura en términos generales. Siempre por una cuestión de Principios, no espero que nadie haga lo mismo que yo ni que sirva de nada. Simplemente, esa clase de mundo no lo quiero para mí - y necesito dar ejemplo con mis actos.

Tanto HBO como Rakuten tienen la misma política, y posiblemente Netflix también. En cualquier caso, no quiero averiguar cómo pago por un acceso para luego ver que la conectividad no es ni meridianamente decente. Y, por encima de todo, si me publicitan que tengo derecho a un tiempo de prueba a mi propia cuenta de usuario y, al darle click al botón, me hacen un recargo sin avisar, lo que sí que no me parece razonable es que no me devuelvan el dinero - cuando aún no había hecho uso del servicio, nada más comprobar que me habían puesto un recargo.

Pues bien. Como es así como se mueven los directivos, sólo puedo boicotear desde mi personal punto de vista esos servicios: dejar de usarlos. Como me obligaron a comprar por ellos, esperaré a que termine la fecha, aprovecharé tales servicios, disfrutaré de esas películas y series de calidad y me despediré del mundo de la cultura. Porque no tendré otra oportunidad y sospecho que la sociedad no se tornará meritocrática.

Algunos ven el fin del mundo como un apoteosis o revelación de cosas; sin embargo, lo que todos tienen en mente como apocalipsis no es la idea de ninguna revelación - sino la idea de un apagón. Por mucho que se nos insista en el sentido de la palabra, sus orígenes, el origen del término, la historia..., la idea viene a ser la misma. Es como en esas películas en las que el protagonista descubre que está perdiendo la vista, y la historia va girando en torno a esa idea. Esa es la sensación que tengo: la realidad me obliga a perder la vista, pero lo tengo asumido como algo necesario.

Dada mi situación, no podré ir al cine porque mi negocio es cruelmente ineficaz; dudo por otro lado que pueda salir de mi encasillamiento - no tengo confianza alguna en los papanatas que van a controlar la economía, por muchas intenciones sociales que aseguren tener. Los de abajo, si es por ellos, siempre nos quedaremos muy abajo, pisoteados y en silencio. Para ello usan la disidencia que pueden controlar y afianzar a su favor: una cruel disidencia que obra contra los derechos más fundamentales, y la ONU no hace nada; quizá porque a más de uno le pilla por sorpresa lo fachas que son.

Ahora me centro en el segundo capítulo de la serie Westworld, en las palabras del principal programador: "En este mundo todo es magia, menos para el mago". En una serie que parece pretender mostrar imágenes especulares al espectador: pequeños detalles que se irán desarrollando de una manera como dadaísta, para que cada cual le otorgue su propia personalidad. Podría ser así... Ya tienen un par de temporadas, y sólo he visto tres capítulos.

Pero lo poco que he visto me ha gustado. Es algo que abandonaré en unos días, para no volverlo a ver jamás. Ni el trabajo de sus actores. En el fondo la vida es así, y la gente disfruta poniéndole un comienzo y un final a las cosas - para tener la oportunidad de colorear la melancolía de una manera de hacer nostalgia, siempre y cuando no terminemos de quebrar del todo el recuerdo, que le permitamos revivirlo mediante invocaciones a futuras experiencias.

Lo que pasa es que no seré yo quien viva las futuras experiencias. Han pretendido los señores con corbata que prevalezca la publicidad desleal, y que el usuario tiene que apechugar. Eso a mí no me parece aceptable - si aceptara esas condiciones no sería yo, sólo sería otro borrego más. Y me niego a ser borrego para nadie.

No clickearé unos botones que sospeche que pueden mentir.

Cuando voy atrás en mis recuerdos el recuerdo más horrible que he sentido nunca fue cuando cogí el coche del jefe, no estaba en condiciones para cogerlo - pero me obligó, en cierta manera. El golpe que recibió por culpa de un insensato que me chocó de frente, y que pude esquivar en el último momento, sospecho que dejó en malas condiciones la palanca de cambios y, a la hora de dar marcha atrás, el coche ni avisaba ni era coherente al desembragar: podía ir tanto adelante como para atrás.

Nunca he tenido tanto miedo como entonces. Un miedo atroz por lo que le pudiera hacer a alguien por mi insensatez, por pretender creer que esta vez tenía la situación bajo control. Pisar el pedal y estar seguro de que esta vez sí había desembragado correctamente: seguridad e inseguridad, un coche que mi jefe me obligaba a coger para hacer un recado cuando no estaba en condiciones... Al final fui despedido igualmente.

Pero no podré perdonarme ese enorme miedo por mi insensatez. La insensatez de pretender cumplir porque te lo ordenan cuando corresponde no hacer nada. Si vas a ser despedido igualmente es doblemente insensato actuar.

En este mundo, al fin y al cabo, para lo importante...

Recuerdo el segundo enorme gran miedo que entró en mi cuerpo, un miedo tan grande que no podía aceptarlo. Fue el día en el que encontré una serpiente en mi cubo de detergente Dixan, que usaba de papelera. Ésta debía haber estado sobreviviendo de mis manzanas mordidas exclusivamente durante, al menos, un mes, o varios...

Pero la memoria es lo que más daño me hace: porque recuerdo que metí la mano en varias ocasiones, cada vez que la papelera se removía era como cuando las cosas inanimadas se mueven y tengo que poner orden - estaba acostumbrado a eso. Pensaba que algún cartón habría cedido y por eso los papeles salían por sí mismos ¿Cómo imaginarse que había una culebra en el interior moviéndose? Esa papelera escondía oscuros secretos que un adolescente no habría querido desvelar: mis primeros bocetos de figuras humanas, efigies que acabarían por verse reflejadas en el azulejo, intromisiones sobre la física y el control dinámico..., y de ahí emergió la historia de la serpiente que se metió en el cubo de detergente.

Resulta que unos meses o semanas..., no sé, estaba la ventana abierta y una serpiente se asomó por ella. El susto que me supuso no podía imaginarse, porque cuando era pequeño ya vi una serpiente por primera vez y un enorme miedo me asaltó porque estuve a punto de pisarla - y me sentía culpable por mi insensatez.

Entonces me acerqué sinuosamente y empujé el cubo de Dixán y, con un almanaque antiguo, lleno de dibujos desechables, simulé una boca gigante y bailoteé con la serpiente. Y le comandé que entrara en el cubo. Lo que no quise aceptar fue el hecho de que me obedeció, de que no correteó por la habitación para infundir el caos en mi realidad. Su ansiedad aceptó la historia, y como un pacto entre dos especies, convivimos por un tiempo en la misma estancia porque me olvidé del suceso - no quise aceptarlo del miedo que me producía.

Ciertamente, en este mundo todo es alquimia menos para el niño que entiende los mecanismos. Recoges una pista que no es suficiente como para deducir nada, y entonces le das forma para comprobar como, en parte, te dan la razón y, al mismo tiempo, desarrollan teorías alternativas que no terminan de quitarte la razón. Dadaísmo puro..., pero con un formato estético que le ofrece el pulimiento necesario como para que cada cual se vea reflejado en esa historia.

Eso mismo hice en mi novela..., una de luces, y otra de espectros. De ahí una explicación posible a los espectros: una versión de nosotros mismos para unos leves retrazos que se han quedado por ahí. Una obra maestra digna de locos y esquizofrénicos que no se valorará convenientemente, la gente como yo está condenada a la soledad. A la ceguera social.

Así que hoy ya he probado a ver Arrival. Me alegro tanto. Porque se cierra el círculo de lo que pretendo decir ahora. Para cuando escribo esto ya he puesto el "Paint it black" de la serie Westworld, porque su mensage corresponde con el de ahora.

Es un mensaje que no toca esclarecer, porque entonces quienquiera que lea esto no le sacaría nada en claro. Si sabes lo que va a pasar y aún no eres consciente de cómo te va a llegar entonces, ¿qué derecho tienes de cambiar nada? Aún hay cosas que pueden ir a mejor, pero a mí no me hacen caso. Así que nos ahorraremos los discursitos - ya hemos tenido bastantes durante todo este proceso y ni aún habiendo acertado se me ha escuchado.

Por otro lado, ¿qué ha pasado cuando he sido claramente vencedor con fórmulas diáfanas y útiles? Tampoco se ha querido asumir que ya era hora de levantarme el castigo inmerecido de la discreción. Yo he sido cobarde y no he querido asumir mi papel, pero eso mismo se puede decir que otros tantos.

Si todos somos así, ¿qué pasará para cuando la serpiente robotizada se levante y os muerda? ¿No habrán sido suficientes ni aún con esas las señales del camino? Si alguien tiene que empezar a hacer algo ése no seré yo.

Sólo diré una cosa sobre el mundo que yo creé: se elija lo que se elija estará bien decidido porque de lo contrario todo tiempo vivido habría sido una pérdida de tiempo. Toda lectura que se haga..., en fin, de qué sirve hablar de álgebras, previsiones, pistas... Es en definitiva como cuando me preguntan sobre un tema y sólo doy vagas exigencias que se vuelven sistémicas. Es tener en mente varias perspectivas y desarrollarlas de manera que ninguna colapse, porque la certeza de alguna implica la eliminación del resto.

Bueno..., pues para cuando acabe todo esto perderé un lenguaje cultural que veré si compenso escribiendo... Pero claro, ¿acaso podré escribir si se me explota antes la cabeza?

A saber qué pasará.




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