martes, 31 de diciembre de 2019

Miedo al tiempo

Estar en un estado de pleno conocimiento de las circunstancias que me rodean o de las que soy originario no me llena, más bien me entristece. Cuando era un perfecto inconsciente al menos tenía proyectos, y creía que podían valer la pena. Ahora ya sé que todo ese proceso de intento continuo sólo es compatible con el éxito cuando lo mantienes en secreto.

Por alguna extraña razón no hay manera de progresar sin que haya alguien a quien le moleste. Si te paras a pensar, es muy difícil creer en la sociedad y en sus méritos. El mundo está podrido y sólo la inocencia es la que hace a la gente inmune a la mediocridad.

Pero es imposible alcanzar el éxito desde la inocencia, porque el inocente no es experto, no tiene cicatrices ni canas. El inocente es neonato, un futuo talento; pero no es un experto. Por eso mismo, ¿qué clase de consejo se le puede dar a quien no debería de sentirse influenciado por el exterior y, al mismo tiempo, desee llevar a cabo sus proyectos? Pues que haga lo que haga lo mantenga en secreto. El mundo está demasiado podrido como para comentárselo con nadie.

Algo tan antiguo como la mediocridad, la envidia, el empudrecimiento de la sociedad..., algo sabido por todos: no cuentes con nadie. Ya que los mejores proyectos provienen de la autonomía, y tienen por objeto mantener dicha autonomía. Y la mayor de las virtudes del inocente es exclusivamente la autonomía moral: el hecho de que no está contaminado.

Sin embargo, ponte a andar unos pasos y descubrirás que debes llenarte de barro. Una sociedad justa podrá perdonarte las faltas, pero es cosa de cada cual suplir su deuda con sus acreedores: en el sentido de que es obligación de cada cual pagar sus propias faltas aunque socialmente estén suplidas.

Y puede que no fuera capaz de leer las señales en mitad del camino. Puede que me creyera capaz de limpiar las pocilgas. Pero al menos no he perdido la autonomía moral, aunque el precio supone perder mi autonomía social.

Cada vez los años los noto como más largos. Es una experiencia horrible. Porque si bien antes me podía marcar objetivos menores, ahora es como si una luz brillante me hubiera tocado de tal manera que sea consciente de que puedo hacer algo más, sin tenerme permitido elevarme demasiado. Entonces el futuro elucubrante de verme en la indigencia vuelve una y otra vez mientras la gente sigue teniendo absurdas discusiones que no se centran en lo más importante: existe una fórmula casi única que resuelve el problema de la desigualdad, que hace desvanecer el problema de las clases sociales, que ningunea el poder del financiero y vuelve a colocarlo todo en su sitio de manera simple. Una renta para todos. Algo tan sostenible como el mismo sistema fiduciario en el que estaría basado. Así como el cierre a la especulación de recursos fundamentales.

Delimitando el juego absurdo que se utiliza para hacer desvanecer el dinero en acumulación de capitales gente como yo tendríamos una segunda oportunidad. Al menos la opción de incluso crear una pequeña empresa, de aspirar a encontrar algún proveedor que no contamine sus inmoralidades al resto...

Eso me recuerda a esos proveedores a los que les di puerta: uno porque no quería venderme ciertas mercaderías porque yo tenía otro proveedor que también lo hacía y, según parece, yo era de su terreno, otro porque me entregaba la mercancía cuando y en las cantidades que él quería, o incluso lo que le daba la gana de darme, otro porque sus productos tenían una garantía críptica...

Si hubiera más proveedores, si se abrieran las posibilidades a un mercado más abierto, entonces no tendríamos que aceptar el juego de esos perdedores. Si no me gustan esos proveedores siempre puedo dedicarme a ofrecer otra clase de servicios, pero yo no tengo porqué aceptar esas condiciones. Ni yo ni nadie. Y como el estado no tiene intenciones de regular nada, como no hay un sistema judicial en condiciones, como al final lo que importa es el facherío..., pues nos quedamos siempre igual.

Y a mí me da miedo tener más y más tiempo, cuando no me queda nada que hacer. Ni nada más que aportar.

Puedo escribir novelas nunca imaginadas, revelar los misterios de la mente, de la locomoción, del alma... Puedo desarrollar el mundo de los sentimientos, filosofía existencialista, los estudios del género que provocan en las civilizaciones algún tipo de avance... Pero no tengo nada que aportar. La noche es larga, demasiado larga..., y cuanto más tiempo pierdo más miedo le tengo al tiempo, cuanto más tiempo tengo por delante desde que inminentemente termine la economía peor también, cuanto más tiempo esté trabajando en cualquier proyecto el miedo se torna al siguiente sabotage... Me es todo tan irrisorio...

No puedo disfrutar los juegos porque siento que pierdo el tiempo jugando. No puedo disfrutar los ensayos porque siento que son simplemente escritos por estúpidos. No puedo disfrutar de resolver problemas porque se quedarán en un cajón en el mismo instante en el que sean interesantes.

Esta sociedad ha querido extinguirse, y está luchando constantemente por acabar de esa manera. La realidad de la superpoblación y el avance tecnológico, junto con la inminente crisis del Coltán del que no se habla, no acabará por anularse mutuamente: el completo imbécil de tres pares de narices que quiera conformarse con pensar que morirán los más pobres, que la tecnología no alcanzará la singularidad por culpa del Coltán y los pocos trabajos que puedan hacer las máquinas no afectarán a los más ricos..., quien piense así se convertirá en otro ejemplo de por qué la Humanidad merece su plena extinción.

La crisis del Coltán afectará a la mercadotecnia, que hasta ahora sólo sabe ofrecer productos más potentes al servicio del imbécil que los compre.

La crisis de la singularidad afectará principalmente a los más ricos, para luego ir arrasando a la gente más humilde como si fuera una bola de nieve. Para empezar, los pocos superricos darán de comer a la máquina que les dirá que tienen que invertir en esos trabajos que requieren menos personal para así reducir costes a gran escala: los RAPPELS aplicados en el mundo financiero, la eliminación de los señores con corbata. Los muy imbéciles ni saben lo que están alimentando. Hay que ser realmente idiotas.

Y por supuesto la superpoblación no es un poblema que generará muchas muertes y, por tanto, se autorregulará: la superpoblación generará superconsumo, éste aumentará la polución (una de las principales causas de muerte no natural en la mayoría de los países) y, de ahí, convertir el planeta en una versión graciosa de una cámara de gas gigantesca - lo de graciosa es porque fueron los sionistas los que decidieron apostar por esta clase de mundo.

Y yo, mientras tanto, tengo miedo a que llegue alguno de esos días; porque en el poder se han escogido a los menos adaptados a la realidad que se nos viene encima. O porque estos poderosos se dedican a promocionar a los lameculos que les dicen que lo están haciendo de putísima madre; cuando remediar todas estas singularidades es trivial cuando se sabe conducirlas.

Una única fórmula sencilla que fulmina la mayor parte del problema. Lo saben en todas partes, pero habría que eliminar el poder absoluto del sistema financiero - que ha traído tanta muerte masificada, y la que está por venir, que es incluso peor. Y acabar con el poder financiero, a golpe de ley, es trivial: se puede frenar con tasas a la inversión bursátil, se puede hacer pagar con impuestos a los beneficios por dividendos, se puede arbitrar con hacer que las subastas sean manuales y no delegables..., pero, lo más importante, distribuyes una renta básica y entonces el consumo adquiere una nueva dimensión en base al reparto de los recursos de la unidad familiar que TÚ elijas. Como hacen en Cuba..., de hecho.

El problema del comunismo es que la domiciliación exige muchas colas. Se trata de aprender de los errores de cada sistema sin tremendismos, sin precipitaciones... Cambiar a mejor la fórmula: que no se tenga que controlar cosas que el estado no necesita saber. A mí no me interesa saber cuál es tu familia, te corresponde una proporción que deberás compartir con tu propia comunidad para conformar una unidad de consumo; son fórmulas mucho más intuitivas y autónomas.

Y baratas.

Pero que algo tan obvio no se esté defendiendo sólo es otro ejemplo más de porqué merecemos nuestra extinción.

Sólo me queda esperar, mientras le tengo miedo al paso del tiempo.



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