lunes, 30 de septiembre de 2019

No he sabido hacer otra cosa salvo lamentarme

No he sabido hacer otra cosa salvo lamentarme. Me lo digo y me lo repito. Mi alma está en pena y no quiere relacionarse ni entrar en comunión con la gente.


 
Anoche cuando volví a casa quería adoptar la decisión de si salir o no al último día de fiestas para intentar conectarme con la música, y elevarme un poco espiritualmente. No sabía qué hacer, en esa casa estaba solo y casi a oscuras, y entonces sentí la presencia de una anciana que corría por detrás de mí. Lo asocié al movimiento de mi pelo.

Fue tomarme lo que me tomé y sentí unas náuseas muy profundas. No tenía ganas de nada. Estaba casi convencido de que nada podría levantarme ni la moral ni el propio cuerpo. Así que decidí dormir una hora para ver si me sanaba y decidia salir o no de fiesta.

Al despertar, sentí una enorme opresión en mi espalda. Posiblemente un enfriamiento ya que, de hecho, necesité ponerme la camisa del pijama al despertarme del frío. La opresión era un dolor terrible, así que procedí a hacer algunos ejercicios gimnásticos básicos para intentar reducir tal opresión.

Supuse que debía ir al cuarto de baño, y entonces, al salir, vi las luces encendidas. Obviamente las apagué inmediatamente, lo que pasa es que supuestamente nadie las pudo haber encendido; mi hermana pequeña aún no había vuelto ni daba señales de haber pasado por ahí. Automáticamente pensé que alguna de mis otras dos hermanas habría subido para revisar que hubiera comida en la cocina, y de ahí las luces. Era factible.

El asunto fue que volví a la cama y ese run-run me empezó a reconcomer. El enfriamiento, que se dejaran las luces encendidas, las náuseas..., todo un cúmulo de casualidades fáciles de explicar. Pero que todas eran situaciones aisladas que no habían pasado en meses, o años incluso. Y se habían dado a la vez.

Así que un temor empezó a generarme: como un policía me levanté de la cama y, completamente seguro de mí mismo, recorrí todos los rincones de la casa con la intención de encontrar el clásico indigente oriental que convive en la misma casa que sus legítimos moradores. Esperaba dar con un fantasma aislado, un ser que no pintaba ahí nada y, como era de esperar, no encontré nada.

Aún, con la espalda medio dolorida, volví a la cama; y contemplé, por un momento, una posibilidad: la anciana que creí haber visto, ¿sería ella la que provocó el que se encendieran las luces? En cuanto lo pensé noté que eso que me oprimía la espalda, como un mágico analgésico, se iba curando. No era un alivio normal, era como si algo me estuviera reestructurando todo el organismo desde dentro.

Me lo tomé por sorpresa: el enorme miedo de estar conviviendo con un fantasma, con lo que la visión periférica de la mirilla del ojo me había querido identificar por una señora mayor que corría, fue el medicamento que necesitó mi cuerpo para curarse. Y entonces decidí ponerme a dormir.

No volví a sufrir dolores de espalda.

Y el caso es que me estremecí un poco mientras conciliaba el sueño: ¿desde cuando el nerviosismo es bueno para la espalda? "Quizá", pensé, "la adrenalina del cuerpo fue lo que necesitaba para que los músculos se pusieran de acuerdo de cara a dejar de presionar sobre los huesos". 

Otra casualidad que nadie esperaba encontrar.

Y esa noche, como la anterior, soñé y soñaba..., pero recuerdo que olvidé tales sueños de los que, efectivamente, tampoco tuve control de los mismos.

La vida, tal como la concibo, no consigo controlarla. Mientras tanto, sigo jugando para hacer más tecnología: justo aquellas cosas que me planteé como posibilidades, y que dejé a medias porque me parecían teorías inconclusibles. Cada pequeño avance me hace comprender un poco más..., lo que para algunos será Magia y para mí sólo una Posibilidad. 





 

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