lunes, 19 de agosto de 2019

Son cosas que me lo piden el cuerpo

Ayer confundí dos palabras importantes: el síndrome de la gárgola y los niños mariposa. Son formas de dislexia que me van a perseguir, producto de mi severa dificultad para recordar nombres.


 
Son dos enfermedades que no se parecen en nada, pero si los confundí fue porque adquirí ambos nombres al mismo tiempo y no los había consolidado en mi mente - a pesar de que me había afectado profundamente las imágenes que vi.

La naturaleza de ambas enfermedades es parecida: ambas se producen por una ausencia genética, un gen que necesitarían para vivir una vida más estable: un código que les daría una vida mejor. Ese código es de una enorme simpleza, o lo sería si existiera la ingeniería genética - lo que tenemos en estos momentos es una suerte de ciencia genética que, por supuesto, supera con creces cualquier espectativa por mi parte el llegar a comprender en alguna meridianamente razonable amplitud.

Y no, no es un problema de inteligencia, ni tampoco lo será por falta de disciplina, o incluso tiempo. Considero que adquirir los conocimientos necesarios para entender lo que saben los genetistas exige que los propios genetistas se dignen a compartir tales conocimientos. Sí es cierto que estoy casi seguro de que hay una gremialización y una cerrazón al conocimiento. Y no le echaré la culpa a los biosanitarios, esto también pasa en informática y, al mismo tiempo, donde menos pasa es en informática - y aún así sé perfectamente que lo que se comparte no es más que la punta del iceberg.

Ayer, sofocado porque no podía jugar a ser empresario de lo aburrido que era, caí a intentar resolver un problema de esos descomunales: me reecontré con un mecanismo diferente de resolver el inmanente de una matriz. Bueno, resolver el inmanente por supuesto no es lo complicado, sino encontrar un mecanismo acotable dentro de una función polinomial. Al final di con un algoritmo que creo que no es acotable..., pero me da buenas vibraciones por algo más...

Eso fue lo que me despertó ayer, lo que me incitó a volver a seguir, a investigar..., hay que pensar que el ADN es un misterio para esos científicos en la medida de que las herramientas llegan hasta donde llegan. Si les preguntamos a un ingeniero genético qué es el inmanente lo más probable es que se quede igual; si se lo preguntamos a un ingeniero informático puede que éste, si es un alumno que valga la pena, te responda. Pero si les damos a ambos la pista de que es el número de casos que resuelve el MAX COVER, está claro que estaremos usando jerga informática y el informático comprenderá, y el genetista puede que se quede igual..., o no. De todas formas desconozco el equivalente en biología como modelo matemático para resolver..., pero sus máquinas se basan en tales modelos.

El científico llega y ve una máquina. Diseña un procedimiento para poder manipular lo que tiene delante. En estos momentos tales procedimientos se han llegado a abaratar bastante (gracias a que saben cómo funcionan por dentro). Pero tan baratos son los procedimientos, como comprarse un PC, y todavía no ha aparecido un Bill Gates que le incorpore el comportamiento/manuales (el sistema operativo). Es decir, cursos de adaptación de cara al usuario final.

Cuando se inventó el PC se consideró una máquina barata para uso exclusivamente académico. Entonces sólo los matemáticos podrían usarlo para estudiar cómo resolver fórmulas.

La cosa no es que esté insinuando que se deba jugar con el código genético pero, a partir de lo que veo en Internet, consideraría necesario que haya más comunicación entre informáticos y la parte de la biosanitaria. Sé que muy inteligentemente ha aparecido desde hace una década una carrera que fusiona ambos términos..., pero no tengo conocimiento de artículos por parte de esos estudiantes que propaguen sus conocimientos para que sirvan de algamasa entre los dos grupos de expertos.

Cada vez que me meto en un curso de genética todo me parece simple, puedo mejorar los algoritmos, cuestionar artículos, mejorarlos..., pero al mismo tiempo me parece insondable. Sé que me falta algo, o todo. Es como si no supiera nada. Me siento como moviéndome entre bambalinas. Sé lo que dicen que no pueden hacer y las excusas que ponen, a mí me consta de manera firme e irrevocable (como que 2 + 3 = 5) que se equivocan en torno a los límites que se autoimponen. Pero no tengo voz. No puedo hacer nada. 

Me quedo mirando.

Mientras, si alguien me pregunta, mi prosoagnosia muy probablemente les genere una sensación de..., de que no entiendo. Me pregunto cuántas personas podrían conseguir la cura de las cosas más increibles y, por una cuestión de estética, no se les ha permitido avanzar.

Y es que se trata de pura y puñetera estética.

Mientras, los niños mariposa tendrán que pasar otro día de sufrimiento - un día mucho más sufrido en cuanto se enteren de que si es factible o no resolver su dolencia es algo que, en cierta manera, no le incumbe a los verdaderos expertos. Por encima de todo está la imagen..., la posición.

Yo puedo seguir tanteando artículos sueltos, documentales que no entran en la parte técnica y mirar de lejos maquinarias que dudo que tenga todos los procedimientos para saberlas usar... Sé que se podría hacer mucho más, y es algo con lo que voy a tener que vivir.



 

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