jueves, 22 de agosto de 2019

El Falso Dilema del Genio en el Desierto

Creo que va tocando volver a la política..., pero hoy no, mAAaañana. Ahora quería plantear un pequeño falso dilema, una excusa propagandística de una falsa idea que se piensa, que se cree..., sobre la inteligencia y la autonomía.




Adentrémonos en el país de los juegos mentales...

Imaginemos que el budismo, en algún sentido, tuviera algo de sentido y que, por alguna razón, tenéis la posibilidad de reencarnaros en dos tipos de personas; sólo en una de dos. Entonces en este juego donde el tiempo no tiene sentido, debéis adoptar una decisión sobre el destino que os aguarde: podéis elegir entre ser un genio que disponga de todos los talentos conocidos y que viva en un desierto, o podéis elegir ser un autista rodeado de todas las comodidades y atendido por todas las multitudes.

En este falso debate podremos concebir la misma paradoja que se daba con el dinero: ¿de qué te sirve tener ciertas abstracciones cuando no hay manera de hacerlas valer? Es por ello que la sociedad tiene un poder: el poder de eliminar la inteligencia en la gente. Es decir, el poder de hacer que se escape no los talentos, sino el talento mismo de la gente.

Alguien podría pensar cómo alcanzar la trascendencia, la espiritualidad..., yo diría que despreciando las malas opciones que te da este mundo. Y, claro, por actuar de esta manera corre uno el riesgo de que, al llegar a adulto, se quede sin opciones.

Siendo niños todos somos autistas de la realidad; vivimos en nuestro mundo imaginario. Creemos que las cosas son como cuentan los cuentos, pero los cuentos cuentos son. El sueño se deja llevar por las formas y no por los hechos. Las historias fluyen en un compás repetitivo que obligan a acabar siempre de manera muy específica, con sus arquetipos y herramientas. Pero la realidad se le escapa al niño, que sólo la usa para practicar con las multitudes toda una gama de opciones y alternativas.

Es entonces cuando el síndrome de Peter Pan toma una especial relevancia: el sujeto, con tal de no aceptar la realidad que le toca al convertirse en adulto debe adoptar un rol estúpido. Así se seca el cerebro. Pero es que, de la misma manera, donde no hay manera de compartir nada, ¿cómo es posible pensar en intercambios?

Me sabe extraño que de pequeño tuviera tantas puertas abiertas, puertas por las que no pasé porque honestamente me parecía que siempre había otro más adecuado. Y, claro, en cuanto me toca empezar a reclamar mis propias puertas, las que yo mismo me había preparado, descubro que todos aquellos que oyeron de mí se dedicaron a destrozar sus marcos ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué lo acepta la sociedad? ¿Acaso no es demasiado evidente?

Pero sólo lo es para mí porque, al fin y al cabo, yo soy el genio y los demás los autistas. Y los pocos inteligentes que quedan aún son demasiado niños como para pedirles ayuda. Es un mundo fantasioso y peculiar donde la magia existe..., se llama ciencia y tecnología. Lo demás son cuentos.

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