Podemos ver un ejemplo de outsiders españoles en esta entrevista.
Cuando tienen las necesidades más básicas cubiertas, entendiéndodolas como la seguridad y el mantenimiento, entonces aún es posible hablar con esta gente. Sin embargo, dará igual que hables con un outsider de Galicia, del País Vasco o de Murcia, todos los que tienen sus mismas necesidades básicas cubiertas tienen la misma manera de ver el mundo.
Como ocurría con los lenguajes criollas, lo primero que hacen es flexibilizar su idioma y, junto con él, su cultura. El outsider en realidad no tiene cultura propia, sino que lo que hace es aprovechar los restos de su cultura madre y, acto seguido, trasvalora la idea de lo que entendemos por basura o reciclaje.
La reinserción de las personas es un tema fundamental en cualquier sistema democrático, y suena escabroso pensar que nos preocupa mucho nuestras propiedades cuando, al mismo tiempo, no nos preocupa en absoluto la propia vida en sí de la comunidad en su conjunto. Hay quien pensará que los outsiders son los huevos que hay que romper para hacer la tortilla, recuerdo esa misma conversación con un antiguo compañero de facultad. Sin embargo, ¿qué son los outsiders en realidad?
Para la gente decente los outsiders son un problema que deben asumir, con el que tienen que lidiar; así como su preocupación por ir a más. Hay que pensar que los superclase nos tratan a la gente decente como si fuéramos outsiders, así que más abajo directamente no hay nada más. Sin embargo, la gente decente suele ser víctima de las tonterías culturales: ya sean trapitos de colores, supersticiones, etc..., cuando esos chavales tienen la oportunidad de desarrollarse antes de que se estabilicen como adultos para temor de los poderes fácticos, o se suiciden.
De vez en cuando observamos comportamientos que se salen de lo normal: lo veo en mi kiosko. Al hospital viene mucha gente y, por su manera de hablar (un castellano ya sea flexibilizado o estilizado por un acento), es fácil suponer cuáles son sus sesgos culturales. Como si yo fuera el mismísimo Sherlock Holmes de Conan Doyle, puedo ir intentando adivinar cuáles son los chovinismos de mis clientes y, por supuesto, mi capacidad de acierto es muy malo - pero cuando se trata de outsiders la cosa cambia.
A la hora de robar, el outsider, a diferencia del poder fáctico (médicos o pacientes pijos), va a por la comida y aquello que tiene mínimo valor (como una llamada telefónica por el locutorio). Se centra en lo más básico, y en intentar arañar cinco céntimos - que no concedo por muchas mentiras que me cuenten, yo no soy mi madre [literalmente].
Los poderosos, sin embargo, suelen hacer cosas raras: llevan a cabo actos perversos de manipulación maquiavélica para conseguir autosatisfacer sus objetivos de ahorrarse de cinco a diez euros de media mientras muestran una actuación altamente aséptica dentro del rol de alguien indignado por unas circunstancias supuestamente injustas para esa persona.
Cuando muchas personas suelen advertirme de los gitanos, mi experiencia me advierte con mucha mayor contundencia contra los que tienen cierta cultura, pues contra ellos no puedes hacer gran cosa. Recuerdo la vez que me vino un funcionario que trabaja para la justicia y que me estuvo mareando mientras aprovechaba los servicios que ofrezco gratuitamente, y me intentaba torturar psicológicamente por todas las torpezas que le pasaban.
Luego recuerdo a gente enormemente torpe que no quiere cumplir con los roles establecidos para los usuarios debido a su enorme humildad y también les doy apoyo y me marean..., pero con los años tengo comprobado que acaban dándose cuenta y se sienten enormemente agradecidos. Con los poderosos más bien pasa al contrario.
Los outsiders son muy agradecidos. Por eso me siento más identificado con esa gente. Con sus pros y sus contras. Nunca una revolución ha sido iniciada desde fuera, y nunca se ha conseguido echar fuera a los propietarios abusones, a los señores de las prebendas... El estado tiene una obligación de cara al movimiento okupa, y es que debe haber cabida dentro de los esquemas educativos su conexión con el sistema mal-llamado penitenciario.
Esto no eran más que unas leves reflexiones que me hacen daño.
Y, aunque he perdido grandes cantidades de dinero por culpa de esa gente
sé que podremos vivir mucho mejor si sabemos colocar a cada cual
donde le corresponde: el centro de la administración debe orientarse
en quienes se quedan fuera.
Hasta la próxima
sucedáneos
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