sábado, 20 de abril de 2019

La vida que nos toca

Tengo motivos y razones para despreciar a la comunidad científica y al mundo académico. Sobretodo considerando todos los esfuerzos en vano, agresiones, difamaciones..., además de la propia torpeza que tienen. Esta entrada no os va a gustar.




Muchas personas, y me parece normal que vean las cosas así - aunque discrepe, consideran que el mundo que le rodea está lleno de gente capaz. Es normal ver personas que asocien el triunfo, y el éxito profesional, con una vida abocada al trabajo, al sacrificio, al esfuerzo, a las buenas artes, al talento..., sin embargo no todas las personas disfrutan de un proceso de evaluación, no todas las personas entran en esas consideraciones.

Cuando hago recuento de todo cuanto he hecho y lo que no han querido reconocer empiezo a plantearme dos opciones: o se están haciendo los suecos, o es que realmente son imbéciles. Y, la verdad, no creo que mi genialidad me obligue a creer que una persona sana y bien desarrollada se comporte como un imbécil. Cuando recibo la acusación de que uso mi inteligencia con una enorme crueldad comparativa me gusta recrearme en la acusación, porque raro es equivocarme y descubrir que realmente el que me acusa no es otro envidioso.

La envidia se protege mutuamente. Entre envidiosos se entienden. Además les corroe y genera desconfianzas. Hay que decir que mi cuerpo, después de tantos golpes, ya genera bastantes desconfianzas: debido a agresiones continuas que se remontan a mi infancia, ya sea por las veces en las que caí por una escalera, por más de una pedrada que me destrozaría por completo la cabeza, etc..., o ya sea por las múltiples agresiones mortales (de las que salí vivo, oh sorpresa) en la universidad (con mi eterno enemigo: las escaleras)..., todo eso debió darme suficientes pistas sobre dos hechos:
  1. Mis agresores (aun no conociéndose entre ellos) tienen cierta atracción a las escaleras.
  2. Los que siempre han fallado a la hora de la verdad son los jueces de lo penal: imbecibilidad.

Es decir, la beligerancia judicial, o de las fuerzas de seguridad, a la hora de proteger a una persona indefensa debe ayudarnos a comprender que las personas que más deberían de preocuparse de que se eviten según qué sucesos son justamente a los que menos les importa las consecuencias de los mismos.

No ha faltado el juez que ninguneaba las consecuencias de que siempre se atacara de la misma manera a la misma víctima.

Por otro lado, aunque no siempre, hay una cierta tendencia en mis agresores: ¿por qué las escaleras? Para ello hay que estudiar la clase de errores que llevo de fábrica, o que ellos mismos han estado alimentando - porque hay que decir que de pequeño no tenía problemas de prosopagnosia.

Cuando yo era un chavalín muy, pero que muy pequeño era capaz de reconocer las caras de las personas y de recordar cualquier suceso..., sin embargo, la guerra fría, los desconocidos que te encuentras por la calle, según qué encuentros..., todo ello se mezclaron con proyectos que a los teóricos de la conspiración les encanta: te capturan en mitad de la calle, te meten una sustancia química, y entonces los recuerdos se te trastocan... Ha habido durante los '80 muchos genios abducidos: una vergüenza tanto para el imperialismo de EEUU como de la URSS. Coger a niños pequeños que tienen alguna genialidad para convertirlos en soldaditos - o intentarlo.

Está claro que no existe tal tecnología: no se puede convertir a un genio en un zombie. Pero sí se le puede freir el cerebro. Así que con los años el área fusiforme facial se me fue destrozando y, al ser consciente de ello, intenté desplazar según qué recuerdos a esas áreas que se convertirían en lagunas. De una forma o de otra, fui capaz de marcar mis recuerdos para ser consciente de qué recordar en cada momento.

De una forma o de otra, la prosopagnosia es la discapacidad que hace que una persona sea capaz de saber que está ante una cara (identificación) pero que no es capaz de recordar de quién es (reconocimiento). Es decir, la persona ve, no está ciega; decodifica las formas que conforman una cara, pero a la hora de registrarlas dentro de las funciones de consciencia se acacharra: puede fallar.

Esa enorme debilidad lo he querido convertir en mi más grande fortaleza: tengo una información de primera mano sobre lo que es la consciencia porque tengo recuerdo (fotográfico) de haberla tenido y también de haberla perdido. No se puede tener una memoria prodigiosa y, un tiempo después, tener una mierda pinchá en un palo y no sacar nada en claro.

Esto nos lleva a las puñeteras escaleras. Lo vimos en la película Showgirls, que no es moco de pavo. Las escaleras tienen una función: son un arquetipo que reconocemos. Sin ir más lejos, en el antiguo testamento, son las escaleras lo que se le ofrece al antihéroe Jacob (en mi novela también me valgo de ese recurso), porque las escaleras es el instrumento que tiene valor exclusivamente para los agresores.

Quien está en lo alto de las escaleras, según creo, se siente superior: hay gente que se queda por abajo. Y cuando hay alguien que se cree que merece estar a su misma altura, necesitan tirarle escaleras abajo - y además hacerlo de una manera violenta, con un fuerte golpe en la cabeza, aun a riesgo de matarlo. Y claro, los hay que se conforman con empujar, otros que sólo desean hacerlo...

Ya he podido observar que la víctima de las escaleras (yo mismo) tiene un comportamiento que es incompatible por parte de un acechador: aquel que pisa donde pisas, aquel que sigue cada cosa que haces y la replica punto por punto.

En cuanto estoy en lo alto de una escalera freno de golpe, durante algo así como un segundo o medio - no sé, me quedo mirando y empiezo a bajar. Así que el que me acecha tiene ahí su inspiración, su acto de odio: la frenada. Ante la frenada el acechador tiene prisa y quiere la víctima baje de una vez, le empuja, se le cruza por la mente el querer empujarle, agredirle incluso..., así nos lo confesó un compañero justo cuando consiguió refrenar sus instintos, tras cumplir el perfil del acechador, tras estar pisando donde yo pisaba, girando donde yo giraba..., a menos de un metro de distancia y siguiendo un camino sinuoso que usaba para que sea consciente de cuanto hacía...

Pues bien, cuando estamos hablando de un tema técnico la prosopagnosia provoca un efecto devastador: estás hablando con una persona sobre algo de alturas, entonces un término importante se desvanece del discapacitado, lo cual genera una frenada, y entonces el acechador le da por cambiar su manera de ver a esa persona y le invade una enorme sensación de envidia.

Ése, señores, es el origen del mal. Así como una de tantas razones por las cuales siempre se ataca a los mismos.

Debido a que me ha interesado estos temas, he querido buscarle soluciones prácticas para así hacer que nuestra sociedad sea menos agresiva y, efectivamente se puede observar sociedades donde esto mismo no se produce de una manera tan salvaje.

Cuando vemos que en países del extremo oriente esto no pasa eso es debido a que la individualidad no es tan importante y, por tanto, las alturas no se distinguen con claridad. Sin embargo, no es de extrañar que en los países donde hay tanto individualismo y, al mismo tiempo, son movidos por sentimientos de hermandad (corporativismo en oposición a la meritocracia) como EEUU (la masonería, en su caso, está bien vista), entonces es fácil suponer de dónde vienen los asesinos espontáneos y otras formas de bestialismo conocido y aceptado (como los cazadores de personas en Texas - porque los mexicanos también son personas).

Sin embargo, volvamos a España: ¡qué bonito ver cómo los guardias civiles pueden matar a pedradas a alguien que viene nadando! O cuando el Opus dei se dedica a repartir indulgencias entre asesinos y criminales, ¡como si en este país no hubieran suficientes indultos! Además de indultar no al pobre, sino al corrupto, al que forma parte de la curia... Los que están en los puestos más altos inspirando los sentimientos más puros en la población.

Y yo, por mi parte, aceptando cualquier clase de trabajo, siempre y cuando no haya que aceptar ninguna clase de favor por parte de mi responsable a cargo. Por eso no conseguí ningún trabajo. Sólo he trabajado para los mejores. Y aguantan poco. Me han ofrecido enchufes pero, claro, ¿qué le diría a mis alumnos si me preguntan cómo conseguí ese trabajo? Inaceptable. Me habría gustado que esos mismos puestos no los recibiera otro enchufado, pero es así como se mueve España, y unos pocos no podemos cambiar absolutamente nada. Aún así, por no moverme ni un ápice de mis Principios, estaba claro que no iba a conseguir el éxito profesional - peor aún con la clase de Tribunal de Estrasburgo que tenemos, que fomenta el movimiento mafioso en Europa.

Dicho hasta aquí, luego tenemos lo que he aportado a la sociedad: un problema que es valorado como uno de los problemas del milenio, y que aún se sigue fingiendo que no se ha resuelto, no sólo he dado la estructura capaz de desmontar el mito de quien lo expone (premio Príncipe de Asturias, después de que el rey supiera de mí por un medio oficial), sino que además incorporo toda una amalgama de explicaciones y fórmulas que lo rodean que conforman una teoría coherente y mucho más consistente que ayuda a entender las matemáticas y la computación lógica.

Sería de inteligentes, al menos, entrevistarse y desmontar con un par de frases como hostias a quien se crea capaz de hacer algo así..., pero la verdad es que no sólo no han podido alcanzarme, sino que además me huelo de que huyen. Huyen despavoridos de dar la cara.

Y así los años siguen pasando. Una persona con prosopagnosia mejora con el inglés cuanto más lo instrumentaliza y menos se especializa en él. Cuando escribí mi novela, aun habiéndola corregido, aún se adivinaban preposiciones de más o de menos, muchas palabras que estaban mal elegidas...

No es de extrañar que cuando me obsesioné con la teoría de números, llegué a crear demostraciones que yo era incapaz de saber que eran falsas: los símbolos que usaba tenían sentido para mí. Pero necesitaba una simbología que me sacara de esa ensoñación sicótica: un par.

Nadie quiere seguir a alguien así: han puesto como requisito algo que este discapacitado no podrá superar. Pero una máquina es una máquina. Un código que resuelve problemas y una teoría expresada de mejor o pero manera sigue siendo una teoría coherente, correcta, etc... Bien, mi respuesta a eso es evidente: son imbéciles.


Los que publican hoy día lo saben: ponen como requisito escribir en un buen inglés. Me es evidente que no voy a poder escribir ni en un buen castellano, pues en cuanto me especialice desaparecerán las palabras de mi mente, así que no se trata más que de una simple jugada: demorar lo máximo posible a la sociedad el conocimiento de una tecnología que, tarde o temprano, se les echará encima.

Yo veré si voy desglosando en este blog mis enseñanzas de lógica..., por lo demás: no es cierto que estamos siendo gobernados por gente inteligente. Si lo fueran, se comportarían de otra manera mucho más sincera y menos sucedánea. Por otro lado, ¿hasta cuánto tiempo van a Vds, y no me refiero a mis teleamigos que no tienen poder alguno, van a seguir haciéndome vivir el absurdo de Sísifo? ¿No se dan cuenta de lo imbéciles que son?







Hasta el próximo mensaje,
sucedáneos





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