sábado, 16 de febrero de 2019

El género único

Últimamente he estado estudiando los arquetipos de la literatura con el fin de consolidar las ideas que tengo sobre la ciencia que hay detrás de las letras. Es decir, ¿cuándo se consigue la fórmula de éxito? Hace varios días creí dar con un esquema que, de ser cierto, exigiría el desarrollo de un libro que supera con creces mi amor por las letras.




No sé si realmente existe un límite para las ganas de escribir, pero sí existe un límite con respecto a las espectativas de futuro en lo que se refiere a mantenerse uno repitiendo una actividad. Cuando tienes la vida resuelta te puedes permitir el lujo de dedicarte a hacer cosas raras, pero cuando no sabes si el día de mañana cualquier suceso pueda dejarte en la estacada..., vivo con el agua al cuello y sin esperanzas de crecimiento personal. Ése es mi mundo.

Por ello tengo álgebras, las guardo en cuadernos, carpetas..., y me suscitan extrañas sensaciones. Si digitalizara todas mis conclusiones automáticamente los más ladrones podrían sacarle provecho. Si lo publicara en una editorial muy difícilmente acabaría llegando a todo el mundo en general, incluso podría ser saboteada para que no pueda ser considerada de interés para el que tenga cierto estatus. Creo que el modelo en el que vivo no ofrece parámetros básicos para que quien tenga más mérito pueda avanzar para dar ejemplo a quien sea más laxo en su trabajo. Tal vez escriba algunas de mis experiencias, que trascienden a la mera anécdota, al respecto.

Por ello, cuando observo los distintos arquetipos para coincidir, especialmente, con Propp en lo que se refiere a la manera de abordar la filología, observo ciertas semejanzas con la informática y, poco a poco, puedo ir elaborando mis propias teorías.

Para empezar, creo haber comprendido una idea de lo que es el género literario: es como si hubiera un género único a partir del cual se generan todas las historias. Es más, cualquier historia susceptible de ser recordada deberá de irle sucediendo una secuencia de sensaciones colocadas una detrás de otra dentro de un compás, una repetición, como en la música. De hecho, es el mismo compás: el "4 por 4".

En la música el compás 4:4 tiene una razón de ser. Existe, principalmente porque tenemos dos piernas y nos gusta cargar con las dos. Es más fácil semicargar y cargar primero con una, luego con la otra. Así es más fácil bailar. Las melodías más fáciles de bailar eran las más repetidas. Las melodías que tenían un mismo compás ayudaban a repetir el compás cuando un autor se imaginaba una. Al final, por la propia fuerza evolutiva, la mayoría de las canciones son 4:4; alguna será más rapidita 3:4, y encontraremos alguna rareza..., que nadie sabrá bailar..., pero todas las partituras podremos cortarlas cada 4 negras (o pausas), porque así es más fácil componer.

Lo mismo pasa con la literatura. Cada paso es una pausa, que tiene un rol dentro de su propia pauta. Me he puesto a codificar las estructuras para generar las operaciones de grupo pertinentes..., lo veo factible. No lo he terminado, ni tampoco tengo fuerzas para querer empezarlo, pero lo veo perfectamente factible con lo poco que he estado tocando.

La impresión que me llevo es que en realidad no es cierto que los arquetipos sean creados por nosotros. Nosotros mismos somos esos arquetipos. Más en concreto: distingo cuatro géneros como, de hecho, ya supuse en parte para cuando escribí mi novela "Luces y Espectros". El género que activa la mente del niño más pequeño (el alquimista), el género que activa al niño (historias maravillosas), el que activa al adolescente (el héroe de mil caras) y el que activa al adulto (thriller).

Siempre sería posible encontrar rarezas, pero es factible pensar que se puede crear casi cualquier novela bajo ese compás. Pero la razón por la cual existe ese compás es porque nosotros, el homo sapiens, hemos evolucionado bajo la condición de comprender esas enseñanzas para así educar a nuestra consciencia.

De la misma manera que podemos enseñarle a un niño pequeños trucos de magia, para ver cómo se divierte, el género de las adivinanzas, las chanzas..., todas esas formas de comedia básica, corresponde con juegos de palabras, trucos e imaginería..., algo que es trasladable a casi todos los mamíferos, en especial a los domésticos.

Imaginen un teatro donde dos titiriteros levantan su séquito entre dos grandes cofres para un público exclusivamente perruno. Al abrirse el telón aparecen como figuras otros dos titiriteros con su correspondiente mural y dos cofres más pequeños. Representando así en el telón a los perros las figuras de otros perros, hechos títeres que, a su misma vez, están viendo una función donde hay perros títeres también.

En este juego mental algunos perros podrán salir de su matriz de consciencia y observar al resto sometidos dentro de la caverna. Pero para comprobar que es así localizaremos en uno de esos cofres golosinas que no podrían ser olidas desde fuera. De esta manera la función presentada por los titiriteros humanos consistiría en mostrar cómo en los cofres de la obra en uno se encuentra un señor con enorme garrote y en el otro se encuentra la longaniza.

Ya descubrieron los griegos que habían como tres tipos de líderes. Y cada líder actúa para romper los esquemas dentro de su entorno bajo contextos diferentes. Pues el primer perro en descubrir el cofre con la longaniza sería el líder cardinal, el perro que corrija al que quiera probar el cofre erróneo será el líder móvil (si no me equivoco) y el perro que disfrute de todo el espectáculo sin importarle la longaniza será el líder fijo.

Si no hay liderazgos no hay manera de evadirse de los arquetipos. Cuatro géneros y tres tipos de líderes: 12 maneras de vernos a nosotros mismos de una forma atemporal. Son los 12 eones que ya he ido explicando. Y, claro, cuando desarrollamos una historia dentro de esos cuatro géneros podremos observar iconos, objetos: son las únicas cosas dentro de la literatura de carácter atemporal. Por tanto, según mi teoría, habrá 12 tipos de objetos en todas las historias que estén acompasadas. Una por cada signo zodiacal: 3 de tierra, 3 de agua, 3 de aire y 3 de fuego. Sabiendo que tierra, aire, agua y fuego no significan lo que significan - sólo son símbolos que usamos para recordar más fácilmente cómo funciona su álgebra.

Al desarrollar nuestra historia necesitaremos sujetos sometidos al tiempo, pero cuyo rol sea siempre el mismo (el héroe, el mediador, el villano, el transformado...). Éstos se repiten en todos los géneros literarios y son un reflejo del desarrollo de la civilización tal como la entendemos: nuestros preceptos morales. A estos arcanos yo los he llamado arcontes. No porque sean extraterrestres, o criaturas vivas, sino porque la definición se ajusta a sus correspondientes álgebras. Coincidirá, de hecho, con los arcanos mayores del tarot de Marsella, según parte de mis consideraciones.

Así, por lógica, ¿cabría esperar que los segmentos en los que se dividen los cuatro géneros literarios se dividan según los cuatro palos de la baraja? Como si fueran las siete notas musicales bien podrían conformar una suerte de escala cada una de las historias que se pueden crear para reconstruir una realidad que nos induzca sensaciones internas, un afán exploratorio... ¿Pero son siete? ¿Por qué no diez? No, mis estudios no están tan acabados. En alguna ocasión pude imaginarme un número mágico..., pero tendría que ir a la par con los resultados empíricos. Es decir, el estudio tiene que hacerse serio y vincularse con obras de éxito.

En cualquier caso, cada egregor es como la idea de los qualia de Dewey. Se trata de un rol que emite un sonido en la historia. En castellano, en representación pictórica, en representación teatral..., ese sonido supone desarrollar una frase, una imagen, una combinación de actuaciones..., para así terminar ese segmento con un mensaje no escrito: ese acto de vigilancia que denota la existencia de una ladrillo básico para la consciencia. Lo contrario de un hecho casual, de alta entropía, de baja inteligencia, espontáneo..., es una historia digna de ser contada. Y, por tanto, sus ladrillos tiene que estar conformados por qualias, viligantes..., egrégores; por llamarlos de alguna manera en simetría con los anteriores.

Poder decir que una historia puede empezar siendo para niños, como Dartañán y los tres mosqueteros, para luego ser una historia de adolescentes (su segunda parte) y, finalmente, cuando leemos las historias de Dartañán como capitán de la guardia, observamos un thriller. Es como si Alejandro Dumas ya supiera cómo hacer evolucionar a sus personajes bajo este esquema.

Propp ya se dio cuenta del orden estricto de cada función de los personajes. Asímismo, en ocasiones la función tiene un objeto recto del que no se puede salir: esto es porque de lo contrario tendríamos una historia demasiado caótica o, simplemente, de otro género (madurez). Y cuando observamos el objetivo de cada género podríamos comprender para qué se constituyen estas novelas.

Visto lo visto, bien podría crear un videojuego sabiendo que, para que tenga un éxito absoluto, sólo tengo que preocuparme de dos cosas y sólo dos:
  1. Que en cada uno de los aspectos propios de los videojuegos el mío supere todas las espectativas: graficos: aptos, jugabilidad: apto, historia: apto, legibilidad: apto...
  2. Que en los aspectos que le son propios de su género (madurez en el mensaje) cumpla su invariante que le es idiosincrásico.  
    1. Puzzles: Debe haber una estrategia perfecta o truco de magia que no es fácil de adivinar.
    2. Empresa: El objetivo es establecer vínculos y pactos.
    3. Aventuras: El personaje debe ir mejorando en movibilidad a lo largo del juego.
    4. Ejecutivo: La toma de decisiones afectan a corto plazo en positivo y negativo.
Esto es debido a que lo primero que debe hacer un animal es descubrir el truco detrás de la realidad, después crear su propia empresa, de adolescente trabajar su proyecto alejándose de casa y de adulto asumir las distintas decisiones que hay que adoptar comandando sobre grandes grupos sociales. Efectivamente, en mi novela, se desarrolla, en parte, todos estos aspectos.

Pero claro..., puedes tener el éxito absoluto y, al mismo tiempo, no vender de manera productiva. Que esté orgulloso de mi novela, o que los que lo hayan leído me colmen de halagos..., en fin. Así es la vida.






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