sábado, 1 de diciembre de 2018

Evaluación de la situación

El objeto de hacer una evaluación no es para echarse para atrás, ni para emprender una huida hacia adelante; el problema es que soy humano y, como tal, debo evaluar las consecuencias de la nueva realidad que me ha tocado. Así que procederé a analizarlo.


Trabajo 12 horas semanales en una tienda donde no tengo relación con nadie. Mi trabajo es de 7 días a la semana. Siendo mi propio jefe, soy consciente de que no gano especialmente nada; y me muero por conseguir una casa, pues me inestabiliza tener que seguir viviendo con mis padres sólo porque no tengo ni posibilidades ni nadie con quien compartir gastos.

Visto lo cual, sin una vivienda propia, ni un trabajo digno, me veo obligado a caminar más de cuatro kilómetros ida y otros de vuelta con los pies destrozados haciendo de cada paso una manera de reabrir mis estigmas. Por supuesto, ni me imagino usar el autobús: esos dos o tres euros bien me pueden valer para otras muchas cosas.

Tampoco tengo mucha confianza en el negocio que llevo: soy un kioskero en un hospital público, eso quiere decir que cualquier día algún funcionario erra con una factura y no habrá manera que lo pueda reclamar; pues si fuera un proveedor cualquiera bien se puede discutir, pero si se trata del estado, la discusión la zanja Hacienda y su capacidad para embargar. Y no, el contencioso nunca le da la razón al trabajador de a pie. Así que mi relación laboral se encuentra en un estado de semiextorsión.

No es de extrañar que me pase eso, quizá esté deseoso que se pase Hacienda por mi tienda y me obligue a pasar alguna inspección. No tener cualquier cosa en regla es tremendamente sencillo, y las multas siempre están pensadas para gente muy burguesa; por tanto, cualquier actividad por parte de los organismos públicos en mis quehaceres privados es más que probable que desemboque en prisión.

Visto así, es cierto que he estado ahorrando para marcharme lejos pero, ¿adónde? En Finlandia ya no quieren renta básica, en Cuba no aceptan extranjeros que no se hayan enamorado de una cubana y en Japón, por poner un tercero, simplemente acabaría en la mendicidad y, de ahí, a una muerte certera. No hay plan de salida: es una encerrona.

Cuando pienso en mis amigos, algunos sí encontraron la manera de irse de España; pero siempre se les olvida recordar que yo también estoy interesado. Está claro, y lo tengo más que asumido, que NO tengo amigos. Y, efectivamente, que sea o no sociable es lo de menos: quien es amigo de verdad te resuelve las cosas al completo - como yo hago con los desconocidos que entran en mi local. Creo que es algo básico, y no puedo echar a nadie en cara que no tenga ningún atractivo: la gente sociable es la que suele hablar, comer juntos..., etc. Yo no tengo vida social. De eso ya hace años. Y tengo 41 años ahora. Estoy completamente fuera de toda onda.

Tan sólo tenía una opertura al exterior. Si bien siempre odié Facebook porque te obligaba a poner tu nombre, ahora lo odio más porque no te permite gestionar tu anonimato. Así que Facebook abandonado. Luego tenemos a Twitter: era la última red social que me quedaba. Ya no tengo otra manera de relacionarme con nadie.

Conseguí en su momento relacionarme con gente tanto de izquierdas como de derechas; y escribía con sinceridad sobre mis posiciones políticas, y con mucha soltura. Podía redactar mis poesías y, de vez en cuando, solían recibir la aprobación de quienes las leían. Era un entorno agradable. Hasta que llegó a mi conocimiento una vulneración de los DD.HH. y, como no podía ser de otra manera, manifesté mi descontento - así como también lancé una hipótesis que en su momento no razoné, pero que bien la puedo defender por muy risible que sea y..., claro, eso fue lo que despertó el odio hacia mi usuario. De ahí, poco a poco, hasta que censuraron mis aportaciones con el fin de evitar suicidios.

La primera tesis que se me pasa por la mente es que esta gente de Twitter es muy cínica.

En cualquier caso, si ya entonces vivía en soledad, ahora estoy en una situación incluso peor: me encuentro completamente aislado y apartado de la sociedad. Todo esto sin ningún ambagage: no existe ni el más leve incentivo para que yo pretenda aportar nada, pues cada logro extraordinario es censurado por alguna parte - y cada día que pasa es un sufrimiento constante para mis pies.

Haciendo revisión del código penal español, sí pienso que la empresa Twitter pudo haber incurrido en, al menos, dos delitos tipificados en el código penal. Sin embargo, aunque una trinca de jueces de primera instancia me dieran la razón, el hueso estaría en la corrupción del Tribunal Supremo, al que Twitter podría recurrir como huntar mantequilla. Si tengo un problema con Twitter, esto se resuelve con una bombona de butano, o algo así.

Pero no importa, si estoy clavado donde estoy, también lo estoy para ir haciendo viajecitos.

A día de hoy me hace gracia todo lo que conseguido que me censuren. Me han censurado, sin ir más lejos, uno de los mayores inventos de la historia en el uso de la lógica, la computación y la ciencia. Un método que permite resolver problemas tecnológicos que hoy día serían considerados ciencia ficción. Que me censuraran mi test para un modelo cerebral, pues no me importaba porque no era mi campo. También me censuraron la conexión entre moral y ética con pares que decían auténticas estupideces, pero tampoco me importó tanto porque, en el fondo, sólo me había dado tiempo a teorizar. Sin embargo, censurar algo que funciona y salva vidas de manera tangible..., eso es imperdonable. Sobretodo cuando pensamos lo que hay detrás: envidia. Envidia de ámbito mundial.

Cuando una persona se ha quedado completamente, no sola, sino aislada, ya si antes nada importaba, ahora incluso lo más importante para nadie no supone absolutamente nada para mí. La sociedad me parece completamente despreciable por sus cinismos, sus maneras..., cómo tratan a los que son más débiles, a sus propios hermanos.

Sé cómo podría recuperar mi senda: estuve donando a Amnistía Internacional, tenía ahí una puerta abierta. Bien me lo decían: al menos podría estar en sociedad, conocer gente y defender algo por lo que defiendo. Pero no puedo perder más horas de mi trabajo. A penas gano lo que gasto. Y ahora he perdido incluso la última ventana hacia la realidad.

Lo que más me horroriza de todo esto es: ni una lágrima. Según los cuadros psicológicos supuestamente debería de estar..., no sé. Pero han sido tantos y tantos años..., sí estoy notando cómo vuelven los síntomas del post-trauma, como no los controle empezaré a asustar a mis clientes.

¿Qué debo hacer? ¿Desahogarme escribiendo otro libro que a apenas unas pocas personas les va a interesar leer? ¿Constituir una tecnología que sacarán provecho mucho antes las corporaciones y que esconderán con modelos falsos a terceros? ¿Existe una manera de plantear ésto con realismo?

El cine y la música son mi vía de escape. Pero, ya lo era antes de que me censuraran mis poderosos mensajes de Twitter. Fue descubrir la fórmula de la pólvora del meme, fue justo cuando tenía la sensación de tener en mis manos un enorme poder que me quemaba las manos; una sensación de que podría manejar cualquier circunstancia y llevar a grandes masas a enfocarles para que miraran hacia una dirección bien definida (como en mi juventud, cuando el mundo era más puro). Y, entonces, JUSTO el mensaje que tenía el punto de inflexión para que la ola se invirtiera y la gente empezara a respetarme, el algoritmo descubre unas fuerzas correlacionadas que podrían derivar en un aumento de suicidios ¡Y estoy de acuerdo! Pero no había pensado que aplicarían esa técnica para asociar lo uno con lo otro.

Significa que si tienes razón y la gente se pone de acuerdo, entonces cuando gires las tornas un algoritmo te acusará de provocar suicidios. Por lo que en Twitter nunca existe el raciocinio, sólo las masas enfurecidas.

Ciertamente, me alegro de haber llevado a ese correo al spam.

Me pregunto qué pasará con ese algoritmo que entregué a ese colega y por el que me iban a pagar 900 euros. No he vuelto a tener noticia de él, cuando me iba a llamar en una semana - ya va un mes, creo. Odio el capitalismo. Nunca funciona nada; no en el sentido de los productos o servicios, hacer descubrimientos o inventos es cosa de niños, el problema es que socialmente la gente no tiene lo que hace falta. Ya he visto demasiada devastación por culpa del capital.

Pero sigo sin tener una manera de ver la luz al final del túnel y, si siendo así, me veo demasiado plácido. Sigo enrarecido en esta pesadilla de Lynch.


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