Este post debería de escribirlo en mi otro blog, el literario, porque es en mi libro donde desarrollé esta idea. Sin embargo huelga mencionarla como un referente tecnológico, así, si ocurre, podré decir que fui el primero en decirlo.
La tecnología nos permite acercarnos a la realidad, puede servir para recibir noticias, vivir historias..., nos puede entrener o enseñar. Esas ventanas al mundo las clasifico en cuatro grandes productos tecnológicos: libros, ordenadores, televisores y revistas. O así es como los llamaba en mi novela.
Huelga mencionar que un libro o una revista no tiene porqué tener un formato de papel, ni digital necesariamente, diremos que se trata de un tipo de producto tecnológico que cumple un perfil específico. De la misma manera que no distinguiré una máquina recreativa de un ordenador, aunque suene extraño.
Para entender esta clasificación, que es más útil de lo que parecerá al principio, empezaré por parafrasear al creador de Redit, Aaron Swartz: la tecnología tal como la concibe nuestra sociedad emite mucho ruido a la hora de proteger sus datos. Es decir, el planeta Tierra emite al espacio una gran cantidad de información sin codificar, y eso es una muestra de idiotez.
Es idiota por varios motivos, el primero y más importante es que si se codifica todos los datos en la propia conexión punto a punto entonces el ancho de banda será mucho mayor. De la misma manera, si se quiere aumentar la confiabilidad de la información siempre nos convendrá que ésta se haya comprimido hasta alcanzar la máxima entropía posible previamente. Y claro, mayor confiabilidad, mayor eficiencia..., el no hacerlo significa perder dinero.
Otros motivos de porqué proteger los datos ya es por humanidad misma: que pueda haber un tercero escuchando es algo que siempre puede ser peligroso. Si hubiera una cultura de la protección de datos, o incluso que desde cada extremo se pueda controlar al 100% toda la información que se vierte, entonces se podría trabajar con plena libertad y seguridad. Y esa manera de vivir fomenta la buena salud intelectual y, de ahí, la creatividad.
Sin embargo nuestra sociedad ha ido transformando los productos hacia la extensión de sus estertores, para permitir que las grandes compañías invadan nuestros ordenadores - y así enclaustrar la capacidad que tienen las empresas de renovarse, mejorar y dar lo mejor de sí. Se ha creado un techo de cristal muy sutil: auspiciado por los gobiernos y la dictadura de los jueces que deciden no investigar. Hablamos de que, con el tiempo, las empresas tecnológicas gobernadas por esperpentos humanos que desprecian los datos personales han conseguido institucionalizar su crimen organizado mediante la costumbre de que no se denuncie sus actos ilegales. Aunque sean contrarios a los derechos humanos.
Pues bien, como es de esperar, eso algún día acabará. Será un cisne negro para ellos. Yo me limitaré a decir cómo será la tecnología en cuanto ocurra lo predicho por Swartz, y por otros tantos...
Tenemos un ordenador personal. Que tenga ratón o teclado es lo de menos, pero está claro que la forma más eficiente de meter información es el teclado. En ese ordenador podemos regular qué invade a nuestro sistema operativo, y qué compañías tienen derecho a acceder a nuestros datos personales y para qué. Bien podría ser un dispositivo móvil, o una tablet. Pero el nivel de seguridad de protección de datos bien se puede controlar físicamente ¿Para qué o cómo? El usuario es un ente lógico y los interruptores solo conectan un número limitado de opciones. La cosa es que si el usuario forma parte del cableado, el rol que desempeña en un momento dado puede probar a activar servicios que reduzcan temporalmente la seguridad de los propios datos. Así, a menor seguridad más apertura de toma de contacto y más permisos para actualizar los datos en el sistema...
No voy a extenderme, pero igual que existe un manual de la BIOS para decir cuántos pitidos es cada error del cableado, no es difícil crear un manual sobre los permisos físicos que se concede al usuario para que la aplicación activa pueda tener acceso o no a diferentes modos de intromisión. Y entonces un interruptor estandarizado es el que se encarga de velar por el smart-contract. Los procesos en segundo plano no afectan a la aplicación activa.
El ordenador, que podría ver desactivado su acceso a Internet, las entradas del mismo, etc..., con un simple panel físico de control que no sea programable, podría proteger la privacidad del usuario activo configurando la aplicación activa.
Así, tenemos la idea del televisor. El televisor no incorpora una información tan personal de sus usuarios, y no se espera trabajar con él - o al menos en principio. Un móvil quizá recuerde más a un televisor, donde las personas interactúan con él, pero que además pueda existir una programación inteligente que le ofrezca al usuario lo siguiente que quiera consumir o hacer. Las notificaciones y la publicidad se convierten en un material que los propios usuarios querrán configurar de manera que no sea intrusiva, ni molesta. De la misma manera, el pacto existente entre la publicidad que se consume, la que el usuario hace consumir, etc..., corresponderá con un consorcio que regulará tal uso y certificará el sondeo con información de primera mano.
Lo llamativo de los otros dos productos es que son muy extremos: si el televisor es como un ordenador, pero donde no hay preocupación por tantos permisos o aplicaciones, el libro es un artilugio que nos ofrece un producto casi inamovible que no necesita ni datos del lector ni datos del autor, salvo promociones o invitaciones predefinidas. El libro es un producto protegido por derechos de autor, con el que si bien se puede interactuar, no tiene sentido almacenar tal información o enviarla a ninguna parte salvo de manera expresa y particular. De la misma manera, la revista se convierte en un producto cuya información es muy volátil y necesita actualización continua. Sin ir más lejos, el usuario querrá interactuar con ella hasta el punto de deformar y transformar todo lo que dice para aprovechar cualquier información que te dé, aunque sea una paranoia formada por la propia inteligencia de la revista.
Si bien un televisor podría montarte su propia película (como decía en mi novela), la revista aprovecha unas imágenes por defecto y el usuario podría (sin mencionar lo que moralmente fuera correcto) montarlas con imágenes de amigos suyos. Este tipo de productos estarían fuertemente diferenciados, porque se trata de un principio interesante de la propia tecnología: lo que tiene más ventaja por estar bajo el formato en el que esté acabará cumpliendo alguna clase de hegemonía cultural en cuanto a servicios.
Dicho de otra manera, cuando el mundo de las revistas encuentre su formato perfecto todas las revistas quedarán obsoletas a partir de dicho formato. Existe la posibilidad de que se conformen duopolios porque los servicios habrán sido patentados y, de ahí, que la tecnología se encorsete. Pero con el tiempo ya se irán perdiendo ciertos cánones.
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