viernes, 30 de diciembre de 2022

La intención ajena

En ocasiones tienes la forma de saber cómo actuar, y las ansias te marcan el paso, ¿qué es lo que le pasa por la mente a la persona que es víctima de ansiedades en una sociedad plagada de soluciones? Mientras todas las soluciones sean coyunturales a lo que realmente preocupa lo que martilleará la incapacidad para crear seguirá cincelando el destino de esta sociedad.

Me pongo a mirar, por ejemplo, las luces que me instaló el electricista del seguro. Me hizo un cambio sustancial que provocaría que no me sirvieran las bombillas que compraba en los chinos; sin embargo, esa instalación, ¿me haría dependiente del electricista? Así que vivo en la incertidumbre de no saber qué pasará para cuando se funda la bombilla, si podré cambiar yo mismo la bombilla o si tendré que pagar por el mantenimiento. Y, si tuviera que solicitar el cambio, ¿me lo reconocerá el seguro? ¿Me lo devolverán a cómo estaba antes instalado si me quejo? El problema es que ya he sido víctima de ser ninguneado por la compañía de seguros debido al clásico papeleo burocrático de tener una tienda a nombre de mi hermana.

Todo esto de tener que pensar en el futuro, con sus incertidumbres, y que el pasado te confirme que podría tratarse de un problema, es lo que alimenta las ansias. Las mismas que provocan, por ejemplo, los dentistas: mis dientes fueron perforados por un dentista corrupto que quería ganarse un dinero constante a costa de los vecinos de mi barrio. Por eso, cada cierto tiempo, reaparecen unas manchas en frente de mi dentadura - manchas que un simple pulido por parte del dentista no puede resolver. 

Son muestras de chapuzas, como las que hace el que repara bicicletas donde, si no lo hace bien, el que fue a que se la reparara volverá de un día para otro. Cuando las cosas se hacen medio mal el chapucero puede salir beneficiado en el enfoque capitalista - se trata de un problema de fiscalidad. La idea de fiscal que tenemos hoy día consiste en un letrado. Sin embargo lo único que puedo decir de los abogados es que son la más perfecta expresión de lo que nos ha sobrado en los procesos constituyentes: la carta magna, la que referenda el pueblo, no puede ser redactada por abogados, para abogados. Es atroz pensar así.

La verdadera atrocidad representa un acto tremendamente violento que modifica las espectativas en algo que nos sale de lo habitual, de lo continuo. Darle el poder máximo a quien es capaz de hacer magia con él es el equivalente a perder la oportunidad de crear una democracia.

Y chapuzas como ésas se pueden seguir enumerando. La sociedad sobreentiende que, además, necesita un amado líder que se encargue de sus asuntos. Luego se quejan de tener dictadores: si elevas a una persona desde el poder ejecutivo a quien elevas siempre es a un militar, a un experto, y como tal no le puedes dar tampoco el poder absoluto - porque te hará una atrocidad. Es demasiado obvio.

Por eso visten a los dictadores de civiles, y eso es incluso aún más infantil y absurdo. Abandonaron a los reyes y se creó la figura del presidente. Eso ya se conocía en España y el feudalismo: se llamaba valido real. No es más que un rey elegido, un dictador seleccionado. Un absurdo mayor. Mejor es disponer de un dictador conocido, de buena familia, que no se corrompa al considerar patrimonio suyo todo lo que toca. Pero claro..., si a los señores no les gusta las monarquías, ¿por qué las mantienen autodenominándose republicanos? El republicano que no es en parte anarquista no defiende una clara república; y prefiero mil veces una república monárquica a una república con poder ejecutivo sin monarquía.

Visto que el mundo es cada vez más complejo lo que marca la agenda de cada uno es el siguiente miedo que emerge: el hecho de que mi negocio no tenga una estabilidad clara y, al mismo tiempo, que no tenga ningún sitio donde esperar encontrar un proyecto de futuro. Mejorar mi currículo me parece del todo trivial, como se lo puede parecer a mis competidores, que además dispondrán de títulos o juventud. El que yo tenga en mi haber y en ciernes una tecnología fascinantemente atroz no es suficiente; puedo esprintar y quemarme a correr en una carrera de fondo donde pretenda quedarme entre los primeros para equipararme a equipos humanos de expertos en su propia materia que conforman una cultura inmensa, para descubrir cómo se me ignora igualmente; o puedo tomármelo con calma, hacer carrera de fondo hasta descubrir con una claridad diáfana dónde está mi futuro.

La intención ajena consiste en esa incapacidad para ver nada, es la victoria de la ansiedad. Hay cientos de destinos factibles, pero todos muy lejanos para uno y llenos de aspirantes que ya están bastante cerca. A medida que te acercas a un destino observas cómo este se va quedando obsoleto y obliga a tener que elegir otro. Mientras, los que están más cerca de ese destino pueden fingir que trabajan, porque no necesitan superar pruebas estructurales, solo tienen que actuar con la continua falsedad que se espera de ellos. Sería atroz encontrar a un verdadero profesional que se desmarque de la tecnocracia.

La intención ajena consiste en que todo siga su curso convencional, sin cambios importantes. La mecánica avanza hacia la creación de nuevas y más metas. Aquellos que consiguieron algunas construyen nuevas tecnologías que aceleran el proceso a unas herramientas que ayudan a dejar obsoletas las anteriores. Se sigue negando que la obsolescencia exista, pero las evidencias dejan tras de sí un reguero de nuevas demandas de servicio que son, mayormente, prescindibles - pero que definen la nueva idea de mundo moderno.

La modernidad consiste en definir al ser humano más allá de su papel como homo sapiens, para que él sea protagonista de sus propias intenciones. Pero como la tecnología que genera, así como su manera de organizarse, está lleno de asperezas contra el perfil humano el resultado pasa por una fase de impurezas en las formas jurídicas que defienden tales proyectos - como en su tiempo pasó con el postmodernismo producto del corporativismo. Las fórmulas de las empresas alimentaron un gran cúmulo de intenciones ajenas, como un enorme Leviatán, que regurgitaba obsolescencia por todos lados. Antes de que nos diéramos cuenta la imperfección del corporativismo solo podía ser cubierta con tecnocracia: negando el deber de dar explicaciones por el propio trabajo.

Y es que los abogados se han querido quedar con la exclusividad de poder denunciar todo lo denunciable. Si no había un abogado sería imposible defender tus derechos como consumidor, usuario, o lo que fuera. Ahora bien, ¿esos tecnócratas del derecho realmente han ofrecido una justicia eficiente a la altura de las necesidades o, por el contrario, han propiciado un modelo que ha permitido reinventar la manera de ofrecer servicios que no fueran denunciables? Así se ha estado observando en los servicios de atención al cliente llenos de una agresividad pasiva, con un enorme cinismo y sadismo que provoca daños morales y materiales desmesurables hoy día. 

Lo único que sirve de contrapeso son las instituciones públicas creadas, por un lado, para justificar a esos palmeros que fiscalizan a favor de la propaganda política y, por otro lado, para emitir un mensaje al pueblo: el poder ejecutivo es necesario. Esta clase de comportamientos empuja a la sociedad a su última fase antes de la reinvención del modernismo a través de la planificación económica, y es la idiocracia.

Sin embargo, tras ese periodo de plena idiocracia, ¿podrá la sociedad ser capaz de quitarse los errores del modelo anterior y hacer limpieza para abrazar un modelo que sí sea democrático?


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