jueves, 29 de diciembre de 2022

La cabaña del hermitaño

Poco importan las horas que ya no cuentan, ni los minutos que dedicaste a lo que no se concluyó. Sobretodo cuando en los proyectos pasan a la obsolescencia en tu carrera personal, o en lo que se espera de uno. Existe un paso previo al Olvido y a la muerte misma, que es la muerte social. Se produce cuando se cristaliza cualquier actividad del individuo en vida, todo ese fulgor que tenía para emprender se congela porque ya a nadie le interesa lo que tenga que aportar.

Se espera de esta clase de mobiliario vivo que, por lo menos, no moleste. Que se queden en algún rincón de manera que encaje con el resto del decorado. Ya no es una agente en activo, que buscará la manera de habitar. Porque se vuelto un maniquí a ojos de los habitantes.

Desgraciadamente para marcar un hito en una sociedad hace falta muy pocas personas influyentes, por lo que la palestra es un escenario que es muy pequeño - y la memoria no puede recordar a más de uno. Es entonces cuando las viejas figuras se crionizan para mantenerlos vivos, quizá con la esperanza de que en el futuro se descubra alguna cura a esa enfermedad que adquirieron y les impidió comportarse como un habitante más.

Pero crionizar no es curar, es mantenerlo congelado a la espera de encontrar una esperanza, que en realidad no es tal por ser tan probable como lo más anticientífico. Todas estas momias en vida es a lo que tienden los que influyen cuando pierden primero su fuente de influencia, su mercado, y después su apoyo más personal (familia y amigos). Cuando se fracasa en las relaciones sociales y comunitarias entonces ya no le queda nada al individuo más allá de la propia inercia.

Esto es, en esencia, en lo que se convierte el maestro que se hace hermitaño. El hermitaño es, según el origen de la propia palabra, el que vive en la hermita - un lugar apartado que alberga un carácter trascendental para quien la habita. Desde una perspectiva anacoreta el sujeto abandona cualquier clase de relación, para volverse amargo en relaciones, intelecto y, por ende, en lo que puede ofrecer. El hermitaño es la expresión del fracaso del pacto social: porque se trata de un antiguo maestro que vio en el abandono una mejor manera de avanzar.

La cabaña que elige como nicho de mercado es cualquier cosa menos una manera de ganarse la vida. Sin embargo, ¿acaso puede elegir? Se le ha arrebatado la capacidad para avivar la liquidez, y todo lo que observa a su alrededor se congela - no hay proyectos que le inciten a avanzar. Poco a poco su vejez irá haciendo mella, junto con la percepción que tiene del mundo que lo rodea. Es así como descubrirá que para ser hermitaño también tiene que conseguir todas las personas coincidan en su manera de verlo a él: los recuerdos de juventud en los que él movía algunos hilos se deben congelar también, para amueblarlo todo en concordancia con la realidad tan compleja que toca vivir.

Se hace, por tanto, evidente: con los años los que aún lo recuerden irán olvidando o dejarán de ser influyentes. Entonces vivirá, como si fuera un alpinista, nuevos niveles de congelación en el entorno que viva. Junto con la vejez tendrá la sensación de que todo el entorno cada vez va más y más lento, porque esa figura no vale tanto la pena. Aparecerán otros, se preguntarán para qué hacer unas cosas u otras, y tendrán razón a la hora de abandonar ciertos ritos y movimientos que avivaban el fuego de la hermita.

Ni el hermitaño sabe cómo levantarse, ni tampoco lo harán por él. En algún momento dado no se podrá volver atrás, y todos lo saben.


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